1.
Es martes. Falta poco para la medianoche. Sin ganas de leer ni ver la TV, tengo encendida la luz de la lámpara que alumbra los contornos difusos de quien se sabe poseído por sus desdichas, las que alguien menos complaciente llamaría vilezas. Estoy tentado de fumarme todos los cigarrillos de la cajetilla invicta que tengo guardada en algún cajón mientras cuento ovejitas; vicio, el del tabaco, no el de ovejero contable, que creí haber dejado y que estuvo ligado a otro de triste recordación. Echado en la cama, con mi gato plácida e envidiablemente dormido al pie, mis pensamientos giran en torno a la película que vi en el cine con Luana: El perfume, adaptación cinematográfica de la novela homónima de Patrick Süskind. Nada es casual, lo admito. Presiento que de nuevo el insomnio se va a apoderar de mí. Creo que debí invitarla a pasar, con el pretexto que fuese, para acabar teniendo sexo y de esta forma posponer mi actual estado de vacío interior.
En realidad, me hubiera bastado con prolongar los besos de despedida, manosearla un poco, jalonearla y trasponer juntos el umbral de la puerta que no quise abrir delante de ella; como es día de semana, el libreto hubiera sido previsible: unas horas después, Luana en mi lecho, posiblemente satisfecha, se desperezaría, entraría en pánico, me preguntaría la hora y sin esperar respuesta, en pie como accionada por un resorte, trajinando desnuda y apetecible, me diría que ya era muy tarde, que lo sentía, pero mañana tenía clases temprano, que otro día pasaríamos la noche. Yo apenas me mostraría servicial para ayudarle a ubicar sus pertenencias en el caos de mi dormitorio, viéndola vestirse, irse por donde vino, tratando de recordar nuestra última conversación con respecto a sus quehaceres diurnos.
Luana, a sus tiernos dieciocho años, mantiene un pertinaz conflicto vocacional. Sólo un milagro pudo haber hecho que pisase la universidad como estudiante de no recuerdo qué facultad (en mis clases de la pre no era de las más aplicadas), estudios que abandonó el segundo semestre para dedicarse al aprendizaje simultáneo de tres idiomas que uno por uno también fue dejando para quedarse con ese lenguaje inmemorial capaz de prescindir de las palabras. ¿Qué afanes la abstraen desde hace un mes? Creo que está estudiando teatro. Aún no me hago la idea de verla algún día como actriz (actriz porno, quién sabe). Es más, algo me dice que ella no se llama así, sino que es su nombre artístico: todos los que están llamados a convertirse en artistas, y no están conformes con el suyo, pueden adoptar el que les plazca, me paporreteó en cierta ocasión, para en el acto proponerme cambiar el mío, por libre elección o el que su ingenuidad me creía merecedor.
Ahora que lo pienso mejor, tal vez la verdadera vocación de Luana se restrinja al ámbito sexual, aptitud de la que no parece estar consciente o lo disimula muy bien. Sin embargo, se define imaginativa en la intimidad (doy fe de ello) y sensual a tiempo completo, rasgo del que aún no le he pedido un mayor esclarecimiento ya que me aterran sus explicaciones chapuceras. Físicamente se halla de rostro normal (la verdad es que no es bonita) y cuerpo llamativo. Tras las ropas ceñidas que siempre usa, se dejan adivinar sus generosas formas que no me canso de palpar, ensalivar, morder apenas se me descubren en todo su esplendor.
No me hago ilusiones. Que haya sido el primero en muchos sentidos, no me da ningún derecho de posesión sobre ella en el futuro. Si mañana mismo decide no volver a verme, jamás le instaría a que lo piense mejor; además, quiero creer que no sólo me bastan para llenar estas horas insomnes de humillación existencial, los orgasmos compartidos ni su silencio comedido que acompaña a mis largas peroratas post coito. Alguien me falta, y esa persona no es Luana en ninguna de sus facetas.
Su obsecuencia no parece tener límites. No creo ser ningún degenerado por haberla inducido a practicar sexo anal, no lo consideramos una aberración; es más, percibo que sus reticencias iniciales han desaparecido para hacer esta práctica parte del menú sexual que nos proveemos. Por lo demás, se podría decir que somos convencionales (nada de tríos ni adminículos invasores, tampoco golpes fuera de control), mas no fanáticos: podemos dar rienda a nuestras fantasías ya sea en mi habitación o en ciertos lugares públicos, nunca en su casa (a la que me niego acudir), para mantener a raya la rutina -y de esto algo sé- que ponga en peligro nueve meses de relación.
¿Qué tipo de relación? La evidente. Todo va bien mientras a ella no se le ocurra llevar más lejos ese jueguito de repetirme varias veces que se está enamorando de mí, que supongo forma parte de sus ejercicios dramáticos y que he correspondido con deficiente histrionismo por considerarlo una de esas frases mata pasiones. Bastante hacemos el uno por el otro tolerando nuestras manías y soslayando nuestras insalvables diferencias. En suma, no tengo nada que ofrecerle, a pesar de que un rápido inventario de mis pertenencias me obligaría a contrastar mi situación presente con la de hace un año, con un notorio e inútil saldo a favor; menos algo que reclamarle llegado el momento. ¿Qué momento? El momento del adiós, posibilidad a la que me he ido acostumbrando desde que empezamos a acostarnos sin mayores compromisos.
(Sigo despierto. No quiero ver el reloj. Sentado frente al monitor de la PC, he tratado en vano de invitar al sueño mediante la escritura de un hecho que no concite mi entusiasmo, sino invoque el tedio, la fatiga, con Luana como protagonista. Sé de hechos reales e inventados capaces de excitar nuestros sentidos creativos, con fines lúdicos o terapéuticos -este parece ser el segundo caso-, y de conciliarnos con esa vocación insumisa que hace de uno un escritor, aunque de cuestionable talento. Alguna vez quise ser escritor. Di por muerto este delirio con todos aquellos proyectos narrativos que creí enterrados conjuntamente con el recuerdo todavía insepulto de Fiama: nombre que al salir del cine me ha invadido y acompañado de camino a casa, se resiste a abandonarme y se ha adosado veladamente al primer párrafo de este relato que llevo escribiendo en mi mente y que ahora se desboca en el teclado y escolto con incontables pitadas.)
2. Continuará...
1 comentarios:
hola! te encuentro después de tiempo. A ver si conversamos pronto, si me das tu correo que me quedé sin ninguno. La sección de los gatos, ja, genial!
Publicar un comentario