Hace tiempo que no quedaba tan satisfecho con varios libros –de estilos y temas diferentes– leídos en forma consecutiva. Hasta ahora son cuatro. Esta racha positiva empezó con El camino, la novela de Miguel Delibes que someramente les comenté, siguió con Derrumbe, de Ricardo Menéndez Salmón, se prolongó con Cinco horas con Mario, también de Delibes, y espero que no finalice con Verano, de J.M. Coetzee (pude conseguir un ejemplar en tapa blanda impreso en Argentina), aunque sería mucho pedirle a los dioses de la lectura (quiero creer que son varios y por unos mágicos instantes se reencarnan en esos seres llamados escritores).
Tengo aguardándome la reedición definitiva de una novela de más de mil páginas (1044 para ser exactos), en edición de bolsillo (Punto de Lectura), publicada a principios de los noventa por un escritor peruano que, aventuro, es poco conocido fuera del ámbito nacional; así que, antes de que el vicio impune de la lectura me tenga abducido, leo la última novela de otro escritor local y trato de escribir un post sobre esas bienhadadas últimas lecturas; al menos sobre dos de ellas.
Cinco horas con Mario (1966), de Miguel Delibes
Escuchar –sí, fue como si la estuviera escuchando, indudable mérito del autor– el soliloquio –repetitivo, desencadenado– de María del Carmen Sotillo ante el cadáver de Mario Díez Collado, su marido prematuramente fallecido, fue una experiencia cargada de sensaciones dispares. Por momentos la cuarentona Menchu me despertaba compasión, a ratos me resultaba hilarante; la mayoría de las veces convocaba mi repulsa y horror, todo ello debido a su incultura, dogmatismo, superficialidad, etc., que es como se retrata antes nosotros, los lectores, al evocar la personalidad de Mario, su esposo, quien en vida fue catedrático de un instituto de provincias, intelectual progresista, periodista polémico y novelista sin éxito; en otras palabras, el reverso de la moneda que su esposa.
Durante esa larga noche en vela, Menchu dará paso a la torrencial andanada de reproches para con el marido ausente (lo acusa de desconsiderado, falto de ambiciones, critica lo que ella llama sus gustos proletarios, etc.) y va reconstruyendo sus orígenes (el de sus respectivas familias), el nacimiento del idilio amoroso (a ella no le faltaban los pretendientes y se precia de conservar aún una buena figura); su historia en común: la vida conyugal que no llegó a colmar sus expectativas, ni siquiera en lo más banal, como era el tener un automóvil propio.
Las ideas que esta frustrada doña tiene sobre la reciente guerra civil (la guerra para ella es un oficio de valientes); sobre la familia de Mario y sus amigos; sobre negros y blancos ("cada uno en su casita y todos contentos"); acerca de los libros, la lectura, la educación; de lo que debería escribirse para tener éxito –ergo dinero– son, como dije, hilarantes cuando no repulsivas. De antología cuando sentencia que la juventud está perdida, "unos por el twist y otros por los libros", cosa que nunca escuché decir a ninguna de mis tías abuelas, aunque no creo que vieran cómo se baila el reggaeton hoy en día...
Anímense y prepárense –mentalmente, psicológicamente– a escuchar la voz de Menchu precedida por la lectura de algunas citas bíblicas que había subrayado Mario en su Biblia de cabecera, pasajes que obviamente ella interpreta a su manera. Felizmente una presencia viva, saludable en el libro es el hijo mayor, Mario, igual que su padre.
(…)lo mismo que lo de Menchu con los estudios, a la niña no le tiran los libros y yo la alabo el gusto, porque en definitiva, ¿para qué va a estudiar una mujer, Mario, si puede saberse? ¿Qué saca en limpio con ello, dime. Hacerse un marimacho, ni más ni menos, que una chica universitaria es una chica sin femineidad, no les des más vueltas, que para mí una chica que estudia es una chica sin sexy, no es lo suyo, vaya, convéncete. ¿Estudié yo, además?
Derrumbe (2008), de Ricardo Menéndez Salmón
En Promenadia, un psicópata ha esparcido el miedo con su vocación de matar. Las autoridades ya no pueden ocultar los horrendos crímenes que se vienen suscitando, cuya autoría recae en el asesino de los zapatos (apelativo dado porque en el lugar del crimen deja un zapato de su anterior víctima con una lógica perversa). Las investigaciones siguen en un punto muerto. No hay un patrón recurrente en sus métodos, en sus víctimas. Hay un personaje de nombre Manila encargado –junto con otros más– del caso. Mara, su mujer, está a punto de dar a luz a su segundo hijo. Ella está próxima a sucumbir ¿consciente, inconscientemente? al hechizo del horror.
En Promenadia, tres muchachos de intereses y gustos afines se nutren de la cultura que les ofrecen los libros y descubren la fascinación de la violencia. Este trío se hará llamar "Los Arrancadores". Su poética del mal podría interpretarse como una respuesta al mundo que les ha tocado vivir. Un mundo donde impera el consumismo simbolizado por ese parque temático llamado Corporama instalado en la ciudad: un blanco fácilmente reconocible para ellos, para dejar de lado el hastío que los habita y pasar nuevamente a la acción.
Derrumbe es una novela perturbadora que reflexiona sobre las relaciones entre padres e hijos, entre víctimas y verdugos. Trata sobre el cariz –lo que se deja entrever– oscuro de la personalidad humana, sobre nuestras más insospechadas reacciones frente a situaciones límite, y remarca que la violencia no sólo puede surgir de una mente enferma, desquiciada. La violencia también puede germinar en una mente refinada y su frutos llegar a convertirse en el más cruel de los refinamientos. En suma, una nouvelle con un sello particular: el de su autor.
Glenn Gould interpretando a Bach. Pensó en la belleza. En su inutilidad frente al mal. Cimabue vencido por Gilles de Rais. Beethoven pisoteado por Hitler en Auschwitz. Versos de Rimbaud abrasados en Hiroshima. El aria final de las Variaciones Goldberg no le trajo la calma. Así que volvió a las fotos.
El mal encuentra justificación en su existencia. El mal no necesita prueba ontológica, ni reducción al absurdo, ni fe o profetas. El mal es su propia expectativa.
Mi vida me ha enseñado que es el bien lo que precisa de justificación. Es el bien lo que necesita un por qué, una causa, un motivo. Es el bien lo que, en realidad, constituye el más profundo de los enigmas.