Ellas

Mi amiga A está enamorada platónicamente de un no tan joven escritor nacional, autor de un par de novelas (una más discreta que la otra) que en años anteriores fue protagonista de la movida literaria limeña (codirector de una editorial independiente, director de una revista de corta duración, promotor cultural, etc.) y que hace poco ha vuelto a cobrar visibilidad (virtual) con un espacio propio en un conocido portal de Internet, mientras -dice, dicen- prepara su nuevo libro. Como era de suponerse, la pertinaz devoción que profesa A al reaparecido escritor, la ha llevado a visitar a diario el blog del susodicho, comentarle, querer leer los libros que recomienda y a releer su hasta ahora “obra completa”, y por qué no pergeñar alguna recensión laudatoria a futuro. Todo entra por los ojos, dicen. El tipo tiene su pinta y no escribe mal, así que este no será un espacio dedicado a cuestionar los gustos de mi amiga (todavía no). Este será otro ejercicio lúdico de la memoria que saque a flote los nombres de algunas narradoras que suelo leer, otras que dejé de hacerlo, así como sus obras que más me impactaron o conmovieron y confrontar si alguna vez sentí estar enamorado platónicamente de alguna de ellas.

Estadísticamente leo más libros de escritores que de escritoras. Aventuro a creer que es común que uno lea más a hombres que a mujeres, sin ánimo discriminador de por medio. Una mirada rápida a la lista de libros favoritos de mi perfil bloguero (que plasma de manera referencial mis gustos libreros) arroja la desangelada cifra de 4 libros escritos por mujeres (dos de ellos de una misma autora) de un total de 53 (sin duda urge una actualización más meditada). Además, en lo que va del año he leído igual número de libros escritos por damas: El libro de cuentos
Maldita sea (Planeta, 2008) de la peruana Julie de Trazegnies (un muy buen debut literario). Sexografías (Planeta, 2008) de la incombustible Gabriela Wiener (¿alguien dijo periodismo bonzo?). Muerte entre poetas (Finalista Premio Planeta 2008) de la española Ángela Vallvey (¿suerte de homenaje a Agatha Christie?). Y la nueva novela de la colombiana Laura Restrepo: Demasiados héroes (Alfaguara, 2009). De las mencionadas, aparte de haber leído una que otra crónica de la Wiener, sólo de la colombiana tengo otros libros (6 en total) lo que la convierte en una de las escritoras a quien más he leído. Pero hay más.

Cierto día, allá por el año 2000 ó 2001, escuchando un programa radial matutino que incluía el comentario de las noticias, la chacota culturosa y las más heterogéneas entrevistas a ilustres desconocidos, poco conocidos y uno que otro famosillo, quedé prendado de la voz (inconfundible el dejo colocho) de una de las invitadas: Laura Restrepo. Su visita a Lima iba de la mano de la presentación de su última novela, La novia oscura (en una zona petrolera, Sayonara es una de las prostitutas de la región que se enamora de un imposible…). La charla no sólo giró en torno al libro sino también sobre la experiencia de su autora en la política de su país y como periodista (oficio muy presente en sus ficciones). Como si fuera poco, uno de los conductores hizo mención a otra de sus novelas con un entusiasmo contagiante y que a la postre sería el primer libro que leería: Dulce compañía. Luego le sucederían Leopardo al sol, La novia oscura y La isla de la pasión, hasta que ganó el Premio Alfaguara 2004 de novela con Delirio, libro que me fascinó en grado sumo convirtiéndolo en uno de mis favoritos (además, dentro de la trama se hace mención a Memorial del Convento de Saramago, lo que le daba un plus). Pero ya antes había empezado a leer a escritoras latinoamericas.

Recuerdo que me costaba leer los primeros libros escritos por mujeres que cayeron en mis manos (había poco de dónde escoger, también). Jane Austen, Virgina Woolf se me hacían demodés o gaseosas; junto con Marguerite Duras, tardé en apreciarlas. Aparte de la lectura escolar obligatoria Aves sin nido de Clorinda Matto de Turner, la narrativa en castellano escrita por mujeres me era ajena hasta que la cosa se desbordó.

“Tienes que leer esto”, me dijo M aquella tarde de hace varios años con una expresión que combinaba el entusiasmo con la seriedad (llamémosle un sereno entusiasmo). Antes no cabía en mí preguntar a alguna fémina si le gustaba leer para enamorarme de ella (¿es que ahora sí un requisito fundamental?). M no era de las que se pueda calificar fanática lectora (los números acaparaban su interés), pero leía “sus cositas”; aparte del común material de lectura obligatoria, siempre sacaba algún título que ambos podíamos coincidir. Pero hasta aquella vez venía postergando decirme el título del libro que parecía abstraerla de otras lecturas (el machista que me habitaba decía que a lo mejor M estaría leyendo Mujercitas de Louisa May Alcott).


El libro que M me alcanzó fue La casa de los espíritus de la archifamosa Isabel Allende. Creo que le hice pensar a M que lo leería por mera cortesía, para no desairarla. En verdad me interesó mucho lo que leí en la contraportada. A medida que avanzaba la trama, todas mis señales de alerta se activaron: ese estilo, esa manera de contar, me eran conocidos. Efectivamente, La chilena parecía una aplicada imitadora de García Márquez, del realismo mágico, fórmula infalible que no solo ella aplicaría. ¡Pero cómo atrapaba!

En mis noventa, la caótica avenida Grau (hoy supuestamente remozada) era uno de los puntos más frecuentados por mí a la hora de buscar libros de segunda mano (ahora inexistente ya que la mayoría de libreros se mudaron al Campo Ferial Amazonas). Por lo general, allí también se encontraban a buen precio lo pocos textos escolares que nos era preciso adquirir en esa época. Se precisaba de compañía para acudir a este punto de venta, debido a su mediana peligrosidad. La primera vez que me aventuré a ir solo (para evitar el roche) fue sin duda en busca de si no más libros de la Allende, de otras autoras latinoamericanas. En Grau o en otros lugares conseguí más de Allende (hace un buen tiempo que dejé de leerla), su compatriota Marcela Serrano, las mexicanas Laura Esquivel, Ángeles Mastretta, Rosario Castellanos (a quienes también les dije adiós).

Años después, en un acto de enajenamiento (otros le denominan amor), accedí a leer por expresa recomendación de LM Cumbres borrascosas de Emily Bronte, Lo que el viento se llevó (¡!) de Margaret Mitchell, el Diario de Ana Frank y al menos un par de libros de Agatha Christie de quien LM era fan. Y aprovecho la oportunidad, donde quiera que estés, sorry por no llegar al final de la saga de tu adoradísimo Harry Potter, cosa que debe importarle un pepino a J.K. Rowling.

Luego, ya en mi época universitaria, leería a las hermanas Silvina y Victoria Ocampo. A la nacional Carmen Ollé (hace poco a jóvenes narradoras peruanas como Claudia Ulloa Donoso -suspiros a granel- y maduritas como Patricia de Souza y Laura Riesco). A las estadounidenses Patricia Highsmith y Susan Sontag (aunque de ella prefiero de lejos sus libros de ensayos y de paso recomiendo leer las entradas que Strika titula La enfermedad y sus metáforas en su blog). A Marguerite Yourcenar. A autoras ganadoras de algún premio literario como Claudia Piñeiro (Premio Clarín de novela), Gioconda Belli (Premio Seix Barral 2008). A las Premio Nobel Elfried Jelinek (2003) y Doris Lessing (2007); y un contingente de escritoras españolas de las que rescato a Rosa Montero por su capacidad de reinventarse con cada nueva publicación (bueno, y que a pesar de sus añitos…) y otras más que sería ocioso mencionar.

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Piensa, amable lector, cuál sería tu reacción si te entregan una galerada mecanoestrica de un par de centenar de páginas y tu vida dependiera de achuntarle si lo leído fue escrito por un varón o una mujer. ¿Claudicarías o te arriegarías? Claudicarías porque es imposible hacer de ello un juego adivinatorio, o porque piensas que no cuentas con los conocimientos necesarios para averiguarlo (dando por hecho de que sí se puede)? ¿O acaso te arriesgarías amparado en tu buena fortuna, el azar; o por el contrario te sabes ducho en estos menesteres y hueles a la legua el sexo de las personas por lo que escriben? ¿Acaso habrá una forma de escribir femenina y otra masculina? La encargada de cachetear a los que creen afirmativa esta última pregunta será una conocida nuestra, la autora de la que he leído más libros y, como ya dije, se reinventa con cada nueva publicación; es periodista, es inteligente, es guapa y para más inri, me firmó uno de sus libros: Rosa Montero (entrevista de Pedro Escribano).

Palabra de mujer

-Leí que te opones a hablar de una categoría de literatura feminista...
-No solo feminista sino también a la llamada literatura femenina. No hay una literatura femenina como no hay una literatura masculina. Es imposible adjetivar así.

-Algunas teóricas están planteando el tema...
-Es verdad, pero no estoy en desacuerdo. Me parece que están equivocadas. Lo que dicen no tiene que ver nada con la realidad. El sexo es un ingrediente más dentro de muchos otros ingredientes que componen la mirada del escritor o la escritora. Un escritor es lo que es y los libros son lo que son dependiendo de su lengua, cultura, idioma, de la edad, de las lecturas, de su clase social, de la enfermedades que ha tenido o no, de su sexo también, del hecho de ser hombre o mujer, etc. Como ves, es imposible adjetivar a un tipo literatura sólo porque quien lo haces es mujer u hombre.

-El género es un distintivo de nuestra condición de ser...
-Sí, pero en la literatura el género no crea una categoría, sólo es una influencia más dentro de muchas otras. Es probable que mis novelas tengan mucho más que ver con las novelas de un escritor español de mi edad, nacido en una gran ciudad, que con las de una mujer, negra, sudafricana de ochenta años, que ha vivido el apartheid... Las cosas que nos separan son mucho más que las que nos unen como, por ejemplo, el género.

-¿Es una prueba de que el género no tiene que ver nada?
-Sí, no tiene que ver nada...

-Pero las teóricas han creado toda una corriente al respecto...
-Sí, hay mucha gente que dice muchas tonterías...

-Tú también has escrito mucho sobre mujeres, de todas maneras una perspectiva desde el género. ¿Acaso no te estás mordiendo la cola?
-¿Y qué? Los hombres han escrito mucho sobre hombres. Toda la tradición de la literatura está escrita por hombres y en su 99% está protagonizada por hombres...

-Ahora las banderillas son para mí...
-No, lo que te quiero decir es una cosa notable y que me irrita mucho. Cuando un escritor hace una novela protagonizada por un hombre se considera que está hablando del género humano, pero cuando una mujer escribe una novela protagonizada por una mujer, se considera que está escribiendo sobre las mujeres. No es así. Todos, escritora o escritores, hablamos sobre el género humano.
(La entrevista completa la pueden leer aquí.)
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Y llego al final de este ejercicio de la memoria obviando involuntariamente nombres de escritoras a las que he leído, sin encontrar a la mano alguno de mis libros de Isabel Allende para tomarle foto siquiera a uno (¿dónde los habré puesto?), y con la tambaleante convicción de que únicamente las lectoras se enamoran platónicamente de sus escritores predilectos (en la ficción, Misery de Stephen King es un caso extremo, y en la chata realidad, las -beep - beep- que idolatran a un celebrity blogger).

Ribeyro vivió toda su vida muy ribeyreanamente: así como a sus personajes los perseguía el infortunio y eran protagonistas de las situaciones más absurdas, al bueno de Julio Ramón le tocó padecer mil y un anécdotas poco amables. Él mismo contó cómo la dicha que representaba haber publicado por primera vez en Europa se vio empañada al descubrir en su flamante libro que la foto de la contraportada le correspondía a un escritor africano. ¿Quién es ese negro? soltó un Ribeyro anonadado. Te comprendo, amable lector, si al llegar a este párrafo sueltas alguna exclamación parecida a !Quién es esa preciosura, belleza, lindura! !De dónde cayó ese bombom!, etc. Pero eso sí: no me babees el monitor... ¿Demasiado tarde?

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