Perdido
-
Primera persona
Se oyen risas y chocar de vasos (o botellas?). Desvío el paso y evito
levantar la mirada. El cielo ha despertado y el aroma a tierra seca
...
Hace 2 días.
Maggie adoraba la feria que los libreros de viejo montaban cada semestre en el jardín principal de la universidad. Aunque era cierto que nunca se ofertaban ni los clásicos de bolsillo, y los hallazgos editoriales parecían reservarse a latitudes más sórdidas, como los jirones Amazonas y Quilca en el centro de la ciudad, disfrutaba pasear su nariz por el perfume de tantas páginas sepias distribuidas caóticamente sobre las mesas de madera de cada puesto, guiándose sólo por el efecto narcótico de la experiencia que desprendían, y que, según ella, habían robado de sus antiguos lectores. A Maggie le gustaba creer que las horas y polillas invertidas en cada libro permanecían extáticas en sus páginas como ladrillos incandescentes con los que se podía reconstruir la Babilonia de los jardines y hasta su respectiva torre políglota. Distraída siempre en ese tipo de anotaciones, no dejaba de reconocerse extraña, evidentemente otra que, sin embargo, parecía más ella que nunca, concentrada en la sonrisa tonta del tal Mendizábal…
Giancarlo Poma Linares, Sonata para kamikazes
A veces los libros estaban bien colocados, bajo sus rótulos correspondientes, pero otras veces se encontraban por ahí, desperdigados, en cualquier sitio. Cuando empecé a comprender mejor a las personas, caí en la cuenta de que ese increíble desorden era una de las cosas que la gente apreciaba en Libros Pembroke. No venían sólo a comprar un libro, soltar la pasta y darse el piro. Se quedaban un buen rato. Ellos lo llamaban mirar, pero más bien parecía que estaban excavando una mina. Me sorprendía que no trajesen palas. Cavaban en busca de tesoros con las manos desnudas, hundiendo a veces los brazos hasta las axilas, y cuando extraían alguna pepita literaria de algún montón de escoria, se sentían muchísimo más felices que si hubieran llegado y hubiesen comprado directamente el libro. En ese sentido, comprar en Pembroke era como leer: nunca sabe uno con qué va a encontrarse en la página siguiente —la estantería, el montón, la caja siguientes—, y eso constituía una parte importante del placer. Y eso constituía una parte importante del placer de los túneles, también: nunca sabía uno qué aguardaba a la vuelta de la esquina, al final del conducto siguiente.
A raíz de este descubrimiento, me dediqué casi por entero a los libros de arriba, mejores que los del sótano. Salas y más salas repletas de libros. Los había encuadernados en cuero, con ribetes de oro, pero el caso era que a mí me gustaban más los de bolsillo, sobre todo los de New Directions, con sus cubiertas en blanco y negro, y también los muy serios y muy austeros de Scribner. Si fuera un ser humano y me dedicase a leer en los parques, ésos son los libros que siempre llevaría conmigo.
Y no tienes que creerte los relatos para que te gusten. Me gustan todos. Me encanta la progresión del planteamiento, del desarrollo y del desenlace. Me encantan la lenta acumulación de significados, los brumosos paisajes de la imaginación, los recorridos laberínticos, las laderas boscosas, los reflejos en los estanques, los giros trágicos y los deslices cómicos.
Y así a decenas [de dedicatorias], en cada ranchera llena de libros que llegaba. Era asqueroso. Tendrían que enterrar los libros con sus propietarios, como hacían los egipcios, para que la gente no pudiera poner sus manazas en ellos, luego; para que los muertos tuvieran algo que leer en su largo recorrido de la eternidad.
Etiquetas: Libros y autores
Etiquetas: Libros y autores
Etiquetas: Libros y autores
Etiquetas: Libros y autores