Siempre recordaré mi primer acercamiento a la narrativa de Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939) como un hecho traumático… Exagero. Debería decir que la novela que en ese momento tenía en mis manos y venía con el rótulo de imprescindible clásico de la literatura peruana, o algo así, no colmaría mis expectativas; además, ¿cómo era eso que había hecho llorar a una amiga muy querida? El único inconmovible parecía yo. En esa época leería de cabo a rabo todos los libros que se me pusieran por delante, me prometía que los acabaría de leer así fueran latosos. Acabaría, pues, criticando Un mundo para Julius (1970), peroraría en su contra más de una vez delante de un auditorio abarrotado por mis fantasmas. Su ausencia de intriga en un libro algo extenso me desilusionaría; pero quise darle otra oportunidad a su autor. Buscaría más libros de Bryce en las estanterías que le pertenecieran a mi abuelo, cuyos libros yo heredaría, y me toparía con sus dos primeros libros de cuentos: Huerto cerrado (1968), La felicidad ja ja (1974), además de un libro que jamás leería, el que, si la memoria no me falla, recopilaba sus primeras crónicas. ¿Por qué las dudas con respecto a este último libro? Sencillo: Cuando requería siquiera darle una ojeada a Un mundo para Julius (figuraba dentro de los temas básicos para el examen de admisión a la universidad), parecía que un resentido Bryce se me había ido con sus libros a otra parte.

Me daba cólera que se me perdieran cuatro libros de mi sacrosanto hogar. ¿Cuándo y cómo sucedería aquello? Era inútil pensar en sospechosos y echarle la culpa a alguien en particular. Había transcurrido al menos un par de años desde que los tuviera en mis manos y alejara de mi campo visual. Colocaría de vuelta y media todo, con la tenue esperanza de encontrarlos. La situación se prestaría para hacer mi primer inventario de los libros que tenía (algo provechoso sacaría de esta experiencia). Nada me haría vaticinar que diez años más tarde, charlas y conferencias a cuestas (¿perdón, esa silla está desocupada?) e incluso grabadas en anacrónico formato VHS; y luego de bregar en varias ocasiones en medio de una siempre sinuosa, rearmable e inacabable fila india, su autor me firmaría uno de sus libros (antes del escándalo, felizmente). ¿Qué desencadenaría esta súbita conversión? Pues la primera de sus novelas que sí me daría en la yema del gusto y me fascinaría en grado sumo, a la que le seguirían otras más.

Si alguien le diera un vistazo a mis libros, le sería fácil saber cuáles son los libros que heredaría de mi abuelo (los que además son imprestables) y cuáles me agenciaría con mi propio esfuerzo u obsequiarían. Mi abuelo tenía la costumbre de estampar su vertiginosa rúbrica en sus libros; a veces consignaba la fecha de adquisición. Yo nunca adoptaría estas costumbres. Hipotéticamente hubiera sido sencillo allanar los anaqueles de uno o dos sospechosos, para dar con los ejemplares birlados siguiendo las pistas de las inconfundibles señas dejadas por mi abuelo. Mas al final de mi infructuosa búsqueda interna, resignado ya, se materializaría otro libro de Bryce de cuya existencia no me había percatado.

Lo que sigue parecería el comienzo de una de las novelas de Carlos Ruiz Zafón (leer la archivendida La sombra del viento). Sometería al libro descubierto a un rápido escrutinio. Por su aspecto se trataba de un libro que había pasado por varias manos y pares de ojos. La pinta de libro de bolsillo no se la quitaría nadie. La contraportada anunciaba el tema de la novela: se trataba de una novelita de temática amorosa. Lo abriría y me concentraría en la búsqueda de la firma de mi abuelo, de alguna de sus señas, sin mayor resultado. Luego pasaría exhaustivamente una a una las páginas del libro, fijándome por si aparecía algún trazo o estigma reveladores. En este trance se me asomarían párrafos y frases enteras que jalonearían mi interés.

***

La aparición milagrosa de Tantas veces Pedro (1977), título ya de por sí bíblico, fue un hecho que jamás comprenderé. Nunca sabré si la novelita se le olvidó a alguien (quizá a quien se había llevado los otros libros de Bryce) o mi abuelo dejó sin rubricarla porque sí (quizá no la consideró digna de llevar su firma o qué sé yo). El caso es que con toda esta aura de misterio, esa noche empecé a leer la novela que me reconcilió con Bryce y de algún modo con el mundo entero: un mundo plagado de chicas bellas, inalcanzables; amores imposibles y amistades sempiternas; de gente incomprendida y eternamente enamorada.

La primera novela de Bryce, Un mundo para Julius (originalmente se iba a tratar de un cuento que llevaría por título Las inquietudes de Julius), tenía todo aquello que críticos y lectores sensibles y comprometidos con su tiempo querían leer o ver en ella (gente de Estado incluida); por si fuera poco, mostraba una realidad que hasta nuestros días no nos es ajena, a pesar de los años transcurridos desde su publicación: A través de la mirada curiosa de un niño de clase alta, Julius, por sus páginas desfilan los valores caducos de la vieja oligarquía que da paso a la nueva clase de nuevos ricos representados por el padrastro del niño. La relación de Julius con la servidumbre (la mayoría gente de provincia), no será la misma que tengan los demás miembros de su familia (de paternalismo e indiferencia cuando menos, si no racista y abusiva en el peor de los casos); tampoco la visión de un entorno que se irá ensanchando en la medida que descubra otras zonas de la capital en su continuos traslados, en un lapso que va desde los cinco hasta los once años de edad que cumple al final de la novela.

Cuando me puse a indagar sobre las repercusiones de la obra de Bryce, me informé de la desilusión resultante en algunos críticos y lectores frente a la publicación de su segunda novela, Tantas veces Pedro. No era para menos. El cambio radical de temática, la acentuación del tinte autobiográfico que podía rastrearse en sus páginas suscitó todo tipo de críticas y engrosó la fila de lectores decepcionados. Hasta ahora, a más de un viejo lector le he escuchado decir que Bryce es autor de un solo libro (sin duda en referencia a su primera novela). Los más benévolos dicen que de dos. Los que le encantan llevar la contraria lo califican de eximio cuentista (sin duda se exceden).

También leí y escuché del propio Bryce que Tantas veces Pedro es su novela más querida e inaugural; con un tema, la pasión amorosa, que daba para varios libros más; y que sus libros podían leerse como los capítulos de un mismo libro. Con estas salvedades juzgarlo de repetitivo y monotemático resulta ocioso; forma parte sin duda del discurso de un lector mal informado o desinformado adrede. Uno ya sabe a qué atenerse –sin obligaciones de por medio- en cuanto se sumerja en sus novelas. El espectro se amplía un poco en sus cuentos.

Cuenta Bryce que La pasión según Pedro Balbuena, que tantas veces fue Pedro, y que nunca pudo negar a nadie (título original de Tantas veces Pedro) fue escrita de un tirón producto de su encierro literario en la isla de Menorca. La concibió cuando vio entrar a un borracho a una cantina con un libro que le colgaba de los dedos, y que repitiera esa rutina varias veces. Se trataba de un escritor que no podía escribir y con quien nunca entabló charla. La novela cuenta los avatares de Pedro Balbuena, un mitómano y alcohólico cuarentón con aspiraciones literarias; un loco tierno que pasea su amor imposible por distintas partes del mundo (Berkeley, Cuernavaca, París, Margency, Perugia) en compañía de un perro de bronce al que llama Malatestta o álter ego, y con quien sostiene acaloradas discusiones… Pedro tiene la dicha (mientras le duran sus idilios) a la vez que la desdicha (cuando aparece su ser atormentado y resulta inaguantable) de involucrarse con mujeres bellas, sensibles e inteligentes de distinta edad y mentalidad, a quienes brinda su ternura y desmesura. En su primer libro de memorias, Bryce subraya de Pedro Balbuena "su maravillosa habilidad artística para la infelicidad, su incapacidad para escribir y su perfección en el arte de morir de amor". Sophie es aquel amor imposible desencadenante de la dipsomanía de Pedro. Ella está presente en sus alcoholizados pasos, en las páginas no escritas que la tienen como protagonista de mil aventuras concebidas por la mente Pedro, lo que a veces hace dudar de su existencia, a pesar de su aparición al final del libro y el desconcertante epílogo.

Mi ejemplar “aparecido” de Tantas veces Pedro es el libro que más veces he leído y prestado (un fulanito me lo devolvió descuajeringado y tuve que forrarlo, cosa que no hago muy a menudo). Es la novela de Bryce que varias féminas han podido abordar (por ahí la hice linda con La amigdalitis de Tarzán y me fue bien con Reo de nocturnidad). Al tercer o cuarto libro que les recomendaba o dictatorialmente les instaba a leer, me decían más o menos que ya basta, R, que siempre es la misma cosa, que Bryce se repite. Ninguna de ellas pudo, por ejemplo, con No me esperen en Abril, novela ambientada en la Lima de la década del cincuenta y que trata de las aventuras y desventuras del adolescente Manongo Sterne (más detalles adelante).

Una relectura de Un mundo para Julius me permitió apreciar sus aspectos positivos, su importancia para las letras peruanas. Cuando un diario editó una colección económica de libros de autores peruanos, no dudé en comprarlo, así como No me esperen en abril (leído conjuntamente con otros libros gracias a la biblioteca universitaria), cuyo costo era, en realidad aún lo es, una de las típicas cachetadas a la pobreza en un país que dicen que no lee, pero que tiene los libros más caros del planeta (ya se pueden conseguir, más vale tarde que nunca, ediciones de bolsillo en Peisa de los libros de Bryce). Recuperé sus relatos para mí cuando Alfaguara editó en 1995 sus hasta ese momento Cuentos completos: libro que incluía Magdalena peruana y otros cuentos (1986), y que en su género les siguió Guía triste de París (1999) y la ultimita La esposa del Rey de las Curvas (2009). También he leído libros críticos de su obra. Tengo en mi haber un par de imprescindibles: una excelente selección de entrevistas reunidas por Jorge Coaguila y un libro de críticas editado por una editorial venezolana, con prólogo de Julio Ortega, crítico que ha preparado para la próxima FIL un encuentro entre Alfredo Bryce y nueve escritores jóvenes (algunos detalles aquí).

La prosa de Bryce es dispersiva, digresiva, caótica si se quiere. Apela a la oralidad y la exageración, a situaciones límite que viven sus protagonistas masculinos, seres que ansían prologar su adolescencia hasta la muerte, y que se tornan insoportablemente encantadores con sus rancios códigos de conducta y su patológica timidez. Sus ficciones están enriquecidas de antiguas referencias musicales (boleros, rancheras, tangos, valses, guarachas) que cobran vigencia y se reactualizan en sus páginas. Son un homenaje al amor, a la amistad y lealtad; destilan humor y nostalgia.

En más de una ocasión he acudido a las multitudinarias charlas y conferencias dictadas por Bryce (algunas daban paso a la firma de libros) y a las programadas firmas de libros propiamente dichas, pero con nulos resultados. Con toda la experiencia acumulada, y a raíz de la publicación de su segundo libro de (anti)memorias, Permiso para sentir (2005), apenas anunciaron la firma exclusiva de este libro, en una conocida cadena de supermercados, no dudé en ir varias horas antes y soplarme la cola y colados, así como a los angurrientos organizadores. Cuando lo tuve al frente, me quedé mudo. Creo que LM fue más locuaz; a ella también “el abuelito” Bryce le había autografiado su libro, que algún día leería; pero no, R; no me pidas que retome No me esperen en Abril: ese libro es insufrible. Contigo basta... (Ecos de charlas antiguas, de esas que tienen el extraño placer de repetirse cada tanto, aunque mi interlocutora cambie.)

29 comentarios:

Maribel dijo...

Tremenda esta entrada, me dan ganas de ponerme a buscar la rúbrica de tu abuelo.
Tengo ya una pista para empezar con Bryce, incluso una amenaza, ya que adelantas con cuál no voy a poder, dios mio!! (He tenido en mis manos "No me esperen en Abril" el otro día, pero esperaba tu recomendación)

Yo también pensé en mis libros perdidos cuando leí a Zafón, y tengo la costumbre de anotar la fecha, no de entrada, sino de lectura o relectura en mis libros.
Me queda mucho por aprender!
Un saludo ;-)

Deborah dijo...

Ja, ja yo tambien me convierto en una dictadora de lo que debes leer despues de mi primera recomendacion, hago que mis amigas se conviertan en ingratas.

Igual que tu abuelo ponia mi rubrica cuando los compraba y los leia. Pero cuando deje mi hogar mi mama me dijo "Si te vas me desapareces esa biblioteca", meti los que no habia leido en mi maleta y los demas deben estar a la venta en el puesto de algun librero de Barranco. Fue doloroso.
Leeremos a Bryce esta semana!!!

R. dijo...

Maribel: No me esperen en Abril resulta intimidante por su número de páginas (puesto a elegir, a veces las escojo especialmente por ello, las prefiero extensas antes que breves). Ojalá tengas pronto una novela de Bryce en tus manos.
La próxima le tomo foto a la rúbrica de mi abuelo, y nos informas de tus pesquisas. ;)

Deborah: Así que no soy el único que tiraniza con sus recomendaciones librescas (qué alivio!)
Hay una asociación de libreros de viejo que suele instalarse en el parque de Barranco (hace tiempo que no voy por allá en horas libreras). A lo mejor me he topado con tus libros...
A ver si le dedicas un post a tu lectura bryceana (no lo tomes como una obligación, je)

Saludos a ambas,
R.

Maribel dijo...

Hola R, he tomado nota de tu recomendación "Reo de Nocturnidad", aunque la coincidencia de "No me esperen en Abril" con la novela de Murakami me atrae...(Pretend, Nat King cole), no sé, no sé...el número de páginas no es un problema, la lista de libros por leer comienza a serlo ;-)
Espero que disfrutes del viento en la luna...

lammermoor dijo...

¡Qué bien! Por fin le dedicas una entrada a Bryce. Me ha encantado,te imagino mirando y remirando el libro para comprobar que era el de tu abuelo (también yo tengo "imprestables")
Mi primer libro (leído) suyo fue Un mundo para Julius porque la prima de una amiga no hacía más que ponderarlo -creo que hizo la tesis doctoral sobre su obra. Luego, las antimemorias, las Aventuras de MArtín Romaña y El hombre que hablaba de Octavia de Cadiz. Ahí lo dejé.
En cuanto a lo de las recomendaciones, "SE ME CAEN". Ya lo veis, no puedo remediarlo.

R. dijo...

Maribel: Me la estoy pasando muy bien con El viento de la Luna. Espero que cuando le llegue su turno, te lo pases igual o mejor con Bryce (sigue tu instinto, je).

Lammermoor: Así que leíste el díptico "Cuaderno de navegación de un sillón Voltaire"... Eso ya es bastante. Los que dicen que Bryce es autor de un par de libros mencionan a Un mundo para Julius y a La vida exagerada de Martín Romaña, que son las aventuras de un latinoamericano en París (mayo del 68 y los guerrilleros de café), como sus mejores novelas.

Saludos,
R.

mario skan dijo...

leí a Bryce porque tenía buenas referencias de él, de la crítica, de los suplementos, de escritores que a mi me gustaban. Comencé con una serie de cuentos y la verdad que no me gustaron. Luego le siguió un libro delgado y muy aburrido llamado La última mudanza de Felipe Carrillo. Pero nunca le saqué la vista. Cuando compré La vida exagerada de Martín Romaña y comencé a leerlo me dije, este es el Echenique bien ponderado que vos calificas con estas palabras: "La prosa de Bryce es dispersiva, digresiva, caótica si se quiere. Apela a la oralidad y la exageración, a situaciones límite que viven sus protagonistas masculinos, seres que ansían prologar su adolescencia hasta la muerte, y que se tornan insoportablemente encantadores con sus rancios códigos de conducta y su patológica timidez." cierra perfectamente la impresión que me dejó gran parte de ese libro que no pude terminar, pero disfruté lo que leí.
También me gustaron algunos artículos de su Permiso para sentir.En fin. Muy buena reseña y saludos

R. dijo...

Mariano, cómo te va? Son contados con los dedos los cuentos de Bryce que me gustan. De lejos prefiero sus novelas, la última de las cuales me decepcionó tremendamente (ya comentaré al respecto, aunque tengo un post pasado muy crítico; digamos que escrito con la cabeza caliente, je).

Saludos,
R.

lammermoor dijo...

De vuestros comentarios, deduzco que ya leí lo mejor de Bryce. ¿O me recomiendas algún otro libro, R? En casa de mi madre hay El Huerto de mi amada, que no me resultó nada apetecible (sigue así)
Cambiando de tercio, ¿Tu gato es más tímido que el de Homo Libris? ¿O el pobrecillo estaba acoquinado con la pila de libros que tenía delante?

R. dijo...

Creo que el díptico es lo mejor de Bryce, Lammermoor. Ya intentaste con La amigdalitis de Tarzán, novela donde las cartas que se escriben sus protagonistas lleva el peso de la trama, no? A partir de El huerto... leo a Bryce en nombre de los tiempos mejores, je.

En cuanto a mi gato, Aryel, no era para menos la facha de asustadizo: odia las cámaras y encima había invadido uno de sus espacios favoritos donde sestea. Minutos antes le tomé esta foto donde luce su curiosidad gatuna, lástima que me salió borrosa.

Anónimo dijo...

Extraordinaria entrada, yo no puedo opinar pues no he leído nada de este autor, pero ya no lo siento tan desconocido después de leerte.

me encantaría ver la firma de tu abuelo ;-)

Y el gato sale precioso, aunque si se asusta y se mueve, lo pueden aplastar esa montaña de libros...por cierto cuando no están posando para las fotos ¿en dónde los tienes? ¿libreros? ¿cientos y cientos de libreros???

Isi dijo...

Bueno, yo te juro que no te he robado esos libros que andas buscando ¡porque no conocía al autor!
A mí me gusta apuntar en el libro la fecha de cuando lo adquirí, y mi novio los libros que regala siempre los dedica y pone la fecha y su firma... me parece una bonita costumbre.
Parece que la firma de tu abuelo es una especie de ex-libris, no?

Bueno, pues apuntaré en mi lista "un mundo para Julius" para empezar con Bryce ¿o mejor otro libro?

Saludos!

R. dijo...

Ale: Hace cuatro años que me mudé a un departamento, y por razones prácticas, la mudanza de libros aún no termina. Tengo pocos libreros. A la hora de la limpieza de los estantes y libros, mi gato se adueña de los espacios desocupados (ver foto de cabecera) y a ver quién lo baja (ni con cámara en mano).
La firma de mi abuelo y algunas de sus señas las puedes ver aquí.

Te creo, Isi, te creo. Un ex libris hecho a mano en todo caso; aunque mi abuelo también estampaba uno de sus sellos en cualquier página (ver fotos).
Las dedicatorias hechas por los seres amados, suelen convertir esos libros en imprestables y sus pérdidas son muy dolorosas.
En cuanto a Bryce, "La vida exagerada de Martín Romaña" te puede deparar gratos momentos (por ratos es desopilante; además, viene con segunda parte).

Saludos a ambas,
R.

Isi dijo...

Pues parece que tu abuelo utilizaba su firma para remarcar pasajes que le habían parecido interesantes, no? (claro, es que antiguamente no había post-it, jajajaj). Así pasaba las páginas e iba directo a donde quería.

El gato es una monada.

Y el libro de Bryce me lo apunto; además lo tienen en mi biblioteca, así que no tendré problema para leerlo.
Gracias.

R. dijo...

Isi: Yo creo que mi abuelo hallaba un placer extra en dejar sus señas en los libros y no habría post-it que medie entre las hojas y su entintada pluma que ponga fin a ese tipo de costumbre.

El gato te agradece el piropo. A propósito de michis, me has hecho acordar que Bryce (un autor nuevo en tu lista) tiene un cuento bastante triste que se titula "Retrato de escritor con gato negro."

Saludos,
R.

Anónimo dijo...

R:
¡muchas gracias por tomarte la molestia de subir fotos para que pudiéramos ver la rúbrica de tu abuelo!

¡que letra tan bonita tenía! ¡y que firma ehhh! veo que usaba flechas para resaltar algún pasaje...yo hago lo mismo con mis libros de la universidad...

Pues mira que yo creía que tenías todas las paredes con libreros, porque para la tremendísima biblioteca que tienes, necesitarás muchos. Me tiene impresionada la cantidad de libros que posees.

Ese gato quiere ser modelo ehhh...¿qué todos los gatos posan en cuanto ven la cámara? los de Homo Libris también salen muy monos en todas las fotos ¿será cosa de la raza gatuna?

Un abrazo,
Ale.

lammermoor dijo...

No suelo hacer dedicatorias en los libros, pero si acompaño los regalos de pequeñas tarjetitas dedicadas. ¿Se acepta?
Durante una temporada no firmaba ni ponía la fecha de adquisición de mis libros. En su lugar utilizaba un ex-libris que me regalaron. Ultimamente, recuperé la costumbre de anotar la fecha. ¡Me gusta verla y a veces, me produce cierta nostalgia!

Por último, tu gato es una auténtica monada. En esa foto está tremendamente mimoso.
¡Vais a terminar haciendo que me gusten los gatos!

R. dijo...

No hay de qué. Ale.
Qué bueno saber que tu primo libró la batalla contra la meningitis.
De a pocos tachonaré mis paredes de libros, je.
En cuanto al michi, creo que voy a utilizar el otro blog para subir más fotos curiosas (quién sabe y lo llaman para un casting, jo). A ver si recupero reseñas tipo Delirio y también la subo en garagatos.

Lammermoor: Lo primero, no te gustan los gatos???
Bueno, me parece muy considerado de tu parte escribir dedicatorias en tarjetitas aparte; salvo que la persona beneficiada te pida unas líneas en el libro o ya sepas de antemano que no le incomodará que lo hagas.
Los amantes de la lectura y de los libros no somos inmunes a la nostalgia.

Cuídenseme las dos,
R.

RebecaTz dijo...

Excelente entrada, R. Llego tarde pero me voy con varias recomendaciones apuntadas. Yo a mis libros los sello con un Ex libris, pero ahora, después de leerte, me voy con la idea que una firma es algo mucho más personal.
Yo ya no presto libros, me molesta que me los devuelvan descuajeringados (si me los devuelven, claro). XDD

¡Saludos!

R. dijo...

Andrómeda: Interesantes los comentarios precedentes, no?
Recuerdo que mi abuela usaba la palabra "descuajeringado" tanto como sinónimo de desaliño (por las fachas que teníamos después de un partido de fútbol, por ejemplo) o porque nos faltara un botón en la camisa.
Nuevamente gracias por pasar y comentar,

Saludos,
R.

RebecaTz dijo...

Alguna vez escuché lo de "descuajeringado", pero lo había olvidado. Lo voy a guardar en "mi acervo" porque me encanta. :)
Muy interesantes los comentarios precedentes y muy buena -y amena- esta entrada, salpicada de tantos aspectos interesantes.

Un saludo.

Leox dijo...

A mi Bryce , me cae bien , pero no me gusta como escribe , quiero terminar algunos de sus libros , pero no puedo ,el huerto de mi amada , Octavio de cadiz , en fin.
Me quedo con Vargas llosa , espero en un tiempo volver a tomar un libro de Bryce y que me parta la cabeza
Saludos

Homo libris dijo...

Vamos a iniciar la andadura de un club de lectura aún sin bautizar, pero que ya tiene su ubicación en Internet. Lo primero será decidir las lecturas a acometer (un autor, del que podremos leer uno o más libros, y un libro en concreto, de cualquier otro autor). Os invito formalmente a conocerlo en su sitio web de Grupos de Google, Bibliolandia, y a debatir sobre dudas que puedan surgir sobre su uso o inscripción en mi propio blog, hasta que nos terminemos de organizar.

Os esperamos.

R. dijo...

Andrómeda: Según el DRAE "descuajeringar" o "descuajaringar" era el verbo que mejor explica la situación en que me fue devuelto mi libro de Bryce.

Leox: El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz es una especie de extenso epílogo de su predecesora, La vida exagerada de Martín Romaña. En cuanto a El huerto..., pues marca una curva descendente en su carrera, para mí.
Por acá, nadie tan idolatrado y odiado a partes iguales como Vargas Llosa. Gustos son gustos.

Homo libris: Gracias por hacer extensiva la invitación a quienes visitan Fenixcidio.

Saludos a los tres,
R.

P.D. QUÉ PARTIDAZO SE JUGÓ FEDERER!!!

lammermoor dijo...

¡Me encanta esa palabra aunque hace tiempo que no la uso! También esgonciar, que uso más.

Copio parte de la respuesta al comentario que hiciste en mi blog: "Contestando aquí a la pregunta que me lanzabas en fenixcidio, te diré que hasta ahora, los gatos y yo nos habíamos tratado con cortes y mutua indiferencia. Este fin de semana, en O.(casi todas las casas tienen gato) me di cuenta de que empezaba a verlos con ojos más benevolentes.
Y por cierto, al ir a enlazar tu entrada sobre los regalos en la segunda parte del adjunto, me fijé en la foto. Definitivamente, tu gato es un mimoso (y una preciosidad)

R. dijo...

Lammermoor: Sólo conocía una palabra similar: desgonzar. Gracias por enlazarme, dentro un rato paso a leerte. Y qué bueno que vayas viendo de otra manera a los gatos!

lammermoor dijo...

Supongo que esgonciar es una derivación de desgonzar. No puedo decirte si es asturiano, o forma parte del lenguaje familiar. Lo cierto es que en mi idiolecto conviven tranquilamente palabras técnicas, con otras del español culto (perdón por la pedantería) junto con otras asturianas o del lenguaje familiar. Aquí tenemos "inflaburros" "cama trasto", "habitación puag" "gordez" "estar plof" o "amorfa" (mi estado de ánimo de estos días)
Lo que tiene que ver con el lenguaje me gusta tanto como lo relacionado con la literatura.

Mérida dijo...

Yo tenia la esperanza de toparme con una parde frases exquisitas de Tantas veces Pedro... :(

Saludos,

R. dijo...

=O

Dígame por favor su nombre y la ayudaré a encontrarse conmigo.

...que nunca volví a quererte como te quise, en nadie.

...sólo hay un amor más grande que el mío: el mío dentro de un ratito...

Hay seres que nacen destinados para las historias inenarrables.

Una erección matinal y diaria nos llena de esperanza...

...porque las historias que se prolongan en recuerdos y nada más, las historias de las que hemos sido expulsados para siempre, nos dejan el extravagante tesoro de lo vivido y su inagotable contemplación de lágrimas y cabeza gacha...

...O tal vez sí., tal vez deseaba que Beatriz se marchara para seguir intentando esa explicación imposible, esa salida única para Sophie, para un amor de juguetes que se rompen y de hombres que nunca entienden, para esa verdad que jamás podría ser su verdad sobre Sophie, ni la verdad de Sophie, ni la verdad sobre Sophie, porque tenía que existir una realidad de posada en el camino, donde la terquedad de una imaginación volando hecha pedazos y el modo de ser de un corazón pavorosamente invalidado, habrían de encontrar entre recuerdos irremediables y olvidos inútiles un descanso de rosas imposibles entre rocas de destrozo... Pedro soltó el
he dicho más triste del mundo.

Saludines,
R.