Pocas cosas peores que salir expectorado de tu propio cuarto, y además mojado, después de unos momentos calenturientos que prometían una noche lujuriosa. En la calle, bajo la anoréxica garúa limeña, me sentía como Chespirito imitando al actor de una vieja película-musical, pero sin paraguas ni verdadera o artificiosa lluvia. Escenográficamente hablando, me faltaba todo, salvo la sensación de humedad y la nariz constipada que me hacía pensar en lo pernicioso de este invierno. Sin embargo, la cordura aún no la perdía, y esa gente que miraba a un ensopado tipo me daría la razón.
El affaire, por nombrarlo de una manera decorosa, fluía dentro de lo previsible. A pesar del tiempo transcurrido, fue grato reconocerla y encontrarla desorientada en una avenida -se mantenía joven, aunque pasasen los años-, para minutos después verla vestida con lo mínimo indispensable, bajo mi precario techo, sin las miradas libidinosas que se la querían comer con los ojos. “Amigos y amigas de la calle”, me diría con total desparpajo. “Tus amigos no son mis amigos, al menos esta noche”, le dije. Ella, fiel a su estilo, sonrió coquetamente para todos, no solo para mí. Su risa de dientes perfectos me pareció una promesa de todos los incisivos, caninos y demás que me faltarían en mi vejez. Por si alguna vez, de acá a algunos siglos, nos volviésemos a ver, consideré pertinente ahorrar para comprarle una dentadura postiza, y así yo pueda contemplar, gracias a la cosmética, su eterna sonrisa primordial; en caso contrario, me sería beneficioso.
En mi cubil tenía muy poco que ofrecerle para beber, así que improvisé un trago mezclando los restos de una bebida gasificada con algo de alcohol medicinal, lo que nos sirvió para combatir el frío. Y cuando ella ya estaba bastante desabrigada, burbujeando ardores, y yo harto motivado… ¡Miércoles! Unas gotas caen del techo; y otras más. ¡Miércoles! Inundación en el piso superior y la jodida filtración. “¡Mierda!”, dice ella que no se aviene con eufemismos y se empieza a vestir y yo trato de calmarla, que si colocamos la cama unos metritos más allá, y un balde, bueno, unos vasos debajo de. No hace caso de mis medidas de emergencia. Me resigno a verla cruzar la puerta, a dedicarme la noche entera a oír el golpeteo del agua, a sentir mi corazón como un puzzle al que le faltan todas las piezas porque se las ha llevado; a no saber nada de ella por sabe el diablo cuánto. Mas veo cómo agarra mi frazada y la tira a una parte seca del suelo, se arrebuja y me ordena que me vaya, ipso pucho, que la deje descansar y yo obedezco no sin antes botar la basura por la ventana y ubicar estratégicamente el tacho y los vasitos debajo de las goteras.
Lloviznaba en la calle, el frío había amainado un poco, mi errabundeo me llevó cerca de una muchedumbre nocturna que se solazaba en la contemplación de algo o alguien. Me acerqué. Se trataba de un tipo que cantaba algo en inglés, mientras hacía piruetas lógicamente risibles para un público poco conmiserativo, sin importarle un pepino el espectáculo que daba a esas horas y bajo la ducha que una tubería rota, cual aspersor, lo bañaba torrencialmente. El sujeto alucinaba que estaba cantando bajo la lluvia, pero se le veía feliz. ”Las cosas que haces luego de un buen polvorín”, me dijo un nictálope transeúnte, con mundana sabiduría.
Sí, claro, el tipo estaba cantando bajo la lluvia y yo hueveando bajo la garúa.
...
Me despierto. Mis ojos se acostumbran a la penumbra de la habitación. Trato de ubicarme en el tiempo y el espacio; este último me es familiar o quiero creerlo así. Miro hacia arriba y no es el techo de tablas del cuchitril de mi sueño; estas paredes no filtran la humedad. A mi izquierda, unas cortinas ligeras cubren una amplia ventana y la luz exterior que se despierta con cada amanecer. ¿Qué horas darán? ¿Qué día será hoy? Nuevamente tengo una respuesta para la segunda cuestión. Debe ser domingo a juzgar por los elementos aún velados y mi posición en esta cama, la cual considero mía. Una pantalla de televisor se atisba metros adelante, la imposibilidad de asir el reloj despertador porque no está a mi alcance -este siempre lo dejo en la mesa de noche del lado derecho-. A mi diestra, una presencia femenina, con su aroma característico, descansa ajena a mi vigilia. Ahora sí estoy seguro que es un domingo cualquiera de los últimos meses, rutinario en sus olores, el gusto en mi boca de algún licor y la disposición de ciertas cosas -me incluyo- que los otros días de la semana no admitirían: la TV en mi dormitorio, ella en mi lado favorito de la cama y yo a años luz del reloj despertador; en las fronteras de la irrealidad.
Me reacomodo. Pongo las manos debajo de mi cabeza y mientras afuera la luz del alba termina por definirse, y los mínimos ruidos de la ciudad acaban de darse cuerda, me concentro en la evocación de mi sueño y trato de buscarle un significado porque no es la primera vez que sueño con una situación similar. El escenario puede ser distinto, menos menesteroso o hediondamente opulento; pero siempre la misma sensación frustrante, el romance interrumpido, el deseo insatisfecho frutos de algún imprevisto cómico. El peculiar ritmo de la narración que hago de mi sueño, con flashback incluido. La mujer de rostro y cuerpo desconocidos, incotejables en la realidad, pero que en el sueño se me hace alguien muy querido, tal vez amado en otro tiempo. El final feliz del sueño depende de su esquiva y negada compañía, cobrando visos de pesadilla, mas soy testigo de algún hecho ridículo que anula cualquier tono melodramático a mi sueño, tornándolo tragicómico.
Son absurdos los sueños, siguen su propia lógica, vienen mal editados, pienso; y lo que es peor, son parte de la vida, por más que se emancipen de la memoria, de la vida de quien los sueña. Ya quisiera tener sueños más banales y descartables. Soñar con perros, por ejemplo, sueño que se ha convertido recurrente en un amigo. Yo que siempre lo veo con un libro bajo el brazo, mientras me contaba algo, me fijé en el título: “Perros héroes”, de un tal Mario Bellatín. Corté su monólogo y le dije que esa debía ser la causa de sus sueños con canes: sus lecturas, la tarea que cierto día le encomendaron: “literatura y perros”. Desecha mi interpretación, ya hubiera él querido soñar con gatos cuando su labor consistía en ubicarlos en las ficciones, o por qué ambos no llegamos a soñar recurrentemente con “telos” cuando no teníamos departamento propio y éramos caseritos de unos cuantos, hasta que alquilamos un cuarto que, como en la “Casa de tantos” de la novela de Nicolás Yerovi, nos turnábamos en ocupar con nuestros respectivos ligues. Se siente ofendido, algo importante para él debió estar contándome, y se va con su perorata a otro lado. Ese día también le dediqué unos minutos a mi sueño recurrente y a buscar en los rostros de las compañeras de trabajo y en las practicantes alguno que me sea familiar al soñado.
Afuera, algunas aves empiezan a cantarle a la alborada. La habitación parece desperezarse asumiendo mayor nitidez. Las paredes aún no revelan sus tonos pastel. Regreso a mi imperfecto sueño, no por el fondo sino por la forma. La trama ahora es lo de menos. Para ser un sueño perfecto le faltaría, entre otras cosas, un buen epígrafe y una música de acompañamiento. Que los sueños no vengan con moraleja pero si con el fraseo de algún escritor o su personaje a manera de introducción y que estén musicalizados. Otra vez se me viene una solución para lo segundo: “El aguacero” de “El Gran Combo” -¿de cuándo acá me gusta la salsa?-. Sí, todo exceso es una caricatura, un aguacero en esta ciudad es un improbable. Una interpretación de mis sueños vendrían a ser una parodia de la realidad futura, la cual suele ser impredecible, invaticinable por su complejidad. Pero nada pierdo con explicarme lo tangible para aproximarme al mundo de los sueños, hacer el camino inverso para exorcizarlos mediante la escritura o su evocación, con tal de que me dejen en paz. La clave está, como casi todo en la vida, debo admitirlo, en el pasado; la misma sensación actual, de hace horas, de hace días, trasladada al plano onírico. No es ella quien en estos momentos se está despertando con su insolente juventud que cree redimirla de toda ignorancia, con ese cuerpo núbil que se ofrece ciegamente y que parece pretender cancelar el futuro porque está lleno de presente. No es ella, pero ya quisiéramos los dos.
La claridad aún no está en su apogeo. Cierro los ojos antes de que su voz emita un saludo, una falsa queja, una palabra cariñosa o sus manos se encarguen de todo lo anterior. En mi íntima oscuridad, "cual túnel al final de una luz", me apodero de una frase leída: “A mí me gusta estar solo. La soledad está llena de personas”, y se me ocurre insertarla como epígrafe de mis sueños futuros, pero concluyo que es más acorde con mi realidad. Voy a abrir los ojos. Una gota de agua cae del techo y me moja la nariz.
...
- Oye, despierta que estás hablando dormido.
- ¿Qué pasó?
- Hablabas entre sueños y me has despertado.
- Pero no tenías que mojarme.
- Yo no te he mojado. ¿Acaso no te acuerdas de las goteras de anoche?
- ¡Cierto! El motivo de tu enojo y que terminaras echándome de mi cuarto. Tú también tienes la cara húmeda…
- Ya, ya. No te hagas el ofendido. Bien que volviste y te aprovechaste de mí.
- Jo
- Pero, ¿cómo se te ocurrió venir acompañado?
- ¿Qué dices?
- ¿No te acuerdas que viniste con un tipo salido del diluvio universal y…?
- Ah, ya recuerdo. Te conté, ¿no? El tipo alucinaba que estaba cantando bajo la lluvia.
- ¿Pero tuviste que traerlo?
- Es que me dio pena. Además, entre que comenzaban a bolsiquearlo y se aparecían los municipales para llevárselo, aunque la tarea más pintaba para que la baja policía barriera sus despojos producto de una pulmonía, me atreví a acercármele y le dije para que me contara el motivo de su alegría o pena y anclamos en un bar que también terminó por deshacerse de nosotros, ya que se trataba de un burdel clandestino en plena batida; pero estábamos convenientemente aprovisionados.
- Tú y tus juntas, encima llegaron borrachos.
- Pensé que ya debías haber descansado lo suficiente y marchado, y al patita se le pegó una mariposa nocturna.
- Una puta, dirás. ¿No habrá sido a ti que se te pegó?
- ¿Estás celosa? ¿Te quedaste a esperarme?
- ¿Celosa, yo? Para nada. Por si acaso ya me estaba yendo cuando entraste.
- Jo. Pero bien que les cerraste la puerta en las narices. Felizmente me encontraba de este lado.
- Y con un six pack que no creo que tú lo hayas comprado.
- Mi comisión por rescatarlo. No me vas a negar que estuvieron buenas las chelas.
- En estos momentos debe estar pepeado.
- Sí, ¿no? Pero dime, ¿qué decía dormido?
- En realidad me despertaste de un sueño y de la cólera no quise prestarle atención a tu discurso lastimero.
- ¿Estaba discurseando?
- Eso parecía, sonaba a queja. Bueno, antes que amanezca y me vaya, quiero que me cuentes qué soñabas.
- En realidad no pasaba nada en mi sueño. Tardaría en poner en orden los pensamientos, las sensaciones que experimentaba. La tristeza que me embargaba. Mejor me cuentas tú qué es lo que soñaste. ¿Acaso era un sueño recurrente?
- Adivinaste y justo cuando iba a dar un paso adelante para resolver mi cuita existencial en el sueño, ¡zas!, me despiertas.
- En serio, discúlpame. No era mi intención.
- Ya lo sé.
- Vamos, cuéntamelo. No sé si ayudará en algo, pero tal vez el misterio del porqué te despiertas a destiempo se devele diciéndoselo a otra persona.
- A ver, quizás tengas razón. Nunca se lo he contado a nadie. Resulta que en el sueño debo tener unos veinte años. He sufrido una decepción amorosa. Tú sabes, un primer amor tormentoso y para olvidarme de él, accedí a los galanteos de un hombre diez años mayor que yo. Él es un buen tipo, muy correcto, apasionado por momentos, accede a mis caprichos pero es una relación que no me llena del todo.
- O sea que no lo amas.
- Obvio.
- Pero lo quieres
- Algo, pero siento que lo nuestro es una mentira.
- Hablas por ti en el sueño.
- No, por ambos. En el sueño estamos en su departamento, en la cama. Está por amanecer. Él está desvelado. No sabe que yo sé qué es lo que pasa por su mente. Me cree dormida. Sufre por un ex amor.
- Pero no te lo dice.
- Ajá. No se atreve y yo quiero decirle que a ambos nos pasa lo mismo. En el sueño he tomado esa irrevocable decisión. Comienzo a hacer el ademán de despertarme. Me reincorporo en la cama. Él ha cerrado los ojos, finge que duerme. Me acerco a su cara. Voy a despertarlo; sé lo doloroso que será esta confesión, él también me debe la verdad y una de mis lágrimas cae en su nariz y me despierto.
- Y despertaste llorando. No eran las goteras.
- Así es.
- ...
- ...
- Mira. Hagamos algo. Yo también tengo algo que resolver, no sé si en otra realidad, en algún sueño, tiempo paralelo u otra vida. Aún no despunta el amanecer. Prométeme hacerme caso.
- Lo prometo.
- Recostémonos. Toma mi mano. Cerremos los ojos y busquemos ese sueño recurrente que nos desasosiega. Hallemos el camino. No hay nada ni nadie que nos distraiga. Concentrémonos. ¿Me sigues?
- Te sigo.
- ...
- ...
- Veo algo.
- Yo también.
- ¿Qué ves?
- A ti. ¿Y tú?
- Igualmente. A ti.
...
- Hay algo que quiero contarte.
- Yo también. Pero creo saber lo que vas a decirme.
- ¿En serio? Yo también creo saber lo que vas a confesarme.
- Ah, ¿sí? ¿Quién comienza primero?
- ¿Lo echamos a la suerte?
- No, mejor algo más interesante.
- ¿Qué se te ocurre?
- A ver, sentémonos. Mírame.
- Te miro.
- Cerremos los ojos. El primero que los abra, es el primero en hablar.
- Y cómo sabremos quién abre los ojos primero.
- Se trata de que a partir de ahora confiemos el uno del otro.
- Trato hecho. Yo quiero que alguien de una vez confíe en mí y confiar en alguien.
- Y yo.
...
- Oye, ¿quién vive en el piso de arriba?
- Una anciana y sus cinco perros.
- ¡Asu! ¿Tantos?
- Sí.
- Pero no los he sentido en toda la noche o lo que viste son sus fantasmas o los perros son mimos.
-¡Ja! ¡Qué graciosa! Las cosas que se te ocurren. Es raro que no hayan llegado a dormir, dónde estarán. Pero no te debe sorprender que alguien viva con cinco animales silenciosos.
- Si son mudos, no.
- Nada que ver. Me has hecho recordar un libro titulado “Perros héroes”, de Mario Bellatín.
- Pero debe ser una ficción.
- No. Ahí cuenta un hecho real, incluso lo documenta fotográficamente. Un discapacitado vive con treinta Pastor Belga Malinois perfectamente amaestrados por él.
- Ver para creer. Mejor dicho, leer para creer.
- Luego busco el libro. ¿Sabes? Hubo un tiempo en que soñaba recurrentemente con perros.
- ¿En serio? A mí me gustan más los gatos.
- A mí también.
1 comentarios:
MUY BUENO!!!, me gusta cómo insertas frases profundas sin pecar de posero o pretensioso. Me gustaría seguir leyendo más, o imaginarme que la historia continuará en algún momento, pero pones ese FIN terrible, puag.
le agregaría un párrafo más para redondear el final, nu sé...
Este compinche!, algo se te tenía que pegar de mí, tas ,mejorando;-)... jajaja (toy drogada creo)
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