R, R y T

Cualquier parecido con la irrealidad...



R se confiesa fan de Roberto Bolaño, escritor chileno que falleció hace 3 años víctima de un cáncer hepático, a la edad de 50 años y que no tardó en convertirse en un autor de culto. Meses atrás (abril) R, asiduo lector de blogs literarios y secciones culturales de diversos diarios, se enteró de la publicación de dos nuevos libros póstumos de Bolaño. Tiempo después (mediados de junio), cuando visitó una librería capitalina, R los vio, hojeó, sopesó sus bolsillos, y si no agachó la cabeza, desmoralizó y/o ruborizó fue porque sabe esconder sus emociones, aunque no cree reprimirlas (están allí, camufladas si se quiere). Como nunca le gusta retirarse de una librería sin haber comprado nada, ese día R adquirió tres libros de autores peruanos (una novela, una nouvelle y un libro de relatos). Días después R visitó Quilca. Su “caserita 2” con la lista de novedades en mano le ofreció pedirle, si quería, los famosos libros con un descuento del 15%. R tomó la lista y se le encendió la mirada al leer la reposición de “Llamadas telefónicas”, el primer libro de cuentos y relatos de Bolaño que había leído en versión e-book. A R le tincaba que su “caserita 1” iba a tener ese y los demás libros del chileno, y como aún no tenía prisa, ni dinero (menudo detalle), aprovecharía el descuento mayor con que siempre era beneficiado, lo cual sucedería parcialmente: A la semana R compraría el antes mencionado libro dándose momentáneamente por satisfecho (los otros no los tenía).

R cifró sus esperanzas de encontrar los benditos libros en la tradicional feria del libro; planeó incluso asistir el día de la inauguración, visitar el stand que importaba los títulos de Anagrama, hacer sus primeras compras para luego acudir a la anunciada presentación de un polémico libro, cuyo autor nacionalizado mexicano nunca arribaría al país; de R podría decirse que ese día y el siguiente se hallaba no habido en el mundo de los sanos: Dos días estuvo en cama víctima de una infección intestinal, padeciendo fiebre y escalofríos el primer día y desmejorado los siguientes, lo que le imposibilitaría también de acudir al cumpleaños de A. Ese jueves R habló por teléfono con K. Él le contó su estado enfermizo, ella le comentó el gusto que, pese a los finales abiertos de un buen número de relatos, le había dejado el Bolaño de “Llamadas telefónicas”. R no ocultó su complacencia ante el placer compartido que suscitaba la lectura de uno de sus escritores favoritos. Al día siguiente, en fase de recuperación, como R no tenía ninguna nueva lectura que acometer, se decidió por releer el libro que a K le había gustado y fue como recuperar intacto un pasado de letras indelebles; se reencontró con aquellos pasajes y situaciones que K le había mencionado, afirmándolos en su memoria para posteriores charlas. Algo repuesto, R fue al tercer día de la feria, fecha en que las principales ofertas ya habrían sido previsiblemente aprovechadas. En el stand de Océano constató lo siguiente: El secreto del mal: agotado. La universidad desconocida: un único ejemplar bastante manoseado. Para otra vez será, se dijo un estoico R.

Ocho días después de finalizada la feria, un lunes para ser más exacto, R decidió darse una vuelta por Quilca, vio que el stand de su “caserita 1” estaba cerrado, compró a buen precio de “caserito 3” la novela de un escritor boliviano, y se dirigió adonde su “caserita 2” para encargarle los libros de Bolaño, decidido como estaba a tenerlos de una buena vez. “Caserita 2” hizo algunas llamadas bastante desalentadoras porque o bien no le contestaban o el tono era vacilante del otro lado del hilo telefónico (¿podían o no conseguir libros, siquiera uno de ellos?). En resumen, un mensaje de texto le noticiaría a R que los libros de Bolaño estaban agotados. Tres días después, y resignado a rembolsar el precio de librería de los libros de Bolaño, R volvería a ver a T, y con este segundo reencuentro de agosto, bien podría iniciarse otro relato, cargado de emociones intensas y final medio triste, esto debido exclusivamente a la personalidad escaldada de R, no a T.

Pero bueno, abreviemos: Ese jueves R y T despejaron brumas de ayeres recalcitrantes, absolvieron malos entendidos y… eso y más: Se citaron para el sábado, que no estaba muy lejos, y la buena estrella de T se derramó sobre R ese día, a quien, supersticioso como él solo, se le ensombreció la mente cuando se le desató el pasador del zapato izquierdo, pero tenía El secreto del mal en su mano (“caseria 1” tenía los libros de Bolaño y un libro de Coetzee que a R le faltaba. La Universidad Desconocida se lo iba a reservar porque no disponía de efectivo, todo esto acaecido entre bromas que T, "caserita 1" y esposo le gastaban a R). O sea que nada malo podía pasarles, al menos ese día en que compartieron una cena deliciosa que T invitó. R se encargó del resto de la noche, pero como los días de buena suerte acaban a las cero cero horas, y R con sus insomnios y humor fluctuante simplemente la caga, este relato debería acabar a las dos de la mañana de un domingo en que R y T se despiden fríamente.

Sería muy penoso que las historias reales no continúen más allá del punto final que se digita en un diario virtual o inscribe en el papel. R y T no se han visto desde ese día, un simulacro de fin de mundo hizo que intercambiaran mensajes de texto preguntándose si estaban bien (diagnóstico: sanos y salvos pero distanciados). Un mañanero (irónica palabreja) partido también los congregaría frente a la pantalla de sus celulares, y nada más, o sí, pero no importa, porque sucedió antes y T no tenía como saberlo: R adquirió el martes de esa semana que fenecía el libro de Coetzee y le volvió a decir a su “caserita 1” que ya volvería por el otro libro de Bolaño. Minutos después, R enrumbaría a su casa con dos libros en el maletín: “Caserita 1” le dijo que se llevará nomás el libro, que ya le pagaría cuando volviese, que no se preocupara. R no se hizo de rogar, pero antes de la fecha pagaría esos 98 soles, saldando una deuda (vigorizando la palabra empeñada) pero persistiéndole otra y es que extrañar cuesta, y el extraño que extraña tiene una deuda impagable con la vida y su puto orgullo.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Jaja, tal vez no debiera, pero este relato me causa mucha risa!!
Un caso ese R, ah!

Saludines

Na