La mayoría de tradiciones religiosas en el interior del país, que no son otra cosa que largas jornadas de bacanales e hipocritones golpes de pecho, suelen regodearse (y justificarse en nombre de diosito, pues), en la crueldad hacia los animales. En estos casos, no puede haber fiesta patronal si en el programa de actividades no incluyen un festival de sangre, traducido en la vil corrida de toros y otras salvajadas por el estilo. (¿Alguien oyó mentar el llamado jalapato?)


Hoy, a media mañana, me sumergí en la lectura de todos los diarios disponibles en la chamba, que no son únicamente los llamados serios; es más, me consideré afortunado, aunque ni tanto, al hallar íntegro mi diario favorito de cincuenta céntimos: El Trome (sí, soy humano, y no tengo ninguna tara lectoral vergonzante. También leo a Roncagliolo y a Bayly).

Obviamente empecé a leer por la última página, no tanto por la malcriada de rigor (jalón de orejas de K a la distancia), sino por uno de mis columnistas favoritos. Qué Rodrich, ni Paredes Castro ni Webeadito, Meadito, cómo es?, ah, Baneadito (atribulado blogger incendiario). El Búho es la voz!

Abreviando. Página cinco, sección Actualidad. Titular de la nota: "Gato al huacatay" fue la sensación. Gorro: Se chuparon los dedos en festival en zona de La Quebrada en Cañete. Dicen que su carne es afrodisiaca... Casi regurgito el desayuno.

Bueno, de acá en adelante me estoy autocensurando. Reprimiendo todos mis prejuicios, volatilizando mis palabras altisonantes y sublimando mis deseos homicidas. Mi indignación me ha acompañado durante todo el día. Se ha intensificado al entrar a mi depa y ver a la asolapada comegato de mi vecina esperando el ascensor para subir un piso (yo opté por las escaleras). Se trata de una valetudinaria fulana que un poco más y se le cae la quijada al conocer a mi gato (como quien arrastrara un apetito ancestral).

Cierto día dejaron un documento para mí debajo de su puerta (el corcho del mensajero vio 204 en vez de 402). Servicial, la vecina tocó mi puerta para corregir el error. Abrí y le agradecí el gesto a la doña (hasta ahí, sin mayores adjetivos). De pronto, el curioso de Aryel sale a ver quien era y la mostrenca, babeante ya en ese instante, me pregunta si lo estoy criando para negocio...!!! Juat???

Al principio no entendí bien lo que el vejestorio había farfullado. Igual me estaba sulfurando por lo que creí entenderle. ¿Que lo estoy criando de puro ocioso? Repeat, please. Ah, negocio. NEGOCIO?!!! Acaso pensaba que tenía un criadero de gatos, que lo estaba cebando a Aryel como un vil porcino. Grrr. La saqué del error ipso pucho, con todo mi arsenal palabrístico para casos indignantes, y desde entonces encabeza la lista negra de vecinos bagres, locos de atar (porque hay que estar chiflado para llenarte el buche a costa de un indefenso michi, qué Santa Efigenia ni Santa Cachucha) y sospechosa number one si se extravía mi gato.

En fin. Qué hacer ante la gatada galopante? (festival gastronómico, las verijas!). Qué he hecho en contra de las corridas de toros? Qué hago por mi planeta?. Ni michi. Nunca es tarde, dicen. Mientras calibro como canalizar esta indignación (lo cual puede durar siglos), linkeo un texto delirante, chacotero, fruto también de mis lecturas diarísticas. Le pertenece al columnista de La Primera, el tal Luis Torres Montero y se titula
El Club de los Gatos Vengadores
.

Hasta el próximo post menos bilioso, o lo que venga. Y sorry por el título vulgarón; obvio, si no te sientes aludid@.

John Cheever, Diarios, Emecé editores, 2007

A su retorno de un largo exilio involuntario, y antes de que hiciera dupla (originariamente un inofensivo trío) con Miyashiro, el 2007 Beto Ortiz condujo un programa vía Canal 11, básicamente de entrevistas. En la micro secuencia “Somos libros”, auspiciada por una conocida cadena de librerías, Ortiz aprovechaba para comentar brevemente libros de todo tipo, lo cual no llegaría a ser una constante en su web. Definitivamente la cultura ni es rentable ni da rating, y menos crea masivas voces de adhesión.
Aquella vez, Beto no sólo confesó su devoción por el escritor norteamericano y elogio sus diarios, sino también leyó un párrafo contundente que hizo que en mi primera incursión librera me lo compre. De esto hace aproximadamente once meses (mi compra más antigua).
Recuerdo que entusiasmado comencé a leer los Diarios de Cheever y poco a poco me invadió el desasosiego que trasunta sus páginas, y que son las vivencias, reflexiones, tribulaciones del autor de La geometría del amor, entre otros títulos. Aquella vez no pasé de la página 50.
Una tentación ineludible, ahora sí, leerlo de cabo a rabo, a pesar de que la adicción va de la mano de algo parecido a la depresión. Sin duda habrá que acometerlo con el cuchillo entre los dientes.

Antonio Muñoz Molina, Beatus Ille (1986), Seix Barral, 2006

Lo adquirí en la Feria del libro de Ricardo Palma (la más antigua del Perú). Beatus Ille es la primera novela que publicó este escritor español, a quien hasta ahora he leído con placer. Según el caso (demandas de la trama, del estilo que le impone lo narrado), Muñoz Molina puede ser denso (El jinete Polaco) o ágil (El invierno de Lisboa), pero ambas facetas con cotas literarias altas, que lo alejan de la subliteratura siempre en boga.

Ricardo Uceda, Muerte en el Pentagonito, Planeta, 2004

En el stand de Planeta (de la feria antes mencionada), vi cajas y cajas con este libro por la suma de 15 soles. Pensé que se trataba de alguna reedición, y por tanto estaban en oferta, pero no era así. No lo compré en esa oportunidad sino a fines de Diciembre en un supermercado (tal vez conjuntamente con las compras navideñas). Se trataba de un pack: por 29 soles junto con el libro de Uceda también me llevé Sombras de un rescate de David Hidalgo.

Enrique Vila-Matas, Doctor Pasavento (2005), Anagrama, 2006

De lectura imprescindible, Vila-Matas crea adicción. Lo estaba guardando adrede hasta hacerme de otros de sus títulos porque suelo leerlo de tres en tres (pero ya no se daría el caso). Altamente recomendables: Bartleby y compañía, El mal de Montano y París no se acaba nunca.

Doris Lessing, De nuevo, el amor (1995), De Bolsillo, 2007

Confieso que mi desconocimiento de la obra de la última Nóbel de Literatura, me llevó a leer un puñado de sus novelas para forjarme una somera opinión. Me queda por leer la que consigno en esta lista. Ojalá sea medianamente interesante. Definitivamente la Lessing no me ha hecho ni cosquillas hasta ahora, caso contrario con el turco Pamuk o el sudafricano Coetzee, otrora desconocidos para mí hasta que recibieron el máximo galardón de las letras.

Jorge Díaz Herrera, Pata de perro, Editorial San Marcos, 2007

Una apuesta por nuestra literatura local, alejada de las mastodónicas editoriales trasnacionales.

Haruki Murakami, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1994), Tusquets Editores, 2007

Es una novela que uno quiere que no se acabe nunca. Estoy por terminar sus casi setecientas páginas. Mejor no añado nada más, sólo que cuesta un huevo de plata, vale la pena el gasto.

Franz Kafka, Diarios (1910 – 1923), Tusquets Editores, 2005

De lectura imprescindible, por las constantes menciones de sus páginas tanto en La tentación del fracaso de Ribeyro, como en El mal de Montano de Vila-Matas (libros que te inducen a la lectura de otro).

Mario Benedetti, Cuentos completos (1947 – 1994), Seix Barral, 2006

Antes de comprar este libro, tenía un par de antologías de su cuentística anterior a 1994 y otros títulos posteriores a ese año. Recuerdo claramente el primer cuento que leí de este prolífico escritor montevideano: Las noche de los feos: hice click. Irregular, pero entrañable, Benedetti puede deparar gratas sorpresas.

Antonio Muñoz Molina, Ventanas de Manhattan (2004), Seix Barral, 2005

Otro libro que compré en un supermercado, al precio oferta de 9.99, en parte debido a su autor y de todas maneras influido por la somera lectura en Perú.21 de la columna de Ramiro Llona que la citaba (ese mismo día, y al mismo precio de escándalo, también adquirí Tengo miedo torero del desenfadado “roto” Pedro Lemebel).

Gabriel García Márquez, Noticia de un secuestro (1996), Verticales de Bolsillo, 2008

Para quienes lo creían jubilado para la ficción, todo parece indicar que el buen Gabo publicará a fines de año una nueva novela (dicen que se titularía En agosto nos vemos).Casi toda su obra ha sido reeditada por Verticales de Bolsillo a un precio asequible. A mí me faltaban 3 títulos. Por lo pronto ya leí El olor de la guayaba (en coautoría con Plinio Apuleyo) y La aventura de Miguel Littín, clandestino en Chile.
Y nada, esas son, por ahora, mis lecturas pendientes.


Nuevo mes, nueva forma de afrontarlo, conjuntamente con octubre, librescamente hablando. Necesidad de aplicar un reajuste a mi economía que recién volverá a la normalidad en el mes de mi cumpleaños: Noviembre. Estoy a un tris de volverme creyente. Alguien tiene que darme una manito para cobrar semejante préstamo. Revisaré el santoral, vidas, milagros y aplicaré el democrático de tin marín de do pingüé.

Mientras tanto, felizmente no me privaré de nada (las necesidades básicas, libros incluidos, están cubiertas, así como las superfluas), en todo caso postergaré forzosamente la adquisición de nuevos títulos. Si bien durante este bimestre no tendré la necesidad de convocar a la relectura (generalmente económica e incluso sabia decisión), ya que tengo una oncena de libros sin/por leer, en cambio deberé evitar librerías y libreros en general: no tentar al diablo le llaman.

Pero esta situación pasajera tiene un aspecto positivo: al fin dejaré de arrumar libros sin leer o leídos a medias e ir postergándolos por lecturas que dictan el gusto personal (ciertos fanatismos) o ponen de moda las secciones culturales, las diversas ferias y uno que otro lanzamiento mediático justificado o no (por si acaso, y lo considero casi un deber consignarlo, no he comprado ni compraría jamás el libraco del blogger busco trampa, así me pudra en plata, pastrulee o me lo pidan como última voluntad).

Un rápido vistazo a este peculiar "once", vuelve intimidantes a la mayoría por su número de páginas, lo que reflejaría el porqué de su constante aplazamiento: ejemplares poco manuables, y por tanto incómodos de llevar al trabajo, a la espera prolongada de una cita e incluso de ubicarlos cerca de la PC mientras espero que cargue una página o alguien medianamente interesante se conecte al MSN.

A continuación, repasaré la lista y haré un sobrehumano ejercicio de memoria para presentarlos en sociedad y detallar las circunstancias en que fueron adquiridos.



;;