El pasado 6 de noviembre, Toronto, con apabullantes 33 votos de un total de 52 (un voto nulo para las estadísticas), fue elegida sede de los Juegos Panamericanos a realizarse el año 2015. La ciudad canadiense se impuso a las candidatas sudamericanas Lima (11 votos) y Bogotá (7 votos). Trascendió que la delegación ganadora regaló una blackberry a cada jefe de los comités olímpicos (42 afortunados NN); lo cual, según el alcalde bogotano, habría influido en los resultados. ¿Y qué es lo que llevaron de regalo las otras delegaciones? Un libro de Gabriel García Márquez, los colombianos; mientras que los peruanos no tuvieron mejor idea que repartir sendas botellas de pisco. ¿Y qué hay con todo eso? Que yo no dejo de preguntarme sobre el destino de aquellos obsequios.
En realidad la imaginación me alcanza y sobra para intuir el lugar preferencial que ocuparán las blackberry. En el mejor de los casos, las botellas de pisco servirán de adorno, si es que no se sabe apreciar su contenido. ¡Cuántos habrán visto al diablo calato al bebérselo puro! Lo que me quita el sueño es saber adónde habrán ido a parar los libros de Gabo, así como conocer los títulos elegidos. Hace unos días Lahierbaroja le dedicó un post a Del amor y otros demonios (1994), la bella novela corta del colombiano cuyo ejemplar el año pasado renové (tengo algunos ejemplares de la mítica editorial Oveja negra que no pienso condenar al ostracismo). Si El amor en los tiempos del cólera (1985) los intimida por su número de páginas, o ya vieron la película y no tienen ganas de dar cuenta del libro, adentrarse en los avatares de Sierva María de Todos los Ángeles y Cayetano Delaura puede ser un buen punto de partida para quienes no han leído al Nobel sudamericano o no saben con qué libro retomarlo.
El mes pasado, viendo libros, me encontré con dos ediciones, de tamaño distinto, de La ladrona de libros (2006), la archiconocida novela del australiano Markus Zusak, en la editoral DeBolsillo. Ambos ejemplares costaban igual así que decidí adquirir el de formato más grande: 14 x 21 cm. En Internet averigüé las dimensiones de la edición de Lumen: 15 x 23 cm, de lo que se deduce que la diferencia es mínima, detalle que se agradece en este tipo de libros que incluyen ilustraciones. ¿Y cuánto mide un DeBolsillo común y corriente? Pues 12.5 x 19 cm. Pero no es el único ejemplo de que las ediciones económicas “crecen”. Los Booket (Seix Barral), Punto de Lectura (Santillana) y Compactos Anagrama también han variado sus dimensiones. Las gracias desde aquí a quien corresponda.
Invisible (2009), la nueva novela de Paul Auster, está a punto de salir a la venta. Yo sigo sin comprarme y leer Un hombre en la oscuridad (2008), nada me apura, por lo que lo haré el día que ambas estén disponibles en Compactos. Contrariamente a Teresa, quien le dedicó una estimulante reseña a Brooklyn Follies (2005), a mí como que no me atraen mucho los libros del norteamericano que tienen final esperanzador. He gozado más con La música del azar (1990), Leviatán (1992) o El país de las últimas cosas (1987), cuyas resoluciones tendrán que descubrir en cuanto se animen a leerlas… Total, gustos son gustos, ¿no?
El último viernes fui a Quilca con el fin de adquirir Caín (Alfaguara, 2009), la última novela de José Saramago y de paso tentar suerte en mi búsqueda de Todos los hermosos caballos (1992), de Cormac McCarthy, la novela elegida a debatir en el club de lectura Bibliolandia. Encontré la novela del portugués a 36 soles (13 menos que en librerías). Por el libro del norteamericano tuve que ir a Crisol; felizmente lo hallé en la editorial DeBolsillo (41 soles sin rebaja). Recién en casa revisé mis libros y me di con la sorpresa de que mi ejemplar de Caín, impresión nacional, no tenia sobrecubierta… Busqué mi otro libro de Saramago leído a principios de año: El viaje del elefante (2008), impreso en Argentina, para efectuar las comparaciones respectivas. La edición gaucha incluye sobrecubierta; los colores de la portada y contraportada son más vivos, además las letras e imagen tienen mayor relieve, luminosidad. Su precio en librerías: 54 soles, 5 soles más que Caín, pero también 80 páginas más de contenido. Sería equivocado pensar, pues, que la inexistencia de sobrecubierta en la edición peruana, así como la deslavazada calidad de sus tapas se deba a una intención de abaratar los costos. ¿Dónde me quejo?
Actualmente estoy leyendo Caín. Su lectura en todo momento está ligada a una novela que también se permite reinterpretar una parte de la Biblia: la expulsión de Adán y Eva del jardín del Edén. Me refiero a El infinito en la palma de la mano, de la nicaragüense Gioconda Belli, ganadora por unanimidad del Premio Biblioteca Breve de Novela 2008. La escritora Rosa Montero fue miembro del jurado. ¿Por qué la menciono? Porque Ale le dedicó una reseña a la que considero la mejor novela de la española: Historia del Rey Transparente (2005) y por ese motivo decidí sacar mi ejemplar y revisar mis apuntes que, por única vez, y en exclusiva, muestro a ustedes en una foto ¿Que no se entienden mis garabatos? De eso se trata: de preservar el mito.
Carmina ha inaugurado la sección “Perlas de la Literatura” de su blog, con frases extraídas de Tokio blues, Norwegian Wood, de Murakami. Como casi siempre suelo incluir citas literarias en mis posts, esta vez no será la excepción para redondear esta entrada “anárquica”. Líneas arriba dije que no me importaría esperar por las ediciones económicas de las últimas novelas de Auster para leerlas. En cambio, confieso que me gana la impaciencia de ver en librerías la última novela de Rodrigo Fresán, El fondo del cielo (Mondadori, 2009), para comprármela a cualquier precio. Los dejo, entonces, con un par de citas de Jardines de Kensington (DeBolsillo, 2005), una de las excelentes novelas del argentino. Hay que seguir leyendo y releyendo a Bolaño, Fresán y Villoro. Ni se les ocurra leer mi post fallido sobre Tristram Shandy…
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Un libro y yo y ese particular e inimitable silencio que llena una habitación cuando hay alguien leyendo en ella. Un silencio diferente; porque nada tiene que ver el complejo silencio que uno produce al leer con el simple silencio que uno hace cuando, nada más, hace silencio. El silencio que brota de los libros y nos envuelve es un silencio lleno de sonidos. Un silencio que altera las coordenadas de la eternidad y así uno, sin darse cuenta, puede pasar horas leyendo en el baño, los pantalones alrededor de los tobillos, hipnotizado por el perfume secreto de las letras y la fragancia íntima de las propias tripas. Los libros como punto de fuga, como sitio desde el cual descolgarse y dejarse caer y salir corriendo para adentrarnos sorpresivamente ágiles y veloces en el bosque. No es casual, pienso, que los libros estén hechos con la carne de los árboles y que las bibliotecas, finalmente, acaben convirtiéndose en bosques petrificados, en ramas y raíces que se hunden en nosotros y florecen en nuestra imaginación. (pp. 38-39)
Ésta, creo, es siempre la función de mis libros favoritos, nuestros libros de cabecera, los libros que leemos para poder dormir, los libros que volvemos a leer apenas nos despertamos: descubrir en ellos que alguien ya nos ha escrito mucho mejor de lo que jamás podremos hacerlo nosotros. Y saber que ese libro –ese libro que muchos pueden haber leído pero que fue pensado sólo para una persona– nos espera en alguna parte, que sólo tenemos que buscarlo y encontrarlo.
Algunas frases, algunas palabras que no dejan de aparecerse en mi cabeza en los momentos más inesperados, sin pedir permiso, como si fueran accionadas por un resorte escondido que activa una puerta trampa y aquí están, todas juntas, tal vez porque intuyen que ésta será la última oportunidad que tendrán de saltar encima mío. (p. 354)