Esta historia comienza el día que abrí uno de los primeros números de la revista Gatopardo y me encontré con una entrevista a Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), escritor español de quien no había leído ninguno de sus libros. Recuerdo muy poco lo que dijo el cartagenero para la revista colombiana. Indudablemente enumeró sus escritores favoritos (Dumas, Conrad…) y confesó su afición a navegar en su propio velero. Daba la impresión de ser un tipo que disfrutaba de su éxito. En cambio, sí tengo claro que la nota estaba previsiblemente ilustrada: a las infaltables fotos del entrevistado se añadían los inconfundibles colores de las portadas de sus libros que hasta ese momento conformaban la saga de Las aventuras del capitán Alatriste; algún paisaje marino, una embarcación antigua, tal vez, y la imagen de Tintín.

Tiempo después llegó hasta mí la elogiosa reseña de uno de sus libros publicada en el suplemento dominical de un diario limeño. La nota la tenía sin leer, archivada, junto con otros suplementos y notas culturales, ya que el columnista especificaba que el libro motivo de su reseña era la última novela de Pérez-Reverte: La carta esférica (2000). La entrevista era posterior, sin duda. Pero estas referencias resultaron escasas a la hora de elegir mis lecturas. No fue hasta toparme con un conocido que había leído ahora sí su última publicación: La reina del sur (2002), y a quien le había gustado bastante, que me interesé por la obra del español.

Lo primero que me llamó la atención del libro en sí que me prestaron, fue el contenido escrito y gráfico de la contraportada: El argumento debía deducirse de la historia criminal (suerte de ficha policial) de la protagonista: Teresa Mendoza Chávez (a.) la Mejicana (papel que en la pantalla grande recaería en Eva Mendes). Recuerdo que sin empezar a leerlo me propuse buscar en Internet las opiniones que su lectura había dejado en los internautas o críticos, lo que cayera primero. La primera impresión que alcancé a leer a medias en la red era negativa, así que no quise continuar leyéndola, y más bien me sumergí en la lectura de la novela de una manera sostenida. Me gustó de principio a fin. Un buen comienzo para un final inesperado.

A partir de esa primera lectura me propuse reanudar mi squeda de información sobre Pérez-Reverte en la web. Lo primero que saqué en claro de estas pesquisas fue que el español era, y sigue siendo, un tipo polémico y que sus libros se vendían por miles en varios idiomas. Otra vez interrumpí mis indagaciones; cerré mis ojos y oídos a aquello que podría influir en mi ánimo lector, y aproveché al máximo la disponibilidad de títulos en librerías. En mi primera incursión perezrevertiana salí con 3 novelas: El maestro de esgrima (1988), El Club Dumas (1993) y La carta esférica. Las leí en ese orden, una detrás de otra, y las hice mis favoritas. Con tan solo cuatro novelas leídas convertí a Pérez Reverte en uno de mis escritores favoritos: A sus protagonistas masculinos Jaime Astarloa, Lucas Corso, Coy les salían al frente los perturbadores e inolvidables personajes femeninos de Adela de Otero (Assumpta Serna le dio vida en el ecran), la viuda Taillefer y Tánger Soto (Aitana Sánchez Gijón se puso en su piel), respectivamente.

También en Punto de Lectura adquirí mis primeros libros de Las aventuras del capitán Alatristre: El capitán Alatriste (1996), Limpieza de sangre (1997), El sol de Breda (1998) y El oro del rey (2000), que espero renovarlos por la ediciones ilustradas de las que tengo la quinta y sexta entrega. Imborrables los personajes de Diego Alatriste e Íñigo de Balboa de una parte, y en la vereda de enfrente Gualterio Malatesta y Angélica de Alquézar. Siempre en formato económico leería también el relato histórico La sombra del águila (1993) y la contemporánea narración Un asunto de honor (1995). Por esas extrañas casualidades leí La tabla de Flandes (1990) por la misma época en que me regalaron El ocho, de Katherine Neville y por mi cuenta disfruté con Peón de Rey, de Jesús Fernández. También me regalaron La piel del tambor (1995), novela que no fue de mi agrado y cuyo comentario negativo me he guardado hasta ahora, cuando ya se me desdibujaron trama y personajes (sólo recuerdo a un ensotanado calenturiento).

Patente de corso (1996) es su primer libro recopilatorio de artículos (1993 – 1995) y el único que he leído hasta ahora (Con ánimo de ofender y No me cogeréis vivo se titulan los otros dos). A estas alturas conocía más detalles de la vida y obra de Pérez-Reverte, algunos intercambios de pullas con otros escritores y, lo más importante, sabía por qué me gustaban la gran mayoría de sus libros hasta ese momento leídos. Tras la fachada de best-sellers, de lecturas de mero entretenimiento que convocaban la participación activa del lector o su sometimiento a lo narrado, había todo un trabajo de investigación y minuciosidad a la hora de describir sucesos históricos y la idiosincrasia de las gentes de otras épocas, así como sus usos, costumbres y caducos códigos de honor. Leer después El caballero del jubón amarillo (2003), Cabo Trafalgar (2004), la reimpresión de su primera novela El húsar (1986) y Corsarios de Levante (2006) no hicieron más que confirmarlo.

Leería casi en forma seguida Territorio comanche (1994) y El pintor de batallas (2006), donde Pérez-Reverte vuelca su experiencia como reportero de guerra. Las adaptaciones cinematográficas de algunos de sus libros no me han sido ajenas. Gracias a internet vi El maestro de esgrima (Pedro Olea, 1992) y La carta esférica (Imanol Uribe, 2007). Nunca pude ver completa La novena puerta (Roman Polanski, 1999), la versión fílmica de El club Dumas protagonizada por Johnny Depp, a pesar de que cada tanto la pasan por TV. Alatriste (Agustín Díaz Yanez, 2006) me costó verla hasta el final. Alguna día, por mera curiosidad, me gustaría ver La tabla de Flandes (Jim McBride, 1994) y Cachito (Enrique Urbizu. 1995).



Un día de cólera (2007) es el vigésimo libro que tengo y que he leído del español. Por mí que siga publicando y polemizando. Puedo disfrutar de la obra de un escritor independientemente de sus actos y forma de pensar. De lo contrario hubiera tomado partido cuando tuve conocimiento de sus rencillas con el desaparecido Roberto Bolaño. A continuación un versus entre ambos escritores. Compréndanlos, son como nosotros: seres humanos (*):

De una entrevista a Roberto Bolaño:

¿Qué le produce el hecho de que Arturo Pérez Reverte sea actualmente el escritor más leído en lengua española?
-Pérez-Reverte o Isabel Allende. Da lo mismo. Feuillet era el autor francés más leído de su época.

¿Y el hecho de que Arturo Pérez-Reverte haya ingresado a la Real Academia?
-La Real Academia es una cueva de cráneos privilegiados. No está Juan Marsé, no está Juan Goytisolo, no está Eduardo Mendoza ni Javier Marías, no está Olvido García Valdez, no recuerdo si está Álvaro Pombo (probablemente si está se deba a una equivocación), pero está Pérez-Reverte. Bueno, (Paulo) Coelho también está en la Academia brasileña.

De una entrevista a Pérez-Reverte

Franco y directo, el escritor español guarda también su opinión sobre la literatura chilena y, por cierto, de Bolaño. "He leído a Isabel Allende, Marcela Serrano, Alberto Fuguet. Leí Los Detectives Salvajes, ¡qué coñazo!".

¿De buena?
De mala; no, de aburrida. Tampoco yo a Bolaño le caía muy bien. Bolaño era muy resentido con los escritores más leídos.

¿Qué le parece la instalación crítica de Bolaño como el mejor escritor de su generación?
Los que quieren instalarlo son sus amigos, pero de ahí a que le instalen... Bolaño era un escritor muy literario, en el peor sentido del término. Pero ya está muerto y sería de mal gusto hablar mal de él, como hacía Bolaño, que no quería que leyeran a nadie más que a él.

"Lo que no soporto es a aquellos que dicen el escritor debe hacer esto, debe tener tal compromiso. El escritor debe hacer lo que le salga de los cojones", subraya. "Solamente los 'bolaños' dicen cómo leen ustedes a Isabel Allende. Bueno, dejen que lean lo que quieran. 'Pero es que tienen que leerme a mí'. Eso ha hecho mucho daño".

Párrafo final de Los mitos de Chtulhu (texto inluido en el libro de relatos El gaucho insufrible, de Bolaño):

Sigamos, pues, los dictados de García Márquez y leamos a Alejandro Dumas. Hagámosle caso a Pérez Dragó o a García Conte y leamos a Pérez-Reverte. En el folletón está la salvación del lector (y de paso, de la industria editorial). Quién nos lo iba a decir. Mucho presumir de Proust, mucho estudiar las páginas de Joyce que cuelgan de un alambre, y la respuesta estaba en el folletón. Ay, el folletón. Pero somos malos para la cama y probablemente volveremos a meter la pata. Todo lleva a pensar que esto no tiene salida.

Y para concluir el duelo, un par más del español:

¿Qué le parece la obra de Roberto Bolaño?
Me parecía aburridísima cuando estaba vivo y me sigue pareciendo aburridísima ahora que está muerto. No son, desde luego, los libros que yo salvaría del incendio de mi biblioteca. Prefiero salvar las aventuras de Tintín.

¿Qué opina de Roberto Bolaño? ¿No le parece un bluf sobrevalorado? ¿Se aburre con él tanto como yo?
Ya respondí a esa pregunta más arriba. Pero ya que insisten, le diré que sí. Que me aburro incluso más que usted.

...

(*) Y si tú, amable lector, detestas a Pérez-Reverte, quizá te resulte festivo el siguiente video:


Un escritor deja de ser simplemente un nombre y apellido, a partir del primer libro que le leemos. Por lo general, del resultado de esa primera vez dependerá que le sigamos la pista o no. Por debajo de nuestro gusto personal quedarán las buenas o malas referencias recabadas, los estudios críticos, así como los premios cosechados por el autor. Esta primordial lectura será determinante en muchos casos, ya que nos inducirá a saber más de la persona que escribió aquel libro, a buscar más títulos o, tal vez injustamente, a ponerle la cruz, sin dar cabida a segundas oportunidades. También podemos ser “flechados” por este escritor con quien en el futuro (libros mediante) llegaremos a establecer un estrecho lazo con su obra y vida, lo que nos hará perder la objetividad o volverá desorejados fanáticos, aunque en el mejor de los casos no llevará a esgrimir una subjetividad bien intencionada.

Hace un par de años conté en un post que le dediqué a García Márquez, cómo el primer libro que leí del colombiano (su colección de cuentos Ojos de perro azul) terminó devorado por las polillas (sólo salvé las ilustraciones). La ingrata experiencia me sirvió como escarmiento a mi dejadez, que era incompatible para esa época con mi aún incipiente amor por los libros. Digamos que aprendí la lección: jamás volví a utilizar burdas cajas para guardar mis libros, por más modestas que sean sus ediciones, y siempre le dedicaría un tiempo (propio o ajeno) para el exclusivo y agotador mantenimiento de mi mini biblioteca. Pero las polillas no sólo se llevaron el librito que me acercó a la obra del colombiano, sino otros más que cumplieron su papel de presentarme por primera vez a escritores hasta ese momento desconocidos para mí, y que en el futuro seguiría leyéndolos.

Siempre fui un apasionado de las narraciones breves (cuentos y relatos). Tenía en casa diversas antologías de escritores latinoamericanos, peruanos, norteamericanos, franceses, ingleses, rusos, etc. Conocí a Cortázar, Borges, Quiroga, Ribeyro, Arguedas, Poe, Maupassant, Wilde, Chéjov, etc. gracias a estas compilaciones que devoraba con fruición. Al final de la lectura de estas antologías buscaba en la biblioteca de mi abuelo los libros disponibles de estos escritores, privilegiando a quien me había causado mayor deleite. Fue así como me aventuré a leer sus obras más extensas (muchos de ellos incursionaron en otros géneros) y a indagar sobre sus vidas. Las polillas se llevaron varios de esos libros, algunos de sus títulos empezaban con las palabras “Cuentos escogidos…”, y me propuse recuperarlos en esas y no otras ediciones (las que ha fijado mi memoria visual), con desalentadores resultados.

Hace poco encontré en Internet la imagen de la portada del libro de Gabo que perdí. Tomé nota de la editorial: Ariel Universal. Inmediatamente recordé que las polillas también devoraron una novela de Henry Miller, uno de sus Trópicos (estoy casi seguro que Trópico de Capricornio), cuyo descubrimiento resultó muy revelador, por lo que sin duda alejé de las miradas de terceros refundiéndolo en una caja (comprendan, era un púber). Ambos libros ya los repuse: Ojos de perro azul hace tiempo en una edición de tapa dura pero privada de una carátula atractiva, la cual cambié el año pasado por otra de colorida portada, aprovechando la reedición de gran parte de la obra del colombiano en Verticales de Bolsillo; y la desfachatada novela de Miller por una edición de carátula discreta.

La determinante primera vez que leamos a un escritor no sabrá de ediciones económicas o de lujo. No importará si el libro nos fue prestado, comprado o llegó a nuestras manos por error, o si accedimos a él en formato electrónico. En cambio, para continuar ahondando en la obra de un determinado autor, mucho tendrá que ver la disponibilidad de otros títulos (pienso en cómo mi interés por el Nobel egipcio Naguib Mahfuz se diluyó al no encontrar otros libros) y a nuestro bolsillo. En posts pasados ya conté algunas circunstancias de cómo accedí a la lectura inaugural de ciertos escritores que terminaron siendo mis favoritos. Mencioné incluso los títulos (mi primeros libros de Bryce, Pamuk, Somoza, Muñoz Molina, Saramago, etc.). A continuación recordaré otros singulares hallazgos:

Vargas Llosa está en mi top de tops de autores (el más leído, el más disfrutado, y el más polémico). Lo leí por vez primera en aquella setentera edición de populibros, colección donde las erratas tenían el extraño don de ruborizar a los lectores. Leí sus cuentos agrupados bajo el título de Los jefes, antes de acometer la narración más extensa: Los cachorros (suerte de novela corta). Nadie me dijo de qué se trataba el asunto. No había contracarátula que me dejara adivinar la triste historia de "Pichula" Cuéllar que iba encontrar, ni advirtiera del mareo que me iba a producir seguir el hilo de la narración. Nada presagiaba tampoco que me convertiría en admirador de los mejores libros del arequipeño, a pesar de no volverme a encontrar con nada que se asemeje en brevedad a esa lectura iniciática. Me acostumbraría más bien a sus novelas totalizadoras y exigentes. A ver. Trataré de ser breve, consignando otros casos de imborrables “primeras veces”:

Mis primeros libros de Juan José Millás y Javier Marías me los regalaron. De Millás: No mires debajo de la cama (recalé en el blog de una lectora que lo tenía como último libro leído); de Marías: Corazón tan blanco (recién este año pude terminar de leer los tres volúmenes de Tu rostro mañana). Al primero lo leo espaciadamente, con resultados irregulares. Lo último que me gustó fue su “novela” que ganó el Planeta 2007: El Mundo. Del segundo me quedan por leer aquellos libros que recopilan sus artículos. Ya dije que las polillas se llevaron diversas antologías que tenía guardadas en cajas. El nombre de Julio Ramón Ribeyro nadie me lo arrancaría de la mente. A su producción cuentística hay que resaltar esa joyita que se titula Prosas apátridas, que todo buen lector sabrá apreciar.

Accedí a mi primer libro del sudafricano J. M. Coetzee sacando ventaja de mi situación (ya lo conté en el blog de Lammermoor). No me deslumbró Desgracia, pero intuía que había mejores libros que ése. Algo irregular, también. A tomar en cuenta: El maestro de Petersburgo, Foe y Esperando a los bárbaros. Mi primera lectura de Enrique Vila-Matas fue gracias a un e-book: Bartleby y compañía (era el único disponible, no sé si ya habrán otros). Sus libros son caros, pero fascinantes si uno se acopla a su ritmo narrativo. Para echarles un ojo: El mal de Montano, París no se acaba nunca y Doctor Pasavento. Espero seguir leyéndolo. La virgen de los sicarios es el título de una película que decían estaba basada en el libro homónimo de un incendiario escritor colombiano. Antes de acceder a esta novela cayó en mis manos otra que se titulaba El desbarrancadero. La experiencia fue brutal. Su autor se llama Fernando Vallejo, es un hígado parlante, un divo, un tipo de de prosa corrosiva. Un amante de los perros. Casi casi un misántropo.

Empecé a leer a Paul Auster cuando había juntado una docena de sus libros (tengo leídos 17). No sabía por dónde empezar. Opté por algo autobiográfico, o al menos eso parecía, como La invención de la soledad, para luego no dar lugar a arrepentimientos con su segundo libro: El país de las últimas cosas (para mí el mejor). Lo del empacho ya es otra historia. Hasta ahora Pérez-Reverte no me ha empachado, ni siquiera con sus novelas por encargo o las que abundan en pormenorizados datos históricos. La reina del sur fue el primer libro que le leí. Pienso dedicarle un post. Philip Roth es otro de mis escritores favoritos. También empecé a conocer su obra gracias a uno de sus libros de no ficción: Patrimonio. Una historia verdadera. Conmovedora narración que tiene como protagonista a su padre, un sentido homenaje, que murió víctima de un tumor cerebral. Me eran incontenibles las ganas de empezar a leer a Roberto Bolaño por su afamada Los detectives salvajes, pero no estaba disponible en librerías. Me conformé con sus relatos de Putas asesinas, y al final de esta lectura quería leerlo todo del chileno. Felizmente no esperé mucho.

Actualmente estoy leyendo la novela de un escritor que hace un par de años ganó el Premio Alfaguara de novela. Es mi segundo libro de Luis Leante. Si no me hubiera gustado tanto el tema que desarrolló, no tanto su forma de narrar, en la premiada Mira si yo te querré, quizá no me hubiera animado a leer La Luna Roja. Todo parece indicar que empezaré a leer a Miguel Delibes por su novela histórica: El hereje. Estoy informado de que no es su mejor libro. Gracias al Club de Lectura, Murakami dejará de ser un desconocido para uno que otro de sus integrantes (el año pasado empecé por Tokio blues); espero que Laurence Sterne no lo siga siendo para mí…


Ante todo nos une el amor por los libros. Esta categórica afirmación, que podría parecer pedante si no fuera porque es esencialmente verdadera y estrictamente el fruto de una pasión desmedida por aquéllos, es la que nos ha llevado a un grupo de bitácoras o, mejor dicho, a sus autores, a unirnos en un club con el ánimo de compartir y disfrutar de esta afición mediante la lectura grupal de textos literarios, bien sean libros escogidos individualmente, bien decidamos embarcarnos en la lectura de la obra en conjunto de un determinado autor. Hasta la fecha, las entradas de nuestros blogs con los imprescindibles comentarios de otros compañeros, constituían el hábitat en el que nos desenvolvíamos a la hora de recomendar y descubrir nuevas lecturas. Ahora se les une un grupo de discusión que, esperamos, constituirá el caldo de cultivo de nuevas amistades en torno a nuestra común afición, y un filón gracias al cual descubriremos nuevas lecturas que acrecienten nuestro ya infinito afán de leer todo lo escrito.

Hace apenas unos días nos planteábamos cuál sería la primera lectura que compartiríamos, al menos de forma coordinada, mediante el grupo. De las deliberaciones previas y votación posterior surgieron sendos candidatos en las categorías de autor y libro: Haruki Murakami para la primera, y Tristram Shandy (o, más correctamente, La Vida y las Opiniones del caballero Tristram Shandy) para la segunda. Dado que consideramos al club un ente con vida propia, dispuesto a acoger en su seno a cuantos lectores se animen a participar en él, deseamos brindaros a vosotros, quienes leéis nuestros blogs con frecuencia, y a aquellos viajeros de paso que simplemente estáis aquí por casualidad, la oportunidad de compartir con nosotros vuestras impresiones lectoras.

Por si no le conocéis, Haruki Murakami es una de las voces que con más fuerza está llegando desde Japón. Su obra está impregnada de un carácter personal e intimista, que delata al autor celoso de su intimidad, amante de la música (especialmente el jazz y la clásica) y de los gatos. Quienes le han leído, suelen destacar que existen dos vertientes bien marcadas en su obra. La intimista, que caracteriza a sus libros Tokio Blues, Al sur de la frontera, al oeste del sol o a Sputnik, mi amor, y otra más onírica (para algunos, casi paranoica), en la que sus historias entrelazan la realidad y el mundo de los sueños de una forma indistinguible. A ésta pertenecen La caza del carnero salvaje, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo o su novela más reciente, After Dark. Murakami es también autor de artículos y relatos, y de la compilación estos últimos ha surgido su libro Sauce ciego, mujer dormida.

La idea de acercarse a un autor desde un club de lectura creemos que es novedosa respecto a la tradicional de compartir la lectura de un libro, ya que nos permite ser más flexibles con los gustos personales de cada lector y, además, permite que del debate posterior pueda obtenerse una visión global del conjunto de su obra. Por tanto, si os sumáis al club, podréis leer cualquiera de las obras de Murakami (o varias de ellas), y compartir las impresiones que os produjo una vez llegado el momento del debate, que está previsto para mediados de octubre (posiblemente, a partir de los fines de semana del 10 ó 17 de ese mes. De la fecha exacta os informaremos cumplidamente en el propio sitio web del club de lectura).

En cuanto a Tristram Shandy, obra del autor inglés Laurence Sterne, se trata de un conjunto de nueve volúmenes, publicados en un único libro, considerado como una de las mejores novelas cómicas en lengua inglesa. Como al Quijote, esta novela se considera predecesora en estilo de la novela moderna y, como aquél, las hilarantes situaciones a las que se ve expuesto el protagonista (que curiosamente aparece y desaparece de la narración de uno a otro volumen), hacen de él un libro divertidísimo. De Tristram Shandy existen varias ediciones en castellano, aunque la que cuenta con mejores críticas, por la excelente y premiada labor de Javier Marías en la traducción del texto original, es la de Alfaguara. Otra alternativa bastante interesante sería la de Cátedra, ya que sus ediciones cuentan con numerosas anotaciones a pie de página y con un ensayo introductorio que pueden ayudar a la comprensión del texto, y es algo más barata.

Por supuesto, tanto los libros de Murakami como el Tristram Shandy pueden obtenerse por diversos medios: comprándolos en una librería, consiguiéndolos en la biblioteca pública, a través del préstamo de amigos, familiares e, incluso, entre participantes del club. Para inscribirse en el mismo, hay que acceder a su grupo de discusión de Google, en la dirección http://groups.google.com/group/bibliolandia. En dicho grupo iremos añadiendo algunas reglas para hacer la experiencia más ágil y divertida, evitando además que se descubran aspectos de la trama de los libros antes de lo previsto, y una vez inscritos, únicamente tendréis que estar atentos a vuestro correo.

Poco más que añadir, o más bien sí, pero por vuestra parte. ¿Qué os parece la iniciativa? Os animamos a sumaros al club, creemos que es posible divertirse aún más con la lectura haciéndola participativa y compartiendo la experiencia. Cuantos más seamos, más nos divertiremos, sin duda. Así que os emplazamos en el club y, sobre todo, en la obra de Murakami y en la hilarante vida y opiniones de Tristram Shandy.

¡Feliz lectura!

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