Noble, y a veces incomprendida, la tarea de quien se propone regalar un libro. No es sencillo dar con el gusto ajeno, por más que uno crea saber medianamente los intereses libreros del receptor. Más fácil, creo yo, es hacer las averiguaciones respectivas (de mutuo propio o por terceros) sobre lo que nunca leería esa persona a obsequiar; qué tópicos le repelen, qué autores le enronchan (prejuicios incubados), y, por mera intuición (se nota a leguas), indagar si le dedica un tiempo a la lectura, si en verdad lee algo más que no sean revistas y correos electrónicos. Considero un desperdicio regalarle un libro a alguien que no aprecie la lectura y los libros.
En mis peores pesadillas me he visto jugando por obligación (casi amenazado) al amigo secreto, recibiendo anónima y estentóreamente los más diversos libros de autoayuda (secretos para ser feliz, mejorar mi calidad de vida, vivir en armonía con el cosmos; recetas para hacer de este, un mundo mejor, como si no bastara el simple hecho de haber nacido), y yo tenía que tatuarme una sonrisa falsaria para estar a tono con el espíritu navideño y no pasar como un resentido, paria o Grinch.
Cada vez que se acerca el cumpleaños de alguna amiga, conocida, compañera sentimental o de trabajo, ya estoy pensando en el libro que le regalaré (novela, colección de cuentos o poemario, preferentemente). A los patas, compañeros, con una dotación alcohólica, creo haberme ganado el cielo. Soy demasiado previsible en estas situaciones.
No envidio a los memoriosos que recuerdan el primer libro que les fue obsequiado. En mi caso, tendría que acudir a la regresión hipnótica, pero como aún no me resulta relevante para fines prácticos (podría inventármelo, incluso, hacer una ficción de aquello), sólo me recuerdo leyendo, escogiendo qué libro leer, discriminando por el diseño de la portada, número de hojas, ilustraciones interiores y otras consideraciones bisoñas. Por el contrario, llevo una relación de los libros que me obsequiaron en los últimos 13 años, a partir de mi cumplemenos número 18. Relevante sí me parece incentivar la lectura de los pequeños de la familia, mediante el regalo de libros acordes a su edad.
Me intriga, eso sí, el rostro de cualquier agasajada con un libro: el inmediato momento en que rasga el papel de regalo y lee el título. Me gustaría contrastarlo con el que adoptará al justo instante final de su lectura. Suelo conformarme con el talante que adquiere cuando me está contando sus impresiones. Que dicha persona haya llegado al final del libro, ya es reconfortante. Por eso, nada más matalectores que regalar librotes de cuantiosas páginas, por el anodino hecho de quedar como un sabihondo en cuestiones literarias con la mejor edición del Ulises de Joyce o de La montaña mágica de Mann. Se trata, creo yo, de llegar en breve a intercambiar opiniones con el receptor, por más críticas que estas sean, sobre el libro obsequiado.
No suelo regalar un libro cuyo título no tenga en mi biblioteca y, obviamente, no haya leído antes. Esto no sólo por crear un tema de conversación a futuro, sino por la preponderante y egoísta razón de que una vez adquirido el libro desconocido para mí, terminaría por leerlo y quien sabe quedándomelo. Una única vez iba a hacer lo contrario (actualmente ocupa un lugar en mi biblioteca). El caso lo ameritaba.
Con “ella” habíamos tenido todo tipo de charlas en torno a la poesía de Luis Hernández, a raíz de la publicación de una antología que incluía diversas fotos del vate peruano y que ambos no teníamos, porque estábamos satisfechos (o eso creía al menos yo) con nuestro propio ejemplar de su reeditada Vox Horrísona. De todas maneras, creí que a ella le vendría de perillas esa antología como obsequio por su cumpleaños. Pero no contaba que yo no era el único que pensaba de esa manera. Alguien antes se me había adelantado (esas cosas pasan cuando suceden; pero yo nunca las había sufrido!).
Lo mejor que pudo haberme pasado fue averiguarlo en una conversación telefónica, la víspera de nuestro encuentro. Por más que ella me instaba a dejarlo así, ya que yo no podía cambiarlo, menos devolverlo, o que le regalara uno de mis libros (jamás lo haría, sería incapaz de tamaño gesto de desprendimiento, y no se imaginan cuánto valoré cuando yo fui merecedor de tal regalo), mentalmente hice cálculos para llegar a la cita a la hora acordada con otro libro. ¿Pero cuál? Con los datos recabados, esa noche cavilé al respecto: finalmente entre dos libros escogería. Al día siguiente, in situ, terminé por decidirme. Tiempo después, sería grato saber que, de haber optado por el otro título en mente, igualmente ella hubiera terminado por gustarle (es más, la novela que no elegí, ella pudo leerla por su cuenta y ver una aceptable adaptación cinematográfica).
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El domingo último terminé de leer un libro más de Philip Roth. Quedé medio grogui. Era el séptimo libro leído consecutivamente de los once que junté del escritor norteamericano. Como faltaban dos días para mi cumpleaños, decidí tomarme un descanso, releer algunos párrafos, darle un vistazo a mis apuntes. El miércoles, post celebraciones, en vez de retomar a Roth, decidí regalarme un libro que no fuera de él. Un regalo simbólico, claro está, ya que quienes somos lectores impenitentes, no hay mes del año en que no nos obsequiemos libros; unos serán más especiales que otros, pero regaladísimos estamos y seremos por nadie mejor que uno mismo.
La tarde del miércoles la tenía libre. Salí del trabajo con un libro que me obsequiaron lo que me mantuvo contento y predispuesto a salir afortunado de mis pesquisas librescas. En vez de dirigirme a cualquier cadena de librerías, mis pasos me condujeron hacia mis caseritos del boulevard de la cultura de Quilca, a no sólo en búsqueda de mi regalo simbólico, sino también por tres títulos más de Roth que había encargado.
Llegué y mis pedidos estaban ahí: Deudas y dolores, El oficio: Un escritor, sus colegas y sus obras, y La conjura contra América (¿de quién más?: de Roth). Luego me dediqué a buscar "mi regalo". Oscurecía y ya tenía en mente un par de títulos, hasta que lo vi. Se trataba de una edición aparentemente cuidada de La Vaca (Alfaguara, 1999), del entrañable escritor guatemalteco Augusto -Tito para los amigos- Monterroso (1921 - 2003). Solicité que le sacaran el plástico. Comprobé su buen estado, las imperceptibles huellas de humedad de sus hojas, el paso del tiempo en ellas, ese olor inconfundible a cosa guardada esperando por uno. Pese al precio adherido al plástico, pregunté su costo e incluso pedí rebaja, la cual me fue concedida.
En el taxi que me condujo a casa, empecé a darle una ojeada a mis libros. A simple vista, el libro de Monterroso exigía leerlo con paciencia, degustarlo de a pocos (no me equivocaría). De los tres nuevos títulos de Roth, La conjura contra América hacía toda clase de méritos para retomar a su autor (eso haré en breve). El auspicioso prólogo del libro que me regalaron, exigía acometerlo de inmediato (hecho), hacerle los honores, previa indagación en la red de si existía alguna reseña que confirmara lo escrito por el prologuista, el español Hernán Miyoga. En casa no sólo confirmé sospechas y terminé por decidirme a empezar la lectura del libro que me regalaron, también a escribir, más temprano que tarde, este post.
…
¿Qué cara poner cuando te regalan un libro que se titula Estúpidos, rufianes e iluminados (San Marcos, Colección Súmmum, 2008)? ¿Qué cara te devuelve el espejo, la memoria? ¿La de estúpido, rufián o iluminado? ¿Dos de tres o las tres? En mi caso, no me sentí aludido, tal vez debería haberlo hecho, pero sólo tuve palabras de agradecimiento para quien me regaló la ópera prima de un ex rostro televisivo y ex hombre de radio, de inconfundible acento rioplantense, pero más peruano que el gallito de las rocas: Carlos Bejarano.
Supongo que habrá quienes intentarán descifrar en el título, no ya en las páginas interiores, de los libros que les obsequian, un mensaje oculto, soterrado; algo implícito, algo que les quitará el sueño o los predispondrá a la duda eterna. Habrá también quiénes se lo pensarán dos veces antes de regalar un libro que contengan un título socarrón, alarmista, triple x, o de un escritor que se precia de una prosa dura, escatológica, o que justo por todo aquello los escogen. A mí me tocaron en suerte un buen número libros de regalo. Me descubrieron por primera vez a escritores que ya hice mis favoritos como Javier Marías y Juan José Millás, por citar un par que mi memoria soltó prestamente. Hubo quienes se animaron a dejarme algunas líneas como dedicatoria, también quienes me la solicitaron y tuve que vencer mi timidez y el temblor de mi mano para estar a la altura. Hubo y habrá. Habrá mientras hubo.
16 comentarios:
Regalar libros qué bueno, tan gratificante como recibirlos de regalo.
El último libro que me regalaron fue para mi cumpleaños y se trató de Donde yo no estaba de Marcelo Cohen. De los que yo me regalé destaco los libros de Wallace: Extinción, Hablemos de langostas y La niña del pelo raro tres ejemplares sin mesetas, los tres muy recomendables.
Del genial Roth leí sólo dos libros: El lamento de Portnoy y Pastoral americana, ahora quiero conseguir de él su libro de memorias o me engrampo en un fiasco? Ud. que ya leyó varias novelas de Roth: cuál me aconseja para ingresar a la número tres?
saludos
De Roth yo también he leído exactamente los mismos que Mariano. Javier Marías es uno de mis escritores favoritos y de él mi preferido es "Corazón tan blanco".
Sobre lo que dices de regalar libros, también intento obsequiar los que creo que van a interesar a la persona. Por ello, no siempre regalo libros que he leído o tengo en mi biblioteca. Por ejemplo, mi papá prácticamente lo único que lee son best-sellers (al menos lee, eso ya es ganancia) y aunque a veces leo algunos no soy muy adepta de éstos. Así que más de una vez le he regalado un libro que no conozco.
Por otro lado, puede que sea un desperdicio regalar un libro a alguien que no aprecie la lectura, pero al mismo tiempo uno nunca sabe y quizá gracias a un libro se despierte el amor por la lectura en otra persona.
Un saludo,
Strika
P.D. Ya está en línea la segunda parte de la entrada sobre "cholo".
A los patas, compañeros, con una dotación alcohólica, creo haberme ganado el cielo. Soy demasiado previsible en estas situaciones.
¿Eso no es machismo? jojo
Regalar o acertar el regalo es todo un trance que lo somete a uno a sufrimientos únicos lo cual resulta contradictorio ya que mientras uno se desgañita tratando de elegir el regalo adecuado el cumpleañero espera feliz y hasta altivo con la capacidad de decidir si le gusta o no. si bien un libro es una buena alternativa, no todos (muy pocos en verdad) leen y reciben con verdadero agradecimiento uno. Tengo una amiga que soluciona todo muy fácil: cuando va ser tu cumple, te pregunta "¿qué quieres de regalo"? y uno en un arranque de humildad le dice "nada" y ella insiste y uno insiste en su humildad y al final claro "ganas" (pierdes, seamos sinceros) y no te regala nada a pesar de su disposición por regalarte "lo que tú quieras".
Una vez regalé un libro (no voy a decir cuál ni a quién) que no había leído pero moría por hacerlo aun con serias dudas sobre la calidad de tal. Lo regalé y esperé agazapado, cual Dragón de Komodo espera la caía de su victima, el respectivo comentario sobre el regalo y cuando me dijeron "me encantó" lo primero que hice fue pedirlo prestado, lo leí y me encantó a mí también. Me gustó regalarme esa lectura jeje.
No haya nada más grtificante que compartir, no hay nada como eso, compartir una botella de cerveza, de whisky, de ron o de lo que haya, con la persona adecuada suele ser tan placentero que uno piensa si todo ese acto de desprendimiento no es en realidad egoísmo encubierto.
Compartir el endemoniado camino de leer una obra o un autor es ya otra cosa. Es casi compartir la memoria. Los mejores regalos que he recibido, que no han sido pocos, han sido indudablemente libros o discos. Los tengo catalogados en la mente como estrellas en el cerebro de un marinero, casi como los rostros con los que uno se ha emborrachado, aunque sea casi imposible.
Jajajajajajaja (6)
Ya te regalé un premio en mi blog jajajajajajajajaja.
Favor con favor ¿no?
Muahahahahaha
Regalar y recibir libros es compartir pequeños paraísos. Un gusto leerte. Saludos.
Hola, Re. Espero que hoy mi comentario llegue a buen puerto; por si acaso, seré breve. Ahora mismo, estoy leyendo La Mancha Humana; no había leído nada de Roth.
En uno de mis adjuntos hablé sobre regalar libros. Espero que cuando lo recupere lo leas y opines. De momento te diré que me parece uno de los regalos más dificiles; solo lo hago con gente con la que tengo mucha confianza y aún así, no siempre acierto.
No suelo regalar ni recomendar libros que no haya leído y, evidentemente, me hayan gustado. Tan solo un par de veces,con mi hermana.
¡Nos vemos (leemos)!
Hola lammermoor! Vaya que es todo un tema el regalo de libros, pero por lo visto, tenemos nuestras coincidencias. Espero leer pronto lo que tienes que decir al respecto y sin duda opinaré.
Nos leemos!,
R.
Estoy pérdida en tu blog, R. que buen post, libros, qué difícil es regalar, y cuántos títulos de Roth. ¿te leíste 7 seguidos?, eso es sobredosis!!
Veo que Lammermoor se ha adelantado, venía aquí desde uno de sus post y me he quedado en otra entrada, además hoy tengo huecos inusuales y aprovecho. !Qué bien que los tres podremos hablar de Roth!,
De lo que escribes deduzco que también leiste "La conjura contra América" ¿no?,viendo el lío para buscar post anteriores hemos puesto un buscador en el blog. ¿es útil?
Me gustan Millas y Marias, y por cierto, tras leerte, sin dudarlo el espejo te devuelve la imagen de iluminado, Sin dudarlo!!
Un saludo ;-)
No sé si encontraré el camino de vuelta, je, je, je.
Qué tal Maribel! Trataré de colocar una brújula la próxima vez. ;) Esta madrugada se me fue el tiempo cambiando de fachada al blog.
Sí pues, la austeritis y la rothmanía me pegaron fuerte. Y si encontraba más títulos de Murakami la cosa hubiera sido igual.
Yo ya voy a empezar a leer la tercera parte de Tu rostro mañana de Javier Marías. El último libro que leí de Millás, y que me gustó bastante, fue El Mundo (Premio Planeta 2007).
En cuanto a La conjura contra América, pues daría para un post comentar sobre la capacidad fabuladora de Roth, sobre el narrador (un niño judío), sobre Lindbergh como personaje... No te animas?
Corro a otro post...
Hola R.
acabo de ver tu nueva fachada, la de tu Palacio de Papel. Decirte que tengo que pinchar en las etiquetas para leerlos, el fondo me encanta!, tal y como carga la página no se ve el texto ?
Veo que tu también atesoras obra de tus autores favoritos, coincido contigo en varios, como los 3 que citas, y estoy abrumada con la cifra de 27 de Vargas Llosa , guauu!
Tengo pendiente el de Millás, tengo una amiga adicta que me los presta.
Tengo un minipost de La conjura contra America en el blog, de cuando empezamos, anímate a comentar y saldremos ganando!
Un saludo, ;-)
Caray! El blog se ve normal con Internet Explorer y Mozilla. ¿Qué navegador usas, Maribel?
Luego paso por tu minipost
Saludos,
R.
Hola R,
todo subsanado, navego con Mozilla y con Safari. Ahora lo veo perfecto con ambos. Ayer me me desaparecía ese precioso fondo de jeroglíficos que has puesto. Vaya si has resurgido de tus cenizas!!
Ah!, me descargue El lector, va a ser mi primer ebook, gracias!, ahora voy con el cuento de Cortazar...
Yo encontré hace un tiempo un capítulo pérdido de Rayuela, lo tendré que escanear.
Espero tu visita,
Un saludo ;-)
Esta plantilla viene con truco, Maribel. Hace un rato desapareció el fondo, para volver a reaparecer luego. :/
Yo vencí todas mis reticencias contra los e-books, gracias a Roberto Bolaño. Siempre hay una primera vez. Espero que disfrutes El lector.
Te cuento que Papeles inesperados, los inéditos de Cortázar reunidos, incluye un par de páginas tituladas Un capítulo suprimido de Rayuela. Vendrá a ser lo mismo que tú dices?
Ciao,
R.
Ayyy yo creo que regalar libros es muy difícil porque cuando alguien lee mucho siempre está la pregunta ¿tendrá ya este libro? ¿ya lo leería? Y también por supuesto, la posibilidad de que no le guste…
Pero existe el regalo PER-FEC-TO: que te regalen una tarjeta para comprar en la librería. Eso me dio mi hermana esta navidad y bueno, yo daba vueltas de puro gozo alrededor del pino navideño. (es una tarjeta a la que le abonan una cantidad de dinero, de la que luego tu puedes disponer cuando van a la librería)
Y adiós mortificación: el recipiente del regalo lo usará para comprar lo que su corazón le susurre…jijiji
Ale, qué buena idea la de la tarjetita. Yo en cambio suelto como al descuido una terna de títulos o escojo in situ mi regalo.
Si tengo que regalar, pues someto a la agasajada a un sesudo cuestionario. Me gusta el factor sorpresa.
Saludos,
R.
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