En este blog pueden apreciarse algunas fotos de escritores con sus gatos (¿o debería decir de gatos con sus escritores?). Las tres últimas corresponden a igual número de distintos momentos en la vida de Doris Lessing, flamante Nobel de Literatura de este año, captados por el lente fotográfico con el michi de turno.

Lessing es una octogenaria escritora con una extensa obra a cuestas a quién recién leo y esto, debo confesarlo, a raíz del premio concedido y las fotos anexadas. Ya me soplé (no encuentro otra palabra menos vulgar) las casi ochocientas páginas en una edición de Punto de Lectura de su afamada novela “El cuaderno dorado” (1962), erigida como un emblema por el movimiento feminista (por el momento me abstengo de formular cualquier comentario).

Pero como un solo libro no me basta para forjarme una opinión sobre determinado autor, he continuado con la lectura de “La buena terrorista” (1983), a todas luces menos extensa y densa que mi primer acercamiento a la literatura de esta escritora, la que incluye novelas, cuentos y memorias. Tal vez resulten insuficientes dos libros para lapidarla o ensalzarla con mi caprichoso gusto y me vea en pos de otros títulos (en el caso de Nobel del año pasado, un hasta entonces desconocido para mí Orhan Pamuk, son siete los libros que he disfrutado hasta el momento). Pero Lessing tiene un plus: ama a los gatos.

Casi nunca suelo escribir o comentar sobre un libro que no haya terminado de leer. Este no será el caso. Bueno, no del todo. Me resulta imposible identificarme con el personaje central de “La buena terrorista” Alice Mellings, una suerte de sufrida mamá gallina entre sus camaradas, todos ellos impregnados de ideas antisistema. Sin embargo, en varios pasajes el escéptico que hay en mí soslaya la evidente crítica que disemina la autora hacia este tipo de personas -y su entorno- cargadas de ideales, buenas intenciones, que constantemente se estrellan contra la aplastante realidad o la traición y represión en el seno de sus filas. Y Alice, como si me fuera conocida o encarnara alguna día, pasa a suscitar mi admiración. Si no fuera porque en sus momentos de vacío existencial y automatismos cotidianos hay alguien que presiente su soledad, también merecería mi compasión.

"Sin darse cuenta, se encontró de pie abriendo la nevera, hurgando los armarios. Prepararía una de sus sopas. Pero como había estado trabajando con Philip, en la casa había muy poca cosa. Fue a la tienda, compró comida, se entretuvo con los preparativos y se sentó junto a la mesa mientras iba desarrollándose su sopa. El gato apareció en el alféizar, maulló al otro lado del cristal; Alice lo hizo entrar, le ofreció algunos restos. Pero no, el gato no tenía hambre, probablemente Joan Robbins o alguna otra persona ya le habían dado de comer. El animal buscaba compañía. No quiso sentarse en la falda de Alice, sino que prefirió tumbarse en el antepecho de la ventana y se desperezó. La contempló con sus ojos de vagabundo y emitió un leve sonido, un gruñido o maullido de saludo. Alice se echó a llorar en un apasionado arranque de gratitud."

Con la cita anterior, inauguro una nueva sección titulada "Garagatos": citas textuales y demás que tengan que ver con los michis. Una cosa más: ambos libros cuestan 35 soles c/u en librerías, yo lo conseguí a 26 soles en Quilca. Supongo que en la feria a inaugurarse mañana costarán menos.


Chequeando la página de Beto Ortiz, encuentro obvias similitudes entre la sección Preguntas Frecuentes y las respuestas que me dio a la entrevista que le hice hace tres años para la extinta Décimo Círculo.

A continuación, las preguntas que podríamos llamar originales, y las respuestas que circulan en su web:

1. He leído que en cierta forma te halaga que te comparen con Jaime Bayly, cuya producción ha sido definida por Eloy Jáuregui como parte de la "literatura rosa mosqueta" ¿Qué te merece este encasillamiento?
Cuando uno se encuentra frente algo nuevo generalmente se confunde y no hay mejor manera que lidiar con esa sensación que comparar eso desconocido con algo que nos sea familiar. Así nos sentimos más a salvo: etiquetándolo todo como a las latas de atún. En general, ni me halaga ni me ofende que me comparen con nadie. En la semana que lleva mi novela en librerías se me ha comparado con Bayly, con Malca, con Capote, con Urteaga Cabrera, con Oswaldo Reynoso, con Carlos Vidal y hasta con Yesabella, así que, como verás, no puedo tomarme en serio ningún símil. Ahora, si la pregunta se refiere a si mi libro es gay, la respuesta es no. De la misma manera en que yo soy gordo y mi libro no, puedo decirte, con certeza, que mi libro no es gay porque mi libro no tira, el que es gay soy yo.

2. Laura Bozzo ha confesado que admira tu forma de escribir, y que le gustaría que tú escribas su libro ¿Aceptarías arrendar tu pluma, convertirte en "negro literario"?
Se lo agradezco a Laura como le agradecería semejante flor a cualquier lector. Ahora, en lo que se refiere a “su” libro, bueno, difícilmente un libro escrito por otro podría ser llamado “su” libro. Laura es un personaje contradictorio, controversial y, sin duda, hay muchísimo qué escribir sobre ella. Yo puedo hacerlo cuando quiera sin necesidad de firmar un contrato con ella. Soy absolutamente libre de escribir sobre lo que se me antoje. Obvio que escribir sobre Bozzo te aseguraría un público mayor y, seguramente, una rápida “internacionalización” pero yo quiero que me lean porque escribo bien, no porque escribo sobre famosos. Esa es apenas una vil coartada. De otro lado, no tengo ningún prejuicio respecto a escribir por plata. Escribir es una chamba y una chamba muy dura, además. No veo por qué chambear te convierta en negro, pero si es así habrá que aprovechar la ventaja. Hay cientos de escritores que –firmando o sin firmar- han trabajado biografías autorizadas: Guillermo Thorndike, por ejemplo, por citar un caso cercano. No me parece ningún crimen. Sería un crimen que te paguen por escribir una oda al personaje, un libro que lo ensalce y oculte o solapee sus lados oscuros. A Thorndike le pasó con “El Hermanón” que fue fatal. Esa sería la única condición que yo pondría: que el personaje en cuestión no pretenda que le escriban un panegírico porque eso convertiría, automáticamente, el libro en un bodrio. Sólo exigiría del biografiado –como mínimo- la misma honestidad –léase dureza- con que yo hablo de mí mismo en mi novela. Fabricantes de cherries en el Perú hay por camionadas. Y son baratitos, además.

3. Has anunciado que estás escribiendo otro libro, una especie de segunda parte de "Maldita ternura", donde retomarás algunos personajes y sacarás al fresco otros que seguramente tienes en compás de espera, lo que implica en cierto modo emplear el mismo estilo, a tu alterego como el personaje central. ¿No temes caer en lo monotemático de tu propuesta, o es que quieres terminar de exorcizar tus demonios personales?
“Maldita ternura” y el libro que está en proceso son, en realidad, parte de un mismo proyecto que fue creciendo tanto que necesitó de dos volúmenes. Algo así como lo que le pasó a Tarantino con Kill Bill. Se fue en caldo. Filmó demasiado. Yo tiendo a escribir más de la cuenta siempre, pero creo que lo que tengo entre manos merece contarse. Eso es todo: eso que llamas los demonios personales, que –como las musas- nadie sabe qué demonios significa, es algo tan imposible de definir como de exorcizar. Lo único que sé es que está ahí y que no espero que no se acabe. Estoy seguro de que las historias que me quedan por publicar podrán ser acusadas de todo, excepto de monotemáticas. En cuanto a emplear el mismo estilo, tal vez en un poco temprano para hablar de estilo, eso es algo que se forja con el tiempo, pero yo sólo puedo escribir como Beto Ortiz, si quieren novelas que toquen otros temas o que tengan otro estilo, lean a otro, pues, ¿no?

4. ¿Has pensado escribir sobre algo que la gente no identifique como parte de tu vida pública o privada (la que expusiste y expusieron)?
No he pensado en escribir nada que no sea lo que estoy escribiendo hoy. Mañana no sé qué haré. Todavía falta para mañana y yo prefiero nunca hacer planes porque los planes siempre fallan. Mañana te espera- como decía Anita, la huerfanita. Te falta un día para llegar.

5. ¿Por qué crees que en toda novela que tiene a un homosexual como personaje central, el quid del asunto, lo trascendental de la trama, consiste en saber cómo éste salió del clóset?
Si para algo he usado yo el closet ha sido para esconder a mis amantes. Jamás para esconderme yo. Pero eso ya lo he contado. Hablando de monotemas...

6. Leyendo los epígrafes que anteceden a los capítulos de tu novela, encuentro uno de Fernando Vallejo, escritor colombiano célebre por su pluma endemoniada. ¿Es el autor de "La Virgen de los sicarios" uno de tus referentes literarios? ¿Quiénes más?
Aunque te parezca extraño, a Fernando Vallejo lo conocí gracias a Alan García que me recomendó entusiastamente que fuera a ver la película “La Virgen de los Sicarios” cuando fui a entrevistarlo a Bogotá en el 2001. A partir de allí, leo cualquier cosa que él escriba. Vallejo, claro, no García. Algunos de los escritores que más me gustan y que, por eso, han de haber influido en mí son: Wilde, Genet, Gide, Yourcenar, Capote, Ribeyro, Bukowski, Alessandro Baricco, Raymond Carver, Ray Loriga, Roberto Arlt, John Cheever y los cubanos Reynaldo Arenas y Pedro Juan Gutiérrez.

7. ¿Qué sentiste cuando escribías el capítulo titulado "Nadie debe morir solo", el cual trata del reportero Bruno? ¿Ha sido una especie de homenaje a ese compañero de profesión que tuviste en la vida real?
Es más difícil escribir sobre la gente a la que le guardas cariño, especialmente cuando se trata de amigos que ya no están, es por eso que el capítulo dedicado al reportero Bruno de Olazábal es el que más trabajo me costó escribir y no sé si a la gente que lo conoció le haya parecido bien o mal. Tampoco me interesa. El capítulo referido a él me sirve como ejemplo para tratar, una vez más, de explicar algo que igual nadie va a entender, (porque nadie quiere), pero qué importa. Uno no escribe para homenajear ni para enlodar. Tampoco para que lo quieran más ni para que lo odien más. Uno escribe para contar una historia. Y para contarla bien. Nada más. No hay más motor que ese. Lo demás podrán ser efectos secundarios, consecuencias, pero no las razones que me empujan a escribir.

8. Si Cabrera Infante escribe en cubano, otros lo hacen en Bahiano (Jorge Amado), surquillano; ¿Beto Ortiz cómo define su lenguaje literario, tan coloquial y jerguero? ¿No temes que su lectura en otro países resulte dificultosa?
Yo escribo en piraña. El siguiente libro se venderá con otro volumen de regalo: un diccionario piraña-español, español-piraña. No sé si se vaya a entender en otros lados o no, pero el lenguaje lo imponen los personajes, no yo. Un delincuente de la calle habla como habla nomás, no se pone a pensar si lo van a entender en Barcelona.

9. ¿Te es indiferente que toda noticia referente a tu novela sea parte de las secciones de espectáculos en los diarios locales?
Mientras hablen de ella, que lo hagan en Amenidades, en Hípica o en Farmacias de Turno me da igual.

10. ¿Eres consciente que el lector de "Maldita ternura" se convierte en cierta forma en una especie de voyerista a quien le cuesta hacer el deslinde entre el Beto Ortiz personaje y el autor?
Me parece perfecto. ¿Qué sería de los exhibicionistas sin los mirones?

11. ¿Qué te han comentado sobre las ventas y la opinión del recibimiento de esta tu primera novela? ¿Te sientes satisfecho?
El libro recién lleva 11 días en el mercado, sé que está vendiendo muy bien pero el primer balance se hace recién al terminar el primer mes. Son aún pocas las personas que ya lo han leído completo, recién se está comenzando a comentar y apenas si se ha publicado una sola crítica. Es muy temprano para hacer evaluaciones pero yo estoy más que contento. Lo estuve mientras lo escribía, ¿cómo no habría de estarlo ahora que sé que me están leyendo?

1.

Es martes. Falta poco para la medianoche. Sin ganas de leer ni ver la TV, tengo encendida la luz de la lámpara que alumbra los contornos difusos de quien se sabe poseído por sus desdichas, las que alguien menos complaciente llamaría vilezas. Estoy tentado de fumarme todos los cigarrillos de la cajetilla invicta que tengo guardada en algún cajón mientras cuento ovejitas; vicio, el del tabaco, no el de ovejero contable, que creí haber dejado y que estuvo ligado a otro de triste recordación. Echado en la cama, con mi gato plácida e envidiablemente dormido al pie, mis pensamientos giran en torno a la película que vi en el cine con Luana: El perfume, adaptación cinematográfica de la novela homónima de Patrick Süskind. Nada es casual, lo admito. Presiento que de nuevo el insomnio se va a apoderar de mí. Creo que debí invitarla a pasar, con el pretexto que fuese, para acabar teniendo sexo y de esta forma posponer mi actual estado de vacío interior.

En realidad, me hubiera bastado con prolongar los besos de despedida, manosearla un poco, jalonearla y trasponer juntos el umbral de la puerta que no quise abrir delante de ella; como es día de semana, el libreto hubiera sido previsible: unas horas después, Luana en mi lecho, posiblemente satisfecha, se desperezaría, entraría en pánico, me preguntaría la hora y sin esperar respuesta, en pie como accionada por un resorte, trajinando desnuda y apetecible, me diría que ya era muy tarde, que lo sentía, pero mañana tenía clases temprano, que otro día pasaríamos la noche. Yo apenas me mostraría servicial para ayudarle a ubicar sus pertenencias en el caos de mi dormitorio, viéndola vestirse, irse por donde vino, tratando de recordar nuestra última conversación con respecto a sus quehaceres diurnos.

Luana, a sus tiernos dieciocho años, mantiene un pertinaz conflicto vocacional. Sólo un milagro pudo haber hecho que pisase la universidad como estudiante de no recuerdo qué facultad (en mis clases de la pre no era de las más aplicadas), estudios que abandonó el segundo semestre para dedicarse al aprendizaje simultáneo de tres idiomas que uno por uno también fue dejando para quedarse con ese lenguaje inmemorial capaz de prescindir de las palabras. ¿Qué afanes la abstraen desde hace un mes? Creo que está estudiando teatro. Aún no me hago la idea de verla algún día como actriz (actriz porno, quién sabe). Es más, algo me dice que ella no se llama así, sino que es su nombre artístico: todos los que están llamados a convertirse en artistas, y no están conformes con el suyo, pueden adoptar el que les plazca, me paporreteó en cierta ocasión, para en el acto proponerme cambiar el mío, por libre elección o el que su ingenuidad me creía merecedor.

Ahora que lo pienso mejor, tal vez la verdadera vocación de Luana se restrinja al ámbito sexual, aptitud de la que no parece estar consciente o lo disimula muy bien. Sin embargo, se define imaginativa en la intimidad (doy fe de ello) y sensual a tiempo completo, rasgo del que aún no le he pedido un mayor esclarecimiento ya que me aterran sus explicaciones chapuceras. Físicamente se halla de rostro normal (la verdad es que no es bonita) y cuerpo llamativo. Tras las ropas ceñidas que siempre usa, se dejan adivinar sus generosas formas que no me canso de palpar, ensalivar, morder apenas se me descubren en todo su esplendor.

No me hago ilusiones. Que haya sido el primero en muchos sentidos, no me da ningún derecho de posesión sobre ella en el futuro. Si mañana mismo decide no volver a verme, jamás le instaría a que lo piense mejor; además, quiero creer que no sólo me bastan para llenar estas horas insomnes de humillación existencial, los orgasmos compartidos ni su silencio comedido que acompaña a mis largas peroratas post coito. Alguien me falta, y esa persona no es Luana en ninguna de sus facetas.

Su obsecuencia no parece tener límites. No creo ser ningún degenerado por haberla inducido a practicar sexo anal, no lo consideramos una aberración; es más, percibo que sus reticencias iniciales han desaparecido para hacer esta práctica parte del menú sexual que nos proveemos. Por lo demás, se podría decir que somos convencionales (nada de tríos ni adminículos invasores, tampoco golpes fuera de control), mas no fanáticos: podemos dar rienda a nuestras fantasías ya sea en mi habitación o en ciertos lugares públicos, nunca en su casa (a la que me niego acudir), para mantener a raya la rutina -y de esto algo sé- que ponga en peligro nueve meses de relación.

¿Qué tipo de relación? La evidente. Todo va bien mientras a ella no se le ocurra llevar más lejos ese jueguito de repetirme varias veces que se está enamorando de mí, que supongo forma parte de sus ejercicios dramáticos y que he correspondido con deficiente histrionismo por considerarlo una de esas frases mata pasiones. Bastante hacemos el uno por el otro tolerando nuestras manías y soslayando nuestras insalvables diferencias. En suma, no tengo nada que ofrecerle, a pesar de que un rápido inventario de mis pertenencias me obligaría a contrastar mi situación presente con la de hace un año, con un notorio e inútil saldo a favor; menos algo que reclamarle llegado el momento. ¿Qué momento? El momento del adiós, posibilidad a la que me he ido acostumbrando desde que empezamos a acostarnos sin mayores compromisos.

(Sigo despierto. No quiero ver el reloj. Sentado frente al monitor de la PC, he tratado en vano de invitar al sueño mediante la escritura de un hecho que no concite mi entusiasmo, sino invoque el tedio, la fatiga, con Luana como protagonista. Sé de hechos reales e inventados capaces de excitar nuestros sentidos creativos, con fines lúdicos o terapéuticos -este parece ser el segundo caso-, y de conciliarnos con esa vocación insumisa que hace de uno un escritor, aunque de cuestionable talento. Alguna vez quise ser escritor. Di por muerto este delirio con todos aquellos proyectos narrativos que creí enterrados conjuntamente con el recuerdo todavía insepulto de Fiama: nombre que al salir del cine me ha invadido y acompañado de camino a casa, se resiste a abandonarme y se ha adosado veladamente al primer párrafo de este relato que llevo escribiendo en mi mente y que ahora se desboca en el teclado y escolto con incontables pitadas.)

2. Continuará...

;;