Lo peor del año

El estertoroso año que se va, es fuente de los más diversos rankings y encuestas que tratan de erigir en diversos órdenes a lo mejor y peor del año. En materia literaria, por esta época sigo con cierto interés los resultados de las diferentes encuestas on line (en manos de más de un clickeador compulsivo) y las que le formulan a los entendidos (críticos y escritores). También leo los rankings de algunos bloggers y los diversos comentarios que sus elecciones originan. Los recuentos adquieren mi atención cuando no se quedan en la simple enunciación y le adicionan una carga valorativa, que tomaré en cuenta a posteriori, por si aparentemente algo bueno me perdí.

Sin asomo de ironía, se podría decir que hago mía aquella esotérica frase de “consuma lo que el Perú produce”. Por tercer año consecutivo, entre novelas, nouvelles (20), libros de cuentos (14) y un puñado de libros no ficcionales (7), he leído una cuarentena de libros de autores peruanos editados en el año que se va, cifra que apenas constituye una muestra ínfima de lo que en el medio local –Lima preponderantemente– se publica, y que más o menos representa un 45% de lo que leo (incluidos autores extranjeros, y nacionales que me debía de años anteriores), pero que al fin y al cabo el gusto por el tema, la fascinación deparada en anteriores entregas por el autor, polémica generada o los ecos de una crítica positiva que me llegan, terminan por imponerse y demandar su lectura.

Cuando uno termina de leer un libro, consciente o inconscientemente le hacemos merecedor de un puntaje o de un adjetivo calificativo en nuestro ranking personal. Inmediatamente después, pasa a formar parte de lo mejor o peor que hayamos leído hasta entonces; a ser digno –más adelante– de una segunda lectura y, bajo nuestra responsabilidad –y la ajena– de recomendación o veto. De no ser el caso, formará parte de aquellos títulos que no acumularon suficientes méritos ni deméritos y engrosará la larga lista de libros regularones que son los más con los que nos topamos en esta vida. Así que consideremos una verdadera epifanía si nos encontramos con una excelsa obra de arte literaria o un bodrio monumental. Referir lo malo, nuestras decepciones, puede ser provechoso, catártica o lúdicamente, así que daré cuenta primero de los libros que me decepcionaron este año:

La cuarta espada de Santiago Roncagliolo

Casi nunca leo las reseñas que les dedican a los libros ficcionales que pretendo leer. En todo caso, apenas ojeo las sinopsis, o apuradamente algunas líneas, como quien pretende mantener su opinión desprejuiciada y porque más de un reseñador -sin alertarnos- se va de boca y cuenta pasajes que el lector debería ir descubriendo. Después de leer el libro de marras sobreviene el empacho crítico. No ocurre esto cuando de un ensayo o libro de no ficción se trata. La mayoría de los comentarios nada halagüeños que el libro de Roncagliolo cosechaba, antes incluso de estar a la venta en el medio, venían con el rótulo de “no me compres” y lo que es peor, me sonaba a estafa y a advertencia samaritana. Es más, circulaba un párrafo (descontextualizado eso sí) que pintaba a su autor como mercenario de las letras (algo de lo que ya se preciaba como autor de su novela El Príncipe de los caimanes, pero que en el caso de un libro sobre el líder terrorista, constituía una inmoralidad) y cuestionaban una de sus tristemente célebres analogías. ¿Qué más quería no ya para no leerlo sino para agenciarme una edición pirata o fotocopias y no malgastar mis soles? Pero claro, Roncagliolo defendió su híbrido (hasta ahora no sé si catalogarla de novela, reportaje, crónica, pero de algo estoy seguro, el tema ha sido tratado seria y documentadamente con anterioridad y sin mayores veleidades ni teorías del yo) y halló voces solidarias, indulgentes. Le otorgué, pues, el beneficio de la duda, y el fiasco se materializó. Pero bueno, ya que mencioné voces condescendientes, puedo decir que el libro de Roncagliolo no es un reverendo desperdicio. Alguien desorbitado de la realidad, ajeno a las aciagas décadas de la violencia, encontrará una especie de ayuda memoria en este manual para dummies que es La cuarta espada del polémico espadachín.

Las obras infames de Pancho Marambio

Qué duda cabe. El 2007 ha sido el peor año para Alfredo Bryce. No sólo por las fundamentadas acusaciones de plagios sistemáticos (uno de las cuales tuve el dudoso e involuntario mérito de encontrar y que constituiría el caso documentado más antiguo) y la vergonzosa sentencia favorable dictada por INDECOPI, sino porque su retorno a la ficción estuvo de la mano de una novela fallida, tal vez la peor que haya escrito. Hiperbólica pero grotesca, con visos autobiográficos pero inverosímil. Carcajeante lejos de la sutil ironía de sus mejores narraciones. Olvidable. Una soberana decepción. Recuerdo la expectativa que me invadió esta nueva publicación de Bryce, tras 4 años durante los cuales publicó sus controversiales Antimemorias 2 y el libro ensayístico, maledicientemente catalogado de autoayuda, Entre la soledad y el amor. Sus detractores han hallado sobradas razones para referirse a él como un borrachín inimputable y decadente, escritor que se repite, autor de un par de libros y nada más, y para colmo incapaz de reconocer sus errores: los textos plagiados y por tanto birlados a sus verdaderos creadores. Las pocas reseñas benévolas tampoco le hacen ningún favor. Sus novelas anteriores y algunos de sus cuentos que tienen su estilo y firma incuestionables, hablan del mejor Bryce que alguna vez me sedujo leyendo los avatares de Pedro Balbuena y Martín Romaña y que es el que quiero recordar sin negarme ante lo evidente.

Continuará...

Todo diarista es autor, protagonista y narrador. Dejar constancia de nuestro paso por esta vida, de los hechos que nos toca atestiguar, protagonizar, ensoñar; de las reflexiones que se derivan de estos acontecimientos y sueños; de las impresiones que nos dejan libros, películas o cualquier manifestación artística; del trato con nuestros semejantes y mascotas; en suma: deseos, frustraciones, esperanzas, miserias, logros, metas, y el triunfo –inconsciente o no– del día a día como sinónimo de vida ante la muerte; dejar constancia, decía, de todo ello tiene cabida en un diario íntimo, y cualquiera puede tener uno (dar rienda al exhibicionista que todos llevamos dentro). Diarios: ficciones del ego, pero algo más.

Los hay más relevantes que otros, para lectores amateurs, poco exigentes, profesionales del chisme y morbosos incorregibles. Tal vez tenga que ver cierta valoración positiva la intensidad y honestidad que trasunten sus páginas. El de Ribeyro, qué duda cabe, es no sólo revelador en cuanto a desmitificar al tímido que todos intuyen, creen conocer, y que luego de la lectura de los primeros diarios se contrapone con el frecuentador de burdeles a la caza de amores furtivos, lo que a la postre lo vuelve más humano y contradictoriamente humano en la medida que pasan los años y nadie puede decir que sigue siendo el mismo ni impedir alimentar una falsa impresión: sino también por las líneas que rescato para este blog y que de alguna manera son un homenaje para todas aquellas mascotas incomprendidas, como
Ptolo y sus congéneres.

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21 de marzo - 1974

Proyecto –o menos que proyecto, anhelo, sueño– de tener una casa en el malecón de Miraflores, frente al mar, donde pueda pasar tardes tranquilas, interminables, mirando el poniente, pensando, escribiendo si me provoca, tal vez con uno o dos amigos, buenos discos, un buen vino, mi pequeña familia, un gato y la esperanza de sufrir poco.

31 de agosto - 1974

Me gusta pasar mis cumpleaños completamente solo, sin otra compañía ahora que mi gato.

29 de julio - 1976

Por más que tendamos hacia la bondad o hacia la perfección, no podemos evitar a veces pequeños actos de crueldad o de malevolencia, que son como emergencias de nuestra vieja naturaleza ancestral, cuando nuestra conducta no estaba controlada por nuestra inteligencia. Así, yo he notado que soy en algunas ocasiones extremadamente malvado con mi gato y me empecino en hacerlo sufrir. Yo que tolero que duerma en mi cama, que le permito sentarse durante horas en mis piernas, que no lo sanciono nunca por más que desgarre el forro de los muebles o rompa la vajilla, lo privo a veces de su comida. Pudiendo abrirle su lata de paté, me invento cualquier pretexto para no hacerlo, para castigar quizá su excesiva glotonería, su obstinación en recordarme que ya le toca comer, el ostensible servilismo de que es capaz en estos momentos de carencia. Claro que a las pocas horas ya estoy arrepentido y después de pedirle disculpas lo recompenso.

10 de agosto - 1977

El profundo resentimiento de los animales. Mis relaciones con mi gato han llegado en estos días al punto de ruptura. La semana pasada, cuando trajeron el suntuoso sofá de cuero, lo sorprendí en el momento en que se aprestaba a afilar sus uñas sobre el fino material –como lo había hecho con los anteriores sillones hasta dejarlos en hilachas– y le di un fuetazo en el anca. Se enojó un poco y anduvo algo esquivo. Anoche, a las cuatro de la mañana, me desperté con el deseo de verificar una frase de Bouvard y Pécuchet y al entrar en la sala metí el pie en un charco hediondo: el gato acababa de orinarse en la alfombra. Lo perseguí para refregarle las narices sobre sus orines y darle a entender que no debía hacer pipí fuera de su caja. Esta mañana, antes de ir a trabajar, estuve buscándolo por toda la casa para darle su comida. No había trazas de su persona. Miré y busqué por todo sitio sin encontrarlo. Posibilidad, pero remota: que se hubiera salido por algún sitio, pero lo único que había dejado abierto era una alta ventanita del baño que da, además, sobre un patio a veinte metros de altura. Al llegar del trabajo seguí buscándolo sin resultados. Sólo cuando encendí el horno de la cocina de gas para calentar un plato, apareció. Estaba debajo de la cocina y el calor probablemente lo expulsó. ¿Cómo se había metido allí? Es un lugar casi inaccesible. Sin embargo, allí había encontrado refugio. Saltó, se metió bajo un ropero y cuando apagué el horno volvió a meterse bajo la cocina. Allí ha pasado toda la tarde sin querer salir. Por más que lo he llamado, hecho sonar su plato y abierto su lata de paté. Antes bastaba que abriera su lata para que el ruido del abridor lo trajese a la carrera. Ahora nada. Sigue refugiado en su hueco y no obedece a ninguna exhortación ni tentación. Sólo de vez en cuando, al llamarlo cariñosamente, emite un débil maullido. En su memoria infalible de animal algo ha ocurrido, algo que lo aleja definitivamente de mí y me convierte de ahora en adelante en su enemigo.

24 ó 25 de agosto - 1978

Querella con mi gato, por su insaciable apetito y sus meadas.

29 de agosto - 1978

Intuición animal: hago en el piso del baño una pila con la ropa que debo llevar a la lavandería esta tarde. El gato se acerca, la observa, la huele, comienza a separar las prendas con las uñas, desdeñando mi ropa o la de Alida, hasta que encuentra una camisa de Julito, única ropa suya del lote. Frota su cabeza contra ella y finalmente la lame. El gato sabe que Julito es en casa su único protector, quien realmente lo quiere a pesar de que Alida o yo somos quienes le damos su comida y el limpiamos su poza de arena. Pero sabe también que en nosotros no hay amor sino sólo tolerancia.

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Bonus track

10 de julio - 1961

Escritor: triste vejez. Pienso en Léataud, en Céline, en Hemingway. Por diferente que sea su destino o su popularidad, el escritor termina por recluirse, por esconderse. Algunos se suicidan (Hemingway, Pavese, Nerval, sin llegar a veces a viejos); otros mueren de cólera y de asco, como Flaubert; otros enloquecen, se vuelven idiotas o paralíticos, como Baudelaire; muy pocos, como Goethe, soportan con grandeza la vejez, y con serenidad y optimismo. Lo ideal, para un artista, es tal vez morir antes los 50 años, como Camus o Vallejo, cuando aún se espera mucho de él. No acabar su vida, hacer de ella solamente un esbozo. Entre nosotros, la vida de Valdelomar, más bella, más sugestiva que la de Palma. Horror por la vejez. Deseo de no vivir más de medio siglo.

15 de marzo - 1974

A pesar de mi salud para siempre quebrada, de mis achaques y de mis vicios, tengo la certidumbre de que viviré aún largo tiempo, me aferraré a la vida como un escarabajo, veré perecer a hombres robustos y sanos y terminaré viendo los albores del año 2000, siendo mirado como un diploducus que sobrevivió a su era cuando temprano estaba ya resignado a irse tranquilamente del brazo de la muerte.

Varios son los motivos por los siempre me ha resultado poco atractiva la Feria del Libro Ricardo Palma -la más antigua del Perú-, que tradicionalmente se instala en el Parque Kennedy de Miraflores.

En primer lugar porque los alrededores siempre han sido un lugar de tránsito para mí, un punto de reunión, encuentro y hasta de destino, por sus locales comerciales, librerías, etc. Ver sus instalaciones desde cualquier sitio próximo, es como si intuyera que allí se aposenta una feria artesanal o una convención de ufólogos. Un vistazo, de puro oletón, y fugo, antes de quedar hecho un ekeko o ser abducido.

En ediciones pasadas los invitados internacionales o han brillado por su ausencia, o fueron ilustres desconocidos para mí, lo que la hacía bastante localista, provinciana. Esto ha cambiado cuantitativamente, pero no ha incrementado mi interés. Tal vez más adelante adquiera la archibuplicitada novela de Jorge Lanata "Muertos de amor". Por lo pronto ya me perdí la presentación.

Un aspecto importante que tomo en cuenta es el factor tiempo. Esta época del año para mí es de lo más estresante y a cada rato me exige cordura. Al menos aparentarla. Tengo no sólo que ubicarme en el presente, en las labores cotidianas, sino también en el pasado y el futuro (los famosos informes de metas alcanzadas así como zahoríes proyecciones). Así que por esta época suelo leer libros poco exigentes, colecciones de cuentos y novelas cortas a lo mucho. Es más, ¿qué michi hago perdiendo el tiempo escribiendo esto?

Otro motivo, tal vez el más importante, por el que esta y pasadas ediciones no me convierten en un asiduo e interesado visitante ferial, es el desasosiego que me generan las mesas de saldos de algunas editoriales: libros a mitad de precio, malbarateados, que yo pagué su precio original y que otros se lo llevarán casi de regalo. Pero eso se puede solucionar, me dirá alguno, mirando para otro lado, haciéndose el sueco, que contigo no es, para ti no hay, y evitar esos stands. Traté. Juro que traté, pero justo cuando quise esquivar a unos tipos cámara y micrófono en ristre, zas!, me topo con un insoslayable avisazo: 50% de descuento y varios ejemplares de los diarios de Ribeyro,
La tentación del fracaso, junto a otros títulos.

Me puse blanco (transparentoso, para no redundar). De momento no quería saber a cuánto equivalía ese descuento. Además, yo estaba allí para adquirir el tercer libro de cuentos, “Lo que nunca serás”, de
Guillermo Niño de Guzmán. Nadie me obligaría a preguntar (oídos que no oyen, bolsillo que no siente). Pero otra vez la maldita cámara y el maldito micrófono en mi ruta, que a toda costa me quiere convertir nuevamente en un figuretti involuntario (pregunta estúpida: “Señor, ¿los peruanos leen?").

Me desvío. Estoy apunto de alejarme (¡pero volveré!) cuando una pizpireta señorona, con voz trinitronante, como si quisiera hacerse escuchar de cuadra a cuadra, interpela a un vendedor por el precio precedido de un "ay, mira Lucha, La tentación del frasco (sic)". So bestia cegatona, digo para mis adentros, tan bestezuela como el vendedor de un stand que ante mi consulta me respondió que no tenía más libros de la escritora Vilas-Mata (es hombre y su apellido es Vila-Matas, webis, quise decirle).

El vendedor ya soltó la cifra. Ya llegó a mis oídos: 70 soles. O sea, su invaluable precio en librerías es de 140, y a mí, a principios de octubre, me costó 95 soles en Quilca. Bien pagados, me dije en esa oportunidad y todavía pienso lo mismo (pulso normal, presión estable y de vuelta a lo mío).

Mi próximo post en la sección garabatos incluirá citas gatunas de los diarios de Ribeyro, los 3 libros hasta ahora publicados y reunidos en un solo tomo por la editorial Seix Barral (2003) que con suerte aún podrán encontrarlo en la feria. Altamente recomendable.

Mi visita ferial acaeció el martes, a media tarde, un break, casi una escapada. Compré otros dos libros aparte de “Lo que nunca serás”. Uno de ellos a mitad de precio, como reconciliándome con el mundillo librero:
La posibilidad de una isla de Michel Houellebecq, y El conde de San Germán de Leonardo Aguirre, el nuevo Melcochita letraherido de las letras peruvianas (full jeringa).

Pero vamos, no todo podía salirme perfecto. La maldición de la cámara me persigue, y por lo visto perseguirá. Está vez se trató de otro tipo de cámara, de un lente fotográfico. Temprano, hoy jueves cojo el único periódico que compro a diario, le doy una rápida ojeada a las principales secciones: horóscopo, deportes, farándula, je... ¡Cultura! Zoom a la foto impresa. Sí, no es muy nítida que digamos (¿error de fábrica puedo alegar?), pero no dejo de preguntarme en qué momento ocurrió y por qué a mí... otra vez...

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