Y tú, dijo el de la pistola, no olvidaré tu voz, Ni yo, tu cara, respondió la mujer del médico.
José Saramago, Ensayo sobre la ceguera (1995).




Pieter Brueghel el Viejo, Parábola de los ciegos (1568)

Actualmente K está leyendo Ensayo sobre la ceguera (1995), de José Saramago. Es la primera novela que ella lee del escritor nacido en Azinhaga, Portugal, un 16 de noviembre de 1922. Algo me dice que no será el único libro que leerá de este autor. (Aprovecho para recordarle que no vea el tráiler de la película hasta que termine el libro, ni lea los roles asignados a los actores.)

Yo a partir de la fascinación de esa novela (de esto hace casi una década) me propuse leer en la medida de mis posibilidades todo cuanto cayera en mis manos del Nobel lusitano, dándole mayor importancia a sus ficciones que a sus opiniones políticas no del todo inatendibles.

Manual de pintura y caligrafía (1977), Memorial del convento (1982), El año de la muerte de Ricardo Reis (1984), El evangelio según Jesucristo (1991), Todos los nombres (1997) y sus Pequeñas memorias (2006, son otros títulos que disfruté e hice mis favoritos.

Blindness es la adaptación cinematográfica de Ensayo sobre la ceguera (la novela tiene una regularona segunda parte titulada Ensayo sobre la lucidez, publicada el 2004). Ha sido estrenada en Cannes y espero algún día verla en nuestras alicaídas salas.

Dirigida por el brasileño Fernando Meirelles (el mismo director de Ciudad de Dios, El jardinero fiel, entre otras) y escrita por el canadiense Don McKellar, Blindness cuenta en su reparto con las actuaciones de Julianne Moore, Mark Ruffalo, Alice Braga, Danny Glover y Gael García Bernal. Me pregunto cuál será el aspecto de “el perro de las lágrimas”…

Bolaño dijo alguna vez que no hay que leer ni mucho menos releer los libros de los cuales se hacen películas. Leer o releer Ensayo sobre la ceguera, así nunca se estrene en Lima como tantas otras adaptaciones literarias que me hubiera gustado haber visto en la pantalla grande (aunque fuesen un fiasco) y no gracias a Ares u otros programas (Alatriste, Tirante el Blanco, La carta esférica son algunas descargas) es casi un deber moral. Tomar el libro, después de haberla visto en el cine, tal vez sea perjudicial. Aún están a tiempo de leer la novela. No se arrepentirán.

Un viernes por la noche le propongo a K como lugar de encuentro del día siguiente, el boulevard Quilca. La sola mención de este libresco point, hace que K sospeche de mis subalternas intenciones: la compra de algún libro. No la desmiento, pero tampoco tengo un título o títulos en mente por adquirir, situación que estaría plenamente justificada, creo yo -mas esto no le expongo a K- por mi veintiúnica visita a la pasada FIL debido a razones de fuerza mayor. En realidad es la cercanía de este sitio con otro que no quiero mencionarle a K, lo que influyó en mi decisión; y que, como se derivaría de nuestra charla, a ella también le convenía visitar, pues quería comprarle a su sobrina un libro por su cercano cumpleaños.

A la hora de acordar el nombre del título ideal por obsequiar, siempre por teléfono, K me mencionó su intención de adquirir Un mundo para Julius, yo automáticamente propuse otra novela de Bryce: No me esperen en Abril, quizá por las nutridas y delirantes experiencias escolares que se narran en gran parte del libro, aunque en otra época. K en todo caso lo pensaría y decidiría in situ. Gustoso la acompañaría y deslizaría si bien no recomendaciones azarosas, algunos apuntes testimoniales de las obras ya leídas que ella pondría en la balanza y que tendría como destinatario final a una adolescente en edad escolar.

Al día siguiente, mientras demoraba en llegar a nuestra cita libresca -cosa infrecuente en mí-, K ya había hecho un rápido recorrido informándose de títulos y precios. Llegué, pues, con la mente puesta en un libro de entrevistas para adquisición personal: Animales literarios de Alonso Rabí. Luego de preguntar a todos los caseritos quilcosos y echarles un ojo de refilón a otros libreros, con K llegamos a la conclusión de que las novelas de Bryce eran bastante voluminosas para su sobrina. Por mi parte, no encontré el libro que quería, pero sí otro (a 25 soles, 20 menos que su precio original) que estaría ligado a la experiencia post almuerzo de ese día.

Descartado Bryce, rápidamente apelamos a otros autores: ella a Poe con alguna aceptable antología de sus cuentos, y yo a un autor entrañable y dos de sus títulos más lúdicos: el Cortázar de Historias de Cronopios y de Famas y el de Un tal Lucas. Recalamos donde otra de mis caseritas y les pedimos nos mostrara estos libros. También desestimamos la insuficiente antología que se nos mostró de Poe que no llegaba a la decena de cuentos de los 67 que Cortázar tradujo en su momento y me precio de tener en dos tomos. (Deducir subsiguientes felices coincidencias.)

Cuando todo parecía indicar que K le compraría a su sobrina Historias de…, se me ocurre tentarla pidiéndole a la caserita nos permita hojear aquel tomo de los cuentos completos de Cortázar, prologado por Vargas Llosa en 1992 (el último de tres editados en Punto de Lectura) que incluía Un tal Lucas, lo que nos fue concedido. Resumiendo: K no resistiría la tentación. No la culpo. Visto en semejante trance, yo también hubiera hecho lo mismo, si es que ya no lo he experimentado (¡que levante la mano quien no haya pasado por semejante dilema cuasi moral!). K adquirió para sí ese tomo con la íntima promesa de hacerse pronto de los restantes y decidió obsequiarle a su sobrina su ejemplar de Historias de Cronopios y de Famas. (¿Alguien dijo venganza?)






Después del almuerzo seguía sin decirle K adónde íbamos a dirigirnos, de momento mi preocupación pasajera consistía en saber por dónde quedaba la cuadra cinco del Jirón de la Unión: OK, camino a la Plaza de Armas. Encontramos el lugar: Casa Museo O'Higgins. Restaurado por la República de Chile entre los años 2006 y 2008, como un homenaje a la fraternidad que une a los pueblos del Perú y Chile, reza una placa en la entrada, donde tuvimos que dejar nuestros libros adquiridos. Ingresamos. Recorrimos cerca de dos horas las 14 salas dispuestas en homenaje a nuestro insigne escritor Mario Vargas Llosa. Pienso mientras escribo esto en la temprana partida de Constantino Carvallo, en los merecidos homenajes póstumos, pero en la justeza de los reconocimientos a los vivos. (La muestra se titula: “Mario Vargas Llosa, la libertad y la vida” y permanecerá abierta hasta el 30 de octubre.)

Con K nos emocionamos al leer una carta que le dirigiera el gran Julio Cortázar a nuestro escritor, con fecha 23 de mayo de 1965. Nos llenamos los ojos con las innumerables portadas en diversos idiomas de las obras de Vargas Llosa. Figureteamos al lado de algunos de los objetos expuestos de propiedad del escritor, así como captamos con mi camarita algunas de las pinturas, fotografías, instalaciones, etc. exhibidas que componen la muestra.





A medida que pasan los minutos, vemos más gente como nosotros. Leemos de puño y letra de Mario sus reseñas y opiniones al final de los libros que más le impactaron. En síntesis, una experiencia fascinante, corroborada al día siguiente con la lectura del libro que compré, y ya es hora de mencionarlo: Las guerras de este mundo. Sociedad, poder y ficción en la obra de Mario Vargas Llosa, y que me prometí terminar para recién escribir este post y cuya lectura me ha hecho cambiar el título de esta entrada, porque si algo he sacado en claro de la prosa vargasllosiana, de sus historias, es el absoluto rechazo que debemos tener por todo tipo de fanatismos. En mi caso, me sobrevive el fanatismo pelotero, nada más.









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