El martes, con la caída de la noche, un manto de desolación me iba cubriendo en el peor de los escenarios: rodeado de libros. Me explico. Resulta que ayer fui a recoger un libro que le encargué a una de mis caseras de Quilca, título que representaría ahora sí mi última adquisición del año. Luego de dar algunas vueltas sin ver nada que llamara mi atención, me apersoné a su stand y recibí una respuesta negativa que me puso al borde del suicidio... Sí, sí, exagero, mas créanme que empecé a sentir una tristeza infinita que sólo podía paliar comprándome "cualquier cosa". ¿Síntoma inequívoco del consumismo? ¡Terrible!

De cometer un desatino me salvó el descubrimiento de una pareja de esposos que venden libros de segunda mano (cada uno tiene su propio puesto de venta, uno al frente del otro) en el Jirón Camaná. Pero, ojo, no son unos vendedores del común. Dejando de lado la incontinencia verbal del señor, compensada con la amabilidad de la doña, resulta que estas almas gemelas, inspiradas por el soplo divino, tienen una modalidad de venta muy particular y altamente beneficiosa para los lectores: El libro que compras, al final de su lectura lo puedes intercambiar por otro de su mismo valor, sin pagar un solo centavo... ¡Increíble! Y si de casualidad no había escuchado bien, se encargó de dejármelo clarito la señora cuando me vi con mi propio ejemplar en buenas condiciones de Las uvas de la ira, uno de los mejores libros que he leído este año y que me prestó el amigo Pollo, quien también me presentó a la singular parejita. En librerías, tanto la edición de Cátedra como la de Tusquets de la novela de Steinbeck cuestan un ojo de la cara. Como se imaginarán, yo feliz.

La verdad, no deberían sorprenderme las gratas sorpresas que me he llevado este año gracias a los libreros de viejo. Los seis libros que conseguí leer de Eduardo Mendoza se los debo a ellos. Además, la semana pasada compré 3 títulos en antiguas colecciones de RBA Editores, nuevos y, por si fuera poco, encontré un librito con ilustraciones (a cargo de Celestino Piatti) de Miguel Delibes, que se titula El mundo en la agonía (Círculo de Lectores, 1988), el cual, curiosamente, leí el fin de semana pasado mientras me sentía agredido por la naturaleza. En fin, esa es otra historia. Para que tengan una idea del tema del libro de Delibes los remito al post del amigo Homo libris: Un mundo que agoniza.

Y estas también fueron, ahora sí, mis últimas adquisiciones del 2010:

Mecanismos internos. Ensayos 2000-2005 (DeBolsillo, 2010), de J.M. Coetzee. Libro que leeré de a pocos. Como un dato no menor, no sé si han leído la lista de Libros del año de Babelia. Verano (Mondadori, 2010) figura en el puesto número uno.

¿Puede un escritor ser el autor de uno de los mejores libros que has leído y también de uno de los peores? Para mí, sí. En su momento, el norteamericano Cormac McCarthy me mostró su genialidad con Meridiano de sangre (que figura en mi top de tops),  Todos los hermosos caballos (primera parte de su trilogía de la frontera) y No es país para viejos. Por el contrario, aborrecí su primera novela: El guardián del vergel (al punto de plantearme la posibilidad de descartarlo de plano), y La carretera me dejó indiferente, pese a lo cual no dejo de recomendarla. El punto es que ya venía siendo hora de que retome su trilogía, y me compré: En la frontera (DeBolsillo, 2008) y Ciudades de la llanura (DeBolsillo, 2009).

Tuareg, de Alberto Vásquez-Figueroa. Novela que es parte de un díptico. Si la memoria no me falla, será mi segundo libro de este autor español.

Memorias de África, de la baronesa danesa Karen von Blixen-Finecke... Isak Dinesen para los lectores. Supongo que habrá quien o haya leído el libro o haya visto su adaptación cinematográfica, Out of Africa (1985), dirigida por Sydney Pollack, con Meryl Streep y Robert Redford en el reparto. Yo empezaré por el libro.

La novela de Perón, del argentino Tomás Eloy Martínez, escritor que falleció en enero de este año, de quien he leído La mano del amo, Santa Evita y El vuelo de la reina.

***

Listo. No puedo quejarme. Tengo lecturas garantizadas para enero del 2011, jeje. Sólo me queda desearles a todos ustedes un ¡FELIZ AÑO NUEVO!

Hoy por la tarde reuní mis libros que llevo leídos este 2010 para la sesión fotográfica de rigor; en todo momento tuve que lidiar con el robacámaras de Aryel, pero creo que no me han salido del todo mal las fotitos. Esta lista la vengo elaborando desde el domingo, la cual incluye no sólo los libros de mi propiedad (3 de ellos releídos) sino también los que me prestaron (4), un par de e-books, y los que abandoné o dejé a medias.

A diferencia del año pasado, esta vez he apelado a los colores para remarcar mis gustos y disgustos; de manera que en verde están los títulos para mí imprescindibles; en azul los que me gustaron y creo que gustarán a más de uno; en granate los que en parte me decepcionaron (expectativas demasiado altas), aunque no por ello son malos. En rojo van los que considero malísimos, pero como sobre gustos y colores..., habrá quien los haya disfrutado o disfrute cuando se decida a leerlos. Como verán, priman los regularones: en negro.

Un detalle: aquí y aquí encontrarán someros comentarios y/o divagaciones en torno a los primeros catorce títulos. Antes de dejarles con mi recuento, les deseo a todos ustedes, mis amigos, una ¡FELIZ NAVIDAD! Pásenlo lindo en compañía de sus seres amados. :-)

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1. En el tiempo de las mariposas, Julia Álvarez
2. El descubrimiento de España, Fernando Iwasaki
3. Los hombres que no amaban a las mujeres, Stieg Larsson
4. Los santos inocentes, Miguel Delibes
5. El séptimo velo, Juan Manuel de Prada
6. Exploradores del abismo, Enrique Vila-Matas
7. La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, Sietg Larsson
8. La palabra del mudo (I), Julio Ramón Ribeyro
9. La reina en el palacio de las corrientes de aire, Stieg Larsson
10. Hijos sin hijos, Enrique Vila-Matas

11. El Museo de la Inocencia, Orhan Pamuk
12. El corazón helado, Almudena Grandes
13. Ni de Eva ni de Adán***, Amélie Nothomb
14. El sueño de Inocencio, Gerardo Laveaga
15. La palabra del mudo (II), Julio Ramón Ribeyro. Los cuentos de mi compatriota no tienen pierde.
16. La hierba roja, Boris Vian. Desconcertante. Es un autor a descubrir.
17. La soledad de los números primos, Paolo Giordano. No me gustó el estilo (pobrísimo), detesté a uno de los personajes.
18. Cartas a Juan Antonio I (1953 - 1958)**, Julio Ramón Ribeyro
19. Cartas a Juan Antonio II (1958 - 1970)**, Julio Ramón Ribeyro. Tarde o temprano tendré que adquirir estos dos libros.
20. Los mejores cuentos de hombres casados, Marcelo Birmajer. Una suerte de antología bastante irregular.
21. Una novelita lumpen*, Roberto Bolaño. Una nouvelle del chileno sin pretensiones, escrita por encargo, pero que ni en su relectura me ha decepcionado. Supuestamente el próximo año será llevada al cine.
22. El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, Haruki Murakami. Creo que de puro fan no la dejé a medias (y porque me costó lo suyo). Felizmente mejora en los tramos finales. Nunca la recomendaría.
23. El discurso vacío, Mario Levrero. Es como si el uruguayo te preparara el terreno para algo mejor.

24. Vivir al día, Miguel Delibes. Compilación de artículos de este genial escritor  (1953 - 1967).
25. La traición de Rita Hayworth, Manuel Puig. Estilo infumable. Mi novela favorita de Puig seguirá siendo El beso de la mujer araña.
26. El asombroso viaje de Pomponio Flato, Eduardo Mendoza. Sí, me reí.
27. La novela luminosa, Mario Levrero. ¡Qué delicia de libro!
28. La muchacha de las bragas de oro, Juan Marsé. Uff. ¡Vaya desenlace!
29. El rufián moldavo, Edgardo Cozarinsky. No me disgustó.
30. Veinticuatro horas de la vida de una mujer, Stefan Zweig. Habrá que buscar sus títulos más recomendados, aunque la verdad no me atraen los libros de tan pocas páginas.
31. Triste, solitario y final, Osvaldo Soriano. Anodina.
32. Sin noticias de Gurb, Eduardo Mendoza. ¡Desternillante!
33. En tierras bajas, Herta Müller. Una regular colección de cuentos de la Nobel 2009.

34. La bailarina y el inglés, Emilio Calderón. Podría ir en azul.
35. Engaño, Philip Roth. Como no tenía buenas referencias, pues es uno más de los libros que llevo leídos de este gran escritor norteamericano.
36. Abierto toda la noche, David Trueba. Hilarante, sí, pero un humor bastante vulgar.
37. Mauricio o las elecciones primarias, Eduardo Mendoza. Se deja leer.
38. Parménides, César Aira. Todavía no lo asimilo.
39. Saber perder, David Trueba. A pesar de que por ratos tenía la sensación de estar ante una telenovela escrita, la recomiendo, máxime si te gusta el fútbol.
40. El Tercer Reich, Roberto Bolaño. Tiene el sello de Bolaño. No la recomendaría para iniciarse en los libros del chileno.
41. El sabueso de los Baskerville, Conan Doyle. Me reoncilié con Sir Arthur.
42. El búfalo de la noche, Guillermo Arriaga. Se nota el oficio de guionista de su autor.
43. Lo que le falta al tiempo, Ángela Becerra. Me gustó más que Ella, que todo lo tuvo, y eso es bastante.

44. Un milagro en equilibrio, Lucía Etxebarría. Sí, ya me lo habían advertido... Eso sí, pensé en alguien que tal vez le gustaría leer algo así.
45. Mil soles espléndidos, Khaled Hosseini. Dura, emotiva, lástima que demasiado maniquea.
46. El asedio, Arturo Pérez-Reverte. Fascinante en varios pasajes. P-R derrocha talento en esta novela.
47. La verdad sobre el caso Savolta, Eduardo Mendoza. Pensé que iba a ser más compleja, estructuralmente hablando. Me olía el final.
48. Arqueros, ilusionistas y goleadores, Osvaldo Soriano. Excelente selección de relatos y crónicas que todo amante del fútbol debería leer.
49. El hombre en el castillo, Philip K. Dick. Flojo desenlace.
50. Utz, Bruce Chatwin. Confieso que la compré exclusivamente por su número de caracteres: 3
51. Fuera, Susanna Tamaro. No pueden editar un libro de cuentos tan simplón.
52. El sobrino de Wittgenstein, Thomas Bernhard. Un deleite.
53. El arte de la resurrección, Hernán Rivera Letelier. Me recordaba a otros libros ambientados en la "exótica" latinoamérica y sus excéntricos personajes, costumbres y peculiar forma de hablar.

54. En el nombre del cerdo, Pablo Tusset. La vi y me acordé de una reseña de Isi. Tiene un personaje entrañabilísimo.
55. Dublinesca, Enrique Vila-Matas. El catalán en estado puro.
56. Matar a un ruiseñor, Harper Lee. Tengo una duda: ¿Seré un insensible? Algo me dice que en mi chiquititud vi la película y por eso ya intuía cómo iba a acabar.
57. El desencuentro, Fernando Schwartz. Va de amores algo tortuosos.
58. El laberinto de las aceitunas, Eduardo Mendoza. ¡Espléndido! Qué gran narrador es Mendoza.
59. Valfierno, Martín Caparrós. Muchas vueltas para algo que prometía y naufraga en el intento. Podría ir en rojo.
60. Dietario voluble, Enrique Vila-Matas. ¿Ya les conté que V-M vino a Lima?
61. La aventura del tocador de señoras, Eduardo Mendoza. Quizá un escalón más abajo que su predecesora.
62. Firmin, Sam Savage. ¡Oh, la ratita!
63. Sonata para kamikazes, Giancarlo Poma Linares. Plausible.

64. Cuatro amigos, David Trueba. Ligera, tragicómica.
65. Crecer es un oficio triste, Santiago Roncagliolo. Cuentos la mayor parte ambientados en la Lima de los ochenta. Una Lima que ya es parte del pasado.
66. Todo bajo el cielo, Matilde Asensi. Trepidante, lenguaje plano. Algo inverosímil.
67. Historias de amor, Adolfo Bioy Casares. Un solo cuento se salva.
68. El cuento número trece, Diane Setterfield. Intrigante, por ratos no sabía por dónde iba la cosa. Al final todo encaja. Una oda a la literatura, a los libros; al arte de contar como exorcismo y salvación.
69. Todo fluye, Vasili Grossman. Desgarradora. Como para empezar a descubrir a este escritor ruso. No es una novela convencional. Tienen que leerla, así como darle una oportunidad a Vida y destino.
70. Tierras de poniente, J.M. Coetzee. Dos nouvelles conforman el primer libro del Nobel sudafricano. La segunda me recordó a Cormac McCarthy por su crudeza y brutalidad.
71. La semana tiene siete mujeres, Gustavo Rodríguez. Para pasar el rato.
72. Nuestra pandilla, Philip Roth. Maneja un peculiar sentido del humor crítico a la era Nixon.
73. Las formas de la pereza, Héctor Abad Faciolince. Un muy buen conjunto de ensayos del autor de El olvido que seremos.

74. Los pilares de la tierra, Ken Follett. No apunté nada, no tiene ninguna cita citable, pero cómo me tuvo enganchado.
75. Lecturas de mí mismo, Philip Roth. Imperdible para sus fans.
76. Un beso de invierno, José de Piérola. Hay una versión corregida y aumentada de esta novela que se sitúa dentro de las narraciones de la violencia política.
77. El corrido de Dante, Eduardo González Viaña. Retrata lo duro y fregado que es ser un inmigrante en USA.
78. El futuro de mi cuerpo**, Luis Hernán Castañeda. ¡Qué decepción!
79. El extranjero*, Albert Camus. Placentera relectura.
80. Las uvas de la ira, Jonn Steinbeck. ¡Tremenda! De lectura obligatoria.
81. Tan cerca de la vida, Santiago Roncagliolo. No hacía falta que su autor mencionara a Murakami y a las pelis de terror asiáticas como sus referentes.
82. El sueño del celta, Mario Vargas Llosa. Para mí está lejos de sus obras maestras, pero hay que reconocer que hace de Roger Casement un personaje fascinante.
83. Esperando a Godot, Samuel Beckett. Teatro del absurdo, le llaman.
84. Opiniones de un payaso*, Heinrich Böll. El narrador personaje me resultó un ser insufrible.
85. La conspiración de la fortuna, Héctor Aguilar Camín. Mafias, narcotráfico, corrupción a todo nivel, y la alegría de estar vivos pese al infortunio.

86. El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad. Una joyita.
87. El camino, Miguel Delibes. Otra joyita.
88. Derrumbe, Ricardo Menéndez Salmón. Desasosegante.
89. Cinco horas con Mario, Miguel Delibes. Ya la comenté. Sigo sin ver la peli.
90. Verano, J.M. Coetzee. De lejos es uno de sus mejores libros. Vendría a ser la tercera parte de sus autobiografías noveladas, pero hay un cambio de registro potencializador.
91. Otros lugares de interés, Enrique Planas. No hay mucha sorpresa al final.
92. La violencia del tiempo, Miguel Gutiérrez. Ambiciosa novela que no sólo se desarrolla en territorio nacional, sino que también nos traslada a las comunas de París, a la España de fines del S. XIX. Por sus páginas se pasean 5 generaciones. Es un monumental fresco que retrata las desigualdades que aún imperan en el Perú.
93. Nueve semanas y media***, Elizabeth McNeill. La curiosidad me llevó a imprimir esta novelita, supuestamente para incrementar mi bagaje sobre literatura erótica. ¡Pésima!
94. Karaoke, Leonardo Aguirre. Fuera del ámbito local, este libro sonará a chino.
95. Voces del desierto, Nélida Piñon. La protaginista es Sherezada (ficción sobre la ficción). Exquisita por momentos gracias a su refinado erotismo. Lástima que le sobran páginas. Podría ir en azul.
96. Extraña forma de vida, Enrique Vila-Matas. "Lo que pasa cuando no pasa nada" de Dublinesca, pero en versión comprimida. ¡Buenísimo!


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(*) Relecturas: 3
(**) Préstamos: 3 (Ya conseguí mi ejemplar de Las uvas de la ira.)
(***) E-books: 2



Abandonados, leídos a medias:

Yo, Goya, Carlos Rojas

La caza sutil, Julio Ramón Ribeyro
Cuentos. Volumen I, Scott Fitzgerald
Expiación, Ian McEwan


Estamos a mediados de diciembre, se acaba el año. Sí, vaya noticia. Yo por estas fechas además de no disponer de mucho tiempo para la lectura, me la paso tonteando en la red, y así pasan los días y no escribo nada para este blog; al menos algún párrafo decente sobre dos libros (uno de ellos una novela total) que sin duda encabezarán mi ranking de mejores lecturas 2010. ¿Me alcanzará el tiempo para elaborar esa lista? Espero que sí y ojalá también pueda hacer mi recuento anual de lecturas; sí, con fotos y algún comentario y/o puntaje, lo cual será un ejercicio divertido. De momento sólo puedo decir que la cifra no va a variar mucho en relación al número de libros leídos el año pasado, aunque sí creo que la calidad ha sufrido un leve bajón, esto en apariencia, digamos a priori.

Antes de poner en práctica todo ello (revisar mi lista manuscrita, ir sacando mis ejemplares, acomodarlos para las fotos, hacer memoria, ver mis apuntes, etc., etc.), les muestro mis últimas adquisiciones 2010. Bueno, a lo mejor no serán las últimas, y es que es difícil no caer en la tentación. Ustedes me comprenden. ;-)

Extraña forma de vida (1997) (Quinteto, 2008), de Enrique Vila-Matas. Quiso la Providencia que el domingo por la noche identificara este título en la página web de una librería  capitalina. Lo raro era que el ISBN no concordaba con la editorial que en la susodicha página señalaba, y para colmo el nombre del autor estaba mal escrito, así que tuve mis dudas que sólo podía despejarlas in situ. El lunes le hice buscar y rebuscar a un vendedor el librito del catalán en la colección de Quinteto y felizmente lo encontró.

Karaoke (Magreb, 2010), de Leonardo Aguirre. He leído los 3 libros anteriores de este controversial escritor nacional. Si bien no tiene las mejores críticas (cosa que estoy comprobándolo por mí mismo), digamos que tenía curiosidad de leer esta su última publicación, además, la compra me sirvió para alcanzar cierta cifra y reclamar un cupón para un próximo sorteo de dinero y ¡libros!

Anoche me la pasé de lo lindo en Quilca comprando los siguientes títulos (los dos primeros permanecen sellados):

La caída de los gigantes (Plaza & Janés, 2010), de Ken Follett, la primera parte de su trilogía The Century. De este escritor sólo he leído Los pilares de la tierra (1989) que me gustó bastante y vi la miniserie que no está nada mal.

El cementerio de Praga (Lumen, 2010), de Umberto Eco. Hace tiempo que no leía a este escritor italiano, pues qué mejor que retomarlo con esta su última novela de la que tengo muy buenas referencias.

La pianista (1983) (Debolsillo, 2006), de la Nobel austríaca Elfriede Jelinek. Recuerdo haber visto la adaptación cinematográfica dirigida por Michael Haneke, capaz de herir la susceptibilidad de ciertos espectadores... Últimamente no me va muy bien leyendo a escritoras, pero esta novela hacía tiempo que llamaba mi atención. A ver cómo me irá.

El anticuario (Peisa, 2010), la primera novela del crítico, ensayista, blogger peruano Gustavo Faverón. Su blog Puente aéreo es altamente recomendable.

Por último, una novela que se me ha extraviado y tengo la intención de releer en esta edición económica que me atrajo: La casa verde (1965) (Punto de Lectura, 2010), del flamante Nobel Mario Vargas Llosa. De todas maneras tengo que retomar la búsqueda de mi antiguo ejemplar de Oveja negra, ya que dentro de sus páginas están ¡mis apuntes!

Y ahora, ¡a seguir leyendo!

Hace tiempo que no quedaba tan satisfecho con varios libros –de estilos y temas diferentes– leídos en forma consecutiva. Hasta ahora son cuatro. Esta racha positiva empezó con El camino, la novela de Miguel Delibes que someramente les comenté, siguió con Derrumbe, de Ricardo Menéndez Salmón, se prolongó con Cinco horas con Mario, también de Delibes, y espero que no finalice con Verano, de J.M. Coetzee (pude conseguir un ejemplar en tapa blanda impreso en Argentina), aunque sería mucho pedirle a los dioses de la lectura (quiero creer que son varios y por unos mágicos instantes se reencarnan en esos seres llamados escritores).

Tengo aguardándome la reedición definitiva de una novela de más de mil páginas (1044 para ser exactos), en edición de bolsillo (Punto de Lectura), publicada a principios de los noventa por un escritor peruano que, aventuro, es poco conocido fuera del ámbito nacional; así que, antes de que el vicio impune de la lectura me tenga abducido, leo la última novela de otro escritor local y trato de escribir un post sobre esas bienhadadas últimas lecturas; al menos sobre dos de ellas.

Cinco horas con Mario (1966), de Miguel Delibes

Escuchar –sí, fue como si la estuviera escuchando, indudable mérito del autor– el soliloquio –repetitivo, desencadenado– de María del Carmen Sotillo ante el cadáver de Mario Díez Collado, su marido prematuramente fallecido, fue una experiencia cargada de sensaciones dispares. Por momentos la cuarentona Menchu me despertaba compasión, a ratos me resultaba hilarante; la mayoría de las veces convocaba mi repulsa y horror, todo ello debido a su incultura, dogmatismo, superficialidad, etc., que es como se retrata antes nosotros, los lectores, al evocar la personalidad de Mario, su esposo, quien en vida fue catedrático de un instituto de provincias, intelectual progresista, periodista polémico y novelista sin éxito; en otras palabras, el reverso de la moneda que su esposa.

Durante esa larga noche en vela, Menchu dará paso a la torrencial andanada de reproches para con el marido ausente (lo acusa de desconsiderado, falto de ambiciones, critica lo que ella llama sus gustos proletarios, etc.) y va reconstruyendo sus orígenes (el de sus respectivas familias), el nacimiento del idilio amoroso (a ella no le faltaban los pretendientes y se precia de conservar aún una buena figura); su historia en común: la vida conyugal que no llegó a colmar sus expectativas, ni siquiera en lo más banal, como era el tener un automóvil propio.

Las ideas que esta frustrada doña tiene sobre la reciente guerra civil (la guerra para ella es un oficio de valientes); sobre la familia de Mario y sus amigos; sobre negros y blancos ("cada uno en su casita y todos contentos"); acerca de los libros, la lectura, la educación; de lo que debería escribirse para tener éxito –ergo dinero– son, como dije, hilarantes cuando no repulsivas. De antología cuando sentencia que la juventud está perdida, "unos por el twist y otros por los libros", cosa que nunca escuché decir a ninguna de mis tías abuelas, aunque no creo que vieran cómo se baila el reggaeton hoy en día...

Anímense y prepárense –mentalmente, psicológicamente– a escuchar la voz de Menchu precedida por la lectura de algunas citas bíblicas que había subrayado Mario en su Biblia de cabecera, pasajes que obviamente ella interpreta a su manera. Felizmente una presencia viva, saludable en el libro es el hijo mayor, Mario, igual que su padre.

(…)lo mismo que lo de Menchu con los estudios, a la niña no le tiran los libros y yo la alabo el gusto, porque en definitiva, ¿para qué va a estudiar una mujer, Mario, si puede saberse? ¿Qué saca en limpio con ello, dime. Hacerse un marimacho, ni más ni menos, que una chica universitaria es una chica sin femineidad, no les des más vueltas, que para mí una chica que estudia es una chica sin sexy, no es lo suyo, vaya, convéncete. ¿Estudié yo, además?
 
Derrumbe (2008), de Ricardo Menéndez Salmón

En Promenadia, un psicópata ha esparcido el miedo con su vocación de matar. Las autoridades ya no pueden ocultar los horrendos crímenes que se vienen suscitando, cuya autoría recae en el asesino de los zapatos (apelativo dado porque en el lugar del crimen deja un zapato de su anterior víctima con una lógica perversa). Las investigaciones siguen en un punto muerto. No hay un patrón recurrente en sus métodos, en sus víctimas. Hay un personaje de nombre Manila encargado –junto con otros más– del caso. Mara, su mujer, está a punto de dar a luz a su segundo hijo. Ella está próxima a sucumbir ¿consciente, inconscientemente? al hechizo del horror.

En Promenadia, tres muchachos de intereses y gustos afines se nutren de la cultura que les ofrecen los libros y descubren la fascinación de la violencia. Este trío se hará llamar "Los Arrancadores". Su poética del mal podría interpretarse como una respuesta al mundo que les ha tocado vivir. Un mundo donde impera el consumismo simbolizado por ese parque temático llamado Corporama instalado en la ciudad: un blanco fácilmente reconocible para ellos, para dejar de lado el hastío que los habita y pasar nuevamente a la acción.

Derrumbe es una novela perturbadora que reflexiona sobre las relaciones entre padres e hijos, entre víctimas y verdugos. Trata sobre el cariz lo que se deja entrever oscuro de la personalidad humana, sobre nuestras más insospechadas reacciones frente a situaciones límite, y remarca que la violencia no sólo puede surgir de una mente enferma, desquiciada. La violencia también puede germinar en una mente refinada y su frutos llegar a convertirse en el más cruel de los refinamientos. En suma, una nouvelle con un sello particular: el de su autor.

Glenn Gould interpretando a Bach. Pensó en la belleza. En su inutilidad frente al mal. Cimabue vencido por Gilles de Rais. Beethoven pisoteado por Hitler en Auschwitz. Versos de Rimbaud abrasados en Hiroshima. El aria final de las Variaciones Goldberg no le trajo la calma. Así que volvió a las fotos.

El mal encuentra justificación en su existencia. El mal no necesita prueba ontológica, ni reducción al absurdo, ni fe o profetas. El mal es su propia expectativa.
Mi vida me ha enseñado que es el bien lo que precisa de justificación. Es el bien lo que necesita un por qué, una causa, un motivo. Es el bien lo que, en realidad, constituye el más profundo de los enigmas.


Hace unas semanas Lammermoor volvió a sorprenderme con la noticia de que me enviaba de obsequio tres libros de su adorado Miguel Delibes (1920 – 2010) y uno de su no menos querido Ricardo Menéndez Salmón (1971). La semana pasada, junto con las bellas ediciones de la colección Austral, de ediciones Destino, también recibí un libro de Seix Barral, la carta de L, y cinco marcapáginas: uno del ayuntamiento de Langreo y dos de ellos de sus viajes a Lisboa y Florencia.

Desde que en septiembre del año pasado disfruté de Señora de rojo sobre fondo gris (1991), gracias también a Lammermoor, tengo a Miguel Delibes por un grande de las letras castellanas.  Lamentablemente sus obras más representativas aún no se pueden conseguir en Lima (así de alarmante sigue la situación). De milagro este año adquirí y leí gracias a los libreros de viejo Los santos inocentes (1981), que me encantó tanto como la versión cinematográfica, y ubiqué en un supermercado Vivir al día (1975), una recopilación de artículos del escritor vallisoletano.

En la pasada feria del libro de Ricardo Palma (para mí lo mejor de esa cita libresca fue su retorno al parque Kennedy de Miraflores –el parque de los gatos–  que inspiró al afiche publicitario), el amigo Pollo me pasó el dato que en un stand, y de remate, estaban disponibles un par de títulos de Delibes. Cuando me apersoné al lugar, sólo quedaba el libro de cuentos La mortaja, pero luego de darle una ojeada al librito, su estado (la humedad y la desidia fueron implacables) y precio (la verdad no era muy elevado, mas no lo consideré justo) me tiraron para atrás. Hoy que he sumado como leídos dos nuevos libros de Delibes, y me aguarda otro, no volvería a cometer semejante discriminación, por más que el título encontrado no forme parte de su lista de obras consagradas, salvo que se trate de uno de sus libros de caza.

A continuación, pasaré a comentarles brevemente El camino (1950) y Cinco horas con Mario (1966). Si no me vence el sueño, les hablaré algo de Derrumbe (2008), novela del escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón que me ha dejado medio grogui, pero no K.O., ya que este mes me ha dado muchos motivos para sonreír y me hallo “inasequible al desaliento”. ;-)

***

El camino (1950) es sin duda uno de los mejores libros que llevo leídos el presente año, y que un par de años atrás, si lo encontraba en librerías, mis prejuicios me habrían hecho recelar debido a su temática, el ambiente rural donde se desarrolla y a que la perspectiva infantil de algunas ficciones no termina por convencerme. Lo mismo que en su momento dije sobre el estilo de Delibes en Señora de rojo sobre fondo gris (prosa limpia, trabajada, sin mayores estridencias, etc.) tranquilamente se podría aplicar en esta magnífica novela de alrededor de doscientas páginas que se leen y releen con sumo placer.

David, el Mochuelo, es un niño de once años de edad que pasa su última noche en casa -antes de su partida a la ciudad para estudiar el Bachillerato- desvelado por los recuerdos de su pueblo y sus habitantes; invadido del paisaje rural que es parte de su ser y del paisaje humano que le ha dado a conocer, entre otros sentimientos, el amor y el dolor frente a la muerte; y resignado por lo inútil que sería rebelarse, en su condición, a los designios de su padre, Salvador, el quesero del valle, quien desea que su hijo progrese y no termine como él.

Con maestría, Delibes describe una serie de personajes, todos ellos con los apelativos que se ganaron por diversos motivos, y que sustituyen, fuera de sus casas, a sus nombres de pila: el Manco, el Mutilado, las Guindillas (la puritana Guindilla Mayor es un personaje caricaturesco, pero no irreal), las Lepóridas, el Indiano, el Buche, el Peón, el Sindiós, etc. Son infaltables las situaciones de humor y las anécdotas que invitan a la reflexión y a la nostalgia.

La pandilla del Mochuelo la conforman Roque, el Moñigo (hijo de Paco, el herrero, y hermano de Sara), el líder digamos natural (“La prepotencia, aquí, la determinaba el bíceps y no la inteligencia, ni las habilidades, ni la voluntad. Después de todo, era una cosa razonable, pertinente y lógica”), y Germán, el Tiñoso, uno de los diez hijos de Andrés, “el hombre que de perfil no se ve”, el zapatero. Un trío que se las trae. Por si alguien no ha leído el libro, no desvelaré sus travesuras, una de ellas determinante y que “benefició” a don Moisés, el profesor, apodado el Peón… “aquel pueblo administraba el sacramento del bautismo con una pródiga y mordaz desconsideración."

Bueno, para mañana dejaré mis comentaros sobre Cinco horas con Mario y Derrumbe. Considero que El camino es un imprescindible. Así que anímense a leer esta novela si todavía no lo han hecho: fondo y forma lo valen. Si no fuera por Lammermoor, yo seguiría en la inopia.

Le gustaba al Mochuelo sentir sobre sí la quietud serena y reposada del valle, contemplar el conglomerado de prados, divididos en parcelas y salpicados de caseríos dispersos. Y, de vez en cuando, las manchas oscuras y espesas de los bosques y castaños o la tonalidad clara y mate de las aglomeraciones de eucaliptos. A lo lejos, por todas partes, las montañas, que, según la estación y el clima, alteraban su contextura, pasando de una extraña ingravidez vegetal a una solidez densa, mineral y plomiza en los días oscuros.

Comprendía Daniel, el Mochuelo, que ya no le sería fácil dormirse. Su cabeza, desbocada hacia los recuerdos, en una febril excitación, era un hervidero apasionado, sin un momento de reposo. Y lo malo era que al día siguiente habría de madrugar para tomar el rápido que le condujese a la ciudad. Pero no podía evitarlo. No era Daniel, el Mochuelo, quien reclamaba a las cosas y al valle, sino las cosas y el valle quienes se le imponían, envolviéndole en sus rumores vitales, en sus afanes ímprobos, en los nimios y múltiples detalles de cada día.


La semana pasada hice un mini viaje, cerca de Lima no más, que me vino muy bien. A mi retorno, a que no adivinan qué es lo que me esperaba. 

Sí, acertaron por la foto.  Esos cinco preciosos marcapáginas y una bella misiva desde León - España, ¿Hace falta decirles quién es la personita que me los envió? No. Y sí.

No porque, ¡vamos! quién no ha visitado el blog From Isi y ha salido de esta experiencia con ánimos de devorarse todos los buenos libros que ella nos comenta y a descartar títulos o pensárselo dos veces cuando aplica su guadaña crítica. Quién no se ha deleitado con las fotos que nos regala para mostrarnos su arte en la elaboración de marcapáginas, por más que nos diga que cualquiera los puede hacer. Quién no le ha pedido más making off. Quién no se ha sentido un BIB (bloguero de incontestable belleza) a la distancia (que moral al menos a mí me sobra, jeje) y deseado tener unos de esos célebres separadores que son como un distintivo, un certificado, una membresía, un motivo más para sacarle pica al prójimo y alardear. 

Y a ver. Sí hace falta decirlo porque mi gratitud es eterna con todos los que siguen comunicándose conmigo a pesar de haber decidido un día cerrar este blog. Por eso y todo, gracias, Isi. Además, sigo con las preguntas de tan obvias respuestas, quién no quiere recibir una carta escrita de puño y letra de alguien que sólo conoces virtualmente, que está en un país lejano al tuyo, pero que gracias a esa pasión compartida por los libros te es una persona familiar, cercana, y no sólo se habla sobre lecturas sino de otras cosas más personales, cotidianas.

Mil gracias, Isi, porque preparaste este segundo envío (el primero no llegó a destino), por tus palabras, y te vuelvo a decir que Aryel y yo usaremos los marcapáginas. El michi obviamente se ha adueñado de los que tienen motivos gatunos; yo por nada del mundo le presto el del équido de incontestable belleza. Y desde ya nos estamos poniendo a practicar nuestra caligrafía, que algo descuidada la tenemos con tanto uso del teclado. ;-)
¡GRACIAS!

***

Más fotos

Mi marcapáginas japonés luciéndose al lado de la última novela de Santiago Roncagliolo, Tan cerca de la vida, cuyo escenario es una futurista ciudad de Tokio, y el separador BIB encima de El sueño del celta del Nobel de incontestable talento:



Aryel y "nuestros" marcapáginas gatunos:





Mi otro separador y mi actual lectura (se la debo a la discreta última novela de MVLl):



Y un día dejó de ser el eterno candidato.

Vargas Llosa es el escritor de quien he leído casi todos sus libros y tengo más títulos en mi biblioteca. Es quien me proporcionó mis primeras lecturas serias e hizo más sencilla la de libros considerados difíciles. Le sigo leyendo cada vez que publica un nuevo libro y eventualmente me hace renegar cuando opina sobre temas extraliterarios.

En más de una oportunidad he recomendado sus libros en este y otros blogs (en el pasado lo hacía de una manera casi militante). He compartido largas tertulias sobre su vida política y me he situado del lado de los defensores de su obra literaria. He querido leer todos los libros que menciona en La verdad de las mentiras y puse en práctica, con espantosos resultados (la culpa fue eminentemente mía), sus "recetas" de Cartas a un (joven) novelista.

Se podría decir que cuando desperté para la literatura de largo aliento, había un libro del Boom ahí, y Vargas Llosa era uno de sus exponentes favoritos de mi abuelo. Recuerdo perfectamente su primer libro que cayó en mis manos (esto ya lo conté) en una modesta edición, que me hizo estremecer con su relato coral sobre un muchacho emasculado. Su primera novela, La ciudad de los perros, cayó por sí sola, y yo caí rendido a su talento: el balance perfecto para un lector bisoño entre el fondo y la forma. 

Luego, en la época infame de los noventa, a modo de homenaje a ese hombre de letras que fue candidato a la presidencia de su país, si la memoria no me falla en el orden, siguieron novelas emocionantes y divertidas como La tía Julia y el escribidor, Pantaleón y las visitadoras y su novela erótica Elogio de la madrastra. Antes de aventurarme con sus novelas mayores di cuenta de sus obras dramáticas como La señorita de Tacna y La chunga, también en sencillas ediciones y cerré una mini etapa iniciática con un libro estupendo: sus memorias de El pez en el agua.

Mi fascinación por su escritura llegó con novelas como La casa verde, Conversación en la Catedral y La guerra del fin del mundo. El alarde -no encuentro otra palabra- técnico de la primera, la gran pregunta sin respuesta de la segunda ("¿en qué momento se había jodido el Perú?") y esa infinidad de sensaciones que sólo las mejores ficciones lo hacen vivir y revivir a uno, de la tercera, me llevó a buscar bibliografía sobre su obra y rastrear por mi cuenta los títulos que me faltaban (otras novelas, sus ensayos sobre Tirante el Blanco, Madame Bovary, Arguedas, Los Miserables, Onetti; compilaciones de artículos periodísticos), hasta el día de hoy que espero impaciente su nueva publicación: El sueño del celta, con la misma impaciencia que en su día tuve a la espera de ver en librerías La fiesta del chivo (narración de gran calidad, para quienes pensaban que después de su novela de tinte épico situada en Canudos el peruano ya estaba en declive), El Paraíso en la otra esquina y Travesuras de la niña mala (uuufff, hasta ahora recuerdo el nudo en la garganta que me produjo cierto pasaje).

Escribo esto rompiendo mi silencio bloggero que un día dije definitivo y robándole unos minutos a mi hora de descanso. Es mediodía. Sigo en el trabajo. Me hubiera sido imposible esperar hasta llegar a mi casa para dar rienda suelta a esta alegría desbordante y compartirla con ustedes. Quizá horas más tarde hubiera escrito algo más pensado, meditado, con fotos de mis libros, etc., y no el caos que sabrán disculpar. 

Les animo a leer a este gran escritor. A retomarlo. Es un grande de nuestras letras y el ejemplo de disciplina que todo escritor o aspirante a escritor debería tener en mente a la hora de enfrentarse a la página en blanco.


Sí, amigos. Aryel y yo les decimos adiós. 

Este no es un ataque de locura pasajero; en realidad sí podría ser tipificado de locura, pero créanme, tengo mis motivos. Este es el fin de una bonita experiencia y la fecha del adiós se me vino a la mente casi al mismo tiempo en que inicié esta última etapa bloggera dedicada a mi pasión por la literatura.

Hace una semana se precipitaron las cosas para cerrar Fenixcidio definitivamente, pero no me salían las palabras del adiós. La verdad sigo sin encontrar esas palabras, mas no me parecía justo dejar el blog (desmontarlo de a poquitos) sin la despedida respectiva que de alguna manera exprese mi eterno agradecimiento para con todos ustedes: los lectores habituales y eventuales de este espacio que se vio enriquecido con sus comentarios y correos.

Gracias por su tiempo, consejos, bromas, recomendaciones. Gracias por expandir mi cultura libresca. Gracias por hacerme sentir su igual en esta  maravillosa pasión por los libros y la lectura.

¡Gracias!

Vuestro amigo,
R.


La obra escrita del polifacético David Trueba (Madrid, 1969) llamó mi atención el día en que leí la sinopsis de su novela Saber perder (Premio Nacional de la Crítica 2008) de manera circunstancial en alguna página web. Pero fue gracias a las reseñas elogiosas que muy por encima alcancé a leer en los blogs de Carmina e Isi que di el siguiente paso: buscar sus libros en las librerías locales. Para mi fortuna, eran/son accesibles tres de sus novelas publicadas por la editorial Anagrama, dos de ellas disponibles en Compactos y la otra en Quinteto, y por muy raro que parezca, me prometí que las leería antes de que acabe el año.

Recuerdo claramente que cuando en abril acudí a Crisol para llevarme Saber perder (2008), entre otros libros, fue más bien su primera novela la que terminé comprando: Abierto toda la noche (1995). En esa decisión influyeron varios factores: el precio (casi la tercera parte), el hecho de que se tratara de su ópera prima (¿percibiría cierta evolución del autor?), la sinopsis de la contratapa (la promesa de pasar un buen rato leyéndolo; “una orgía de carcajadas” según Der Spiegel), y bueno, tiempo tenía de sobra antes de que finalice el 2010.

El turno de compra de Saber perder (más extensa que las precedentes) llegó el mismo día en que compré El Tercer Reich, de Roberto Bolaño. En la pasada FIL aproveché la oferta en Quinteto de Cuatro amigos (1999). Como ya he leído estas tres novelas del madrileño, quien también es actor, director (yo sólo he visto su trabajo en Soldados de Salamina, basada en la novela homónima de Javier Cercas), guionista (como referencia, Plot Ediciones ha impreso sus guiones), es el momento de hablarles un poco sobre ellas (serán inevitables las odiosas comparaciones) y de paso contarles mis adquisiciones librescas de agosto. En realidad necesitaba una excusa para contarles mis compras de este mes…

Las novelas de David Trueba se leen y se ven. Son de fácil lectura, cinematográficas en el mejor sentido de la palabra. Hay una cuidadosa puesta en escena en sus novelas (sin duda es un escritor influenciado por su oficio como guionista y la experiencia en los medios audiovisuales: cine y TV). Enganchan desde las primeras páginas, y el protagonismo está repartido en más de un personaje, por tanto los hay mejores perfilados que otros. Los tres tipos de narrador están ejemplificados en sus libros: el narrador testigo ("ATLN"), el narrador protagonista ("CA") y el narrador omnisciente ("SB)". Hay un acertado manejo de los diálogos, pero es en "SP" donde el autor arriesga con el uso del llamado discurso indirecto regido y el indirecto libre, sin por ello dificultar la tarea del lector a la hora de identificar las voces de sus personajes.

Con respecto a sus tramas, encuentro dos tópicos comunes: la sexualidad en todas sus variantes (parafilias incluidas) y la soledad. El sexo parece ser el fin último en la existencia de los protagonistas masculinos de "ATLN": el clan familiar de los Belitre está conformado por los abuelos paternos, el padre, la madre y seis hijos varones (de edades comprendidas entre los 9 y 28 años), la mayoría de los cuales está en permanente estado de excitación (en realidad se trata de una familia disfuncional). El cuarteto de compinches de su segunda novela ha dispuesto emprender un viaje vacacional los últimos quince días de agosto, lo que no es otra excusa para ligar y resolver la mala racha amorosa de uno de ellos (para variar, todo se pudre con la primera presencia femenina invasora y la próxima boda de la ex de uno de ellos). En "SP" la hija adolescente (Sylvia), el padre (Lorenzo) e incluso el abuelo (Leandro) tienen que lidiar con su despertar sexual, sus apetitos sexuales que chocan contra muralla encarnada por el conservadurismo de una ecuatoriana inmigrante y el reverdecer sexual a cambio de dinero, respectivamente. 

En cuanto a la soledad, sus novelas están plagadas de seres solitarios (lejos de su país, de la persona amada, faltos de sintonía con sus contemporáneos, o debido a un defecto físico o salud mental deteriorada) que redimen precariamente su condición en falsas compañías (los amigos de farra, la compañía de una prostituta, los placeres inmediatos que ofrece el dinero, los proyectos utópicos, etc.) y acompañados de sus recuerdos de tiempos mejores. La esperanza de que esta situación se revierta parece lejana y no es casual que al narrador personaje de "CA" sólo lo conozcamos por su apodo: Solo.

"ATLN" y "CA" se caracterizan por las situaciones hilarantes por las que atraviesan sus personajes, seres en su mayoría estrambóticos y patéticos, hasta cínicos (vidas totalmente despoetizadas), cuando no inmaduros (eternos adolescentes), sometidos a un eterno aprendizaje. Hay un pasaje en "ATLN" en que Félix Belitre, el cabeza de familia, dice que no quiere ser padre eternamente, “algún día a mí también me gustaría ser persona”, como si estuviera justificando su posterior comportamiento. En cuanto a Solo, de "CA", él ha encontrado la raíz de sus frustraciones en la castrante figura paterna. ¿Un poco tarde para sus veintisiete años cumplidos, no? En todo caso, ambas novelas comparten aciertos y desaciertos en su ligereza, linealidad, humor negro (chabacano por momentos) y rumbo imprevisible en los sucesos narrados. Hay frases que rozan la genialidad e invitan a la reflexión, pero dependiendo el momento en que se encuentre el lector, pueden ser divertidamente deprimentes (¿?).

"SP" parece escrito por otra persona distinta. Desde el momento en que la voz de la adolescente Sylvia cobra protagonismo, se puede percibir que no estamos frente a una novela infestada de situaciones machistas. Para animarlos en su lectura, los invito a leer las reseñas de Isi y Carmina. Yo sólo quiero agregar un pero a la novela, un pero irrelevante que encontré razonable en la nota de Agradecimientos que el autor adjunta al final. Es patente que todas las páginas dedicadas al fútbol, a la joven promesa del fútbol argentino Ariel Burano, quien ficha por un club español, son fruto de la investigación y no de una verdadera pasión futbolera, ¡y que me desmientan!. Nada más. Irrelevante, lo dije. Por eso me quedo con la siguiente cita pelotera de "CA":
Desde los primeros compases del partido mostré mi visión de juego, mi precisión en el corte, mi organización en la defensa y la capacidad para lanzar el contraataque. Lástima que no tocara la pelota en un buen rato y que me dedicara más bien a hacer compañía a Blas, que era nuestro portero. Claudio se enmarañaba en regates estériles entre la defensa contraria. Muy de su estilo, Raúl había fingido un tirón justo antes de empezar y estaba sentado en la banda fumando un porro que le inducía a reír estúpidamente cada vez que la pelota se aproximaba a mí.

***

¡Ahora sí! Mis adquisiciones de este mes o cómo hacerse de libros de la editorial DeBolsillo:

El cuento número Trece (Lumen, 2007), de Diane Setterfield. Tardó en engancharme esta novela. Me sorprendieron la trama (el desenlace no deja nada al azar, todo está bien hilvanado), el rumbo que van tomando los acontecimientos El amor por los libros, por la lectura, así como la narración como exorcismo son los temas que toca la autora.

Los Pilares de la Tierra (DeBolsillo, 2007), de Ken Follett. Será mi primer libro de este autor. Ya era hora que me decidiera por esta novela de más de 1,300 páginas en formato económico, que parece que todo el mundo menos yo la ha leído.

Todo fluye (DeBolsillo, 2010), de Vasili Grossman. Excelente ¿novela? de este escritor ruso. No dejen de leer o intentar leer su monumental Vida y destino.

Tierras de poniente (DeBolsillo, 2010), del sudafricano J. M. Coetzee. Ya le estaba dando muchas largas al primer libro del Nobel sudafricano, compuesto por dos historias. Será mi próxima lectura. Lamentablemente tendré que esperar hasta que su último libro, Verano (Mondadori, 2010) llegue en este formato por su precio prohibitivo.

Nuestra Pandilla (DeBolsillo, 2010), de Philip Roth. Habrá que saber apreciarlo a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación en 1971.

Lecturas de mí mismo (Debolsillo, 2010), un conjunto de entrevistas, ensayos y artículos de P. Roth. Se podría decir que esta traducción aparecida hace dos años es de lectura obligatoria para los seguidores del norteamericano.

La semana tiene siete mujeres (Planeta, 2010), del peruano Gustavo Rodríguez. Mi cuota de literatura local.


–Yo calvo…, tú un burgués. –reflexionó Blas–. ¿Qué nos está pasando?
–A los mejor es la edad.
–Ni hablar. El otro día leí en el periódico que ahora la adolescencia dura hasta los veintiocho.
–No, Blas –le dije–, la juventud termina el día en que tu jugador favorito de fútbol tiene menos años que tú.

David Trueba, Cuatro amigos

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