Me contó que al terminar de leer su prosopografía, se hizo un silencio sólido en el salón. Pasaron varios segundos hasta que el profesor se decidió a preguntarle si la descripción fisonómica que había hecho correspondía a una persona real. Si esa chica existía. No podía ser de otra manera, convino gran parte de la clase de aquel taller. Era una imagen muy vívida, capaz de materializarse allí mismo, frente a todos. No supo dar respuesta, y no era por querer añadir un halo de misterio, completamente innecesario, ni darle mayor importancia al asunto. Simplemente las palabras no le daban para tanto. Con el correr de las sesiones, y los primeros relatos que tenía que presentar, percibió que ya no eran los rasgos físicos de ella los que se colaban en el papel, sino sus gestos, manías y actitudes frente a determinados estímulos, así como algunas de sus muletillas, todo lo cual ya no daba pie para que le preguntaran por la misteriosa mujer que había plasmado, porque eran características atribuibles a cualquiera. Sólo él sabía la verdad, y eso llegó a atormentarlo cada vez que releía sus escritos. Quiso ponerle fin a este malestar del alma. Se decidió a castigarse en lo que más quería: abandonar la escritura para que dejara de molestarlo quien más había amado. Dos castigos auto inflingidos inconscientemente eran demasiado para él. Ella no tardó en visitarlo en sus sueños, el siguiente paso fue hacerse notar a retazos en unos ojos, boca, cabellos ajenos. Él sintió enloquecer. El insomnio no le alcanzaba para estar despierto a una realidad paralela que no habitara el recuerdo de ella. Volvió a la tinta y al papel: tendría que seguir escribiendo tal como lo había empezado a hacer en la primera clase. Hasta que lo que sus antiguos compañeros y profesor creían que eran cuentos independientes, fue tomando forma en un relato más extenso, decidido como estaba a ser lo más fiel a la realidad, apenas ficcionalizando la participación de terceros en esa trama que ambos, él y ella, conocían, pero que sólo él creía, alucinaba, poder contar. Cuando me tocó visitarlo calculé que aún le falta relatar un par de líneas, aparentemente las últimas. Hasta donde pude leer, ella agonizaba y él, atónito ante el charco de sangre, sintió el peso del arrepentimiento tardío y escapó, dejándola moribunda. Ese era el recuerdo que le perseguía, mezclado con un falso recuerdo, un desenlace que no puede trasladarlo al papel y no sabe el porqué. Yo lo supe desde el primer momento. Tengo otros papeles, en uno de los cuales ella lo describe a él perfectamente y cuyas palabras calzan a la perfección con el tipo de sujetos que le huyen al momento final que elaboraron para sus víctimas. Él no sabe que ella sigue viva, que no murió. Más por un gesto de caridad, por si logra comprendernos desde su ensimismamiento cerril, a ella le contamos que él se suicidó después de creerla muerta, lo cual se ajusta plenamente a su actual condición fantasmal. Ella no quedó bien del todo de la cabeza, sólo se dedica a escribir incoherencias mezcladas con algunos instantes de lucidez reveladores, como el que permitió retratarlo. Son un par fantasmas que aún no se encuentran en las páginas que siguen escribiendo, y esto de alguna manera me apena: que penen ante la página en blanco en la que se ha convertido sus vidas. Tal vez yo debería darles el sosiego que tanto ansían sus estragadas mentes. Me pondré a escribir.

1 comentarios:

Hacker Fox dijo...

Son este tipo de ejercicios los que me traen a la mente la imagen de una serpiente mordiendose la cola. Un cuento que cuente las circunstancias en las que se forjó el mismo cuento. El tono sosegado de la narración, a punto de caer en letargo (bueno ok, cedido al letargo en algunas partes), le falta.
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(mira ve, como bueno critico! jajaja)